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Filosofía del lenguaje IV: teoría de la acción dialógica

Filosofía del lenguaje IV: teoría de la acción dialógica

Juan José Angulo de la Calle

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 Crítica marxista al discurso  tecnocrático


Jurgen Habermas considera que la critica marxista tiene que pasar por tratar el capitalismo tardío actual, en el que el Estado es garante del capitalismo (ya no del todo: solamente inyecta dinero a bancos en casos de crisis y no interviene en economía) y en el que el discurso dominante es el discurso tecnocrático.


Dicho discurso habla en nombre de la ciencia y tecnología: señala que solamente hay una forma de hacer las cosas, solamente hay una manera racional de organizar la política económica y la economía política (la liberal monetarista de Friedmann y Hayeck, llamado "neoliberalismo"), y que, por tanto, en el "fin de las ideologías", solamente queda como valor el criterio de eficacia.


Crítica a la interpretación del proceso de secularización racional planteado por Max Weber

 


La imagen tradicional del mundo como racional queda rota. Esta imagen del mundo, fruto de la organización del capitalismo tardío como liberalismo monetarista puro (sin ninguna regulación: liberalismo salvaje).


Rompe con la imagen del mundo tradicional del capitalismo estable y regulado de sus comienzos (los planteamientos de Loque, Adam Smith y David Ricardo); la cual es descrita por el sociólogo Max Weber.  


Ya no se vive bajo los principios de razón conforme a fines descrito por Max Weber, en el que la economía política tiene supuestamente valores como el Progreso, el utilitarismo y la Optimización de recursos. 


Era cuestionable este tipo de visión de la racionalidad en la época en la que lo plasmó Weber, pero ahora ya no tiene sentido: la alabanza del discurso cientificista lleva a la tecnocracia.  


La defensa de la razón científico-técnica en la actualidad es una apología de la tecnocracia y la anulación del debate, dado que se asevera que la mayor racionalidad la detentan los científicos.  


Mejor dicho, se pone como científica la versión de las ciencias que recogen políticos y medios de comunicación del poder fáctico del capital -banca y patronal-.


El cientificismo asevera que la ciencia es el único conocimiento y que no hay pie para el debate acerca de la ciencia canónica o normal.  


El cientificismo es la reducción de todo el saber a ciencia y a una ciencia canónica.  Él oculta que en las propias ciencias hay diversidad de teorías -e. g. en economía existen: la teoría liberal clásica, la monetarista, la keynesiana, la marxista... (Torres, 2016)-.  También se esconde que hay debates internos en las distintas ciencias -gracias a los cuales, de hecho, avanzan las ciencias-.  Por último, el cientificismo es la aseveración de que las ciencias  abarcan todo el conocimiento (cuando no es el caso, en absoluto).



También son formas de conocer: la razón de cada persona -más o menos elaborada y válidas-, la filosofía, el arte y el debate dialógico.  



La razón conforme a fines, basada en el discurso científico y técnico, se ha convertido en el discurso tecnocrático.  Su único valor es la eficacia y niega otro tipo de valores en economía política y en política económica: anula a las personas la posibilidad del ejercicio de la racionalidad, la crítica y el cuestionamiento de lo dado (presentado como lo más "racional", "desarrollado", "optimizado", "racionalizado"  o "eficaz").



Lo dado es presentado como la máxima expresión de la racionalidad científico-técnica, como el mayor saber o la autoridad epistémica.  


Se defiende la tecnocracia como la única posibilidad de acción política, señalando que "como solamente hay una manera de hacer las cosas" (la supuestamente "tecno-científica"), la eficacia es el único criterio político, económico y social.



La imagen del mundo como "civilización racionalista" posterior a la separación Iglesia-Estado ya no es aplicable bajo ningún punto de vista. 



Según Max Weber, supuestamente por la Reforma protestante y su ética del trabajo, se produjo una paulatina secularización que redundó en el capitalismo.



[Sin embargo, su interpretación del proceso de secularización y racionalización tras el protestantismo es cuestionable: ya se dieron cambios y cierta separación entre el Estado civil y el Estado eclesiástico en el enfrentamiento entre güelfos y gibelinos, el Renacimiento, la Ilustración y la Revolución Francesa: momentos históricos fomentados por grandes comerciantes de los burgos medievales o burgueses en países eminentemente católicos].



Vivimos en la modernidad líquida descrita por Zygmunt Baumann, en la que nada es estable(Baumann, 2005).  No hay regulaciones: se abre la puerta a la especulación salvaje, la formación de burbujas financieras y crisis sin ningún control mínimo (Lozano Serna, 2014).



En el liberalismo clásico, el Estado hace falta como garante de la propiedad privada: es el juez imparcial que designa que una propiedad le pertenece a una persona y no a otra, dando una protección jurídica a los propietarios que permita que puedan adquirir el fruto de su propio trabajo (no el de otros: no la ganancia surgida de la explotación) y que defienda sus derechos individuales.  



El Estado no debe intervenir demasiado en economía -aunque puede hacerlo un poco: puede poner aranceles para proteger a las empresas nacionales- para no reducir la supuesta libertad que tienen los individuos separados. 


[Solamente tienen auténtica libertad de acción aquellos que poseen las empresas o medios de producción, que imponen sus condiciones a los trabajadores, que las asumen por no disponer de medios de subsistencia y tener que vender su fuerza de trabajo y dejar que el patrón se lleve el fruto de su trabajo].  



En el liberalismo clásico, existía el fin del progreso y riqueza de las naciones; que teóricamente tendría que llegar a las clases bajas de la población, según los planteamientos utilitaristas de Bentham y la justicia distributiva de John Rawls.



[Rawls plantea un nuevo contrato social, basado en un velo de ignorancia: como ningún individuo puede saber qué va a recibir, se consensuará que la parte de la sociedad más baja debe recibir una retribución suficiente y necesaria para vivir dignamente]. (Rawls, 1971).


Según Max Weber la secularización tras el protestantismo, condujo a un proceso de racionalización.  Dicha racionalización consistiría en la administración racional de recursos del utilitarismo y los supuestos planteamientos del liberalismo clásico.  


De las instituciones basadas en las imágenes del mundo tradicionalistas (Iglesias cristianas, nobleza latifundista...) supuestamente se pasó progresivamente a una sociedad cada vez más secularizada y racionalista.



Sin embargo, el análisis de Weber era incorrecto: la secularización vino antes del protestantismo y fue un proceso materialista: lo fomentó la clase emergente de los capitalistas, burgueses o grandes comerciantes de la Italia tardomedieval, del Quattrocento y del Renacimiento (Varoufakis, 2015). 



Se desarrolló en los siglos XII-XV con el comercio con Turquía de las ciudades independientes (o burgos) de Venecia, Roma y Florencia; y con la creación en la península itálica de los primeros bancos.  Y continuó el cambio económico y secular con la Ilustración, la Revolución Francesa y la Revolución Industrial (Varoufakis, 2015).  



En un momento de la Edad Media de Italia, Gran Bretaña y el Reino de Francia, los nobles o terratenientes pasaron de usar las tierras para la agricultura a usarlas como pasto para el ganado y les alquiló el terreno a sus siervos de la gleva, que se dedicaron al comercio de lana en los burgos medievales (Varoufakis, 2015).  



De ahí, los burgueses empezaron a contratar a los antiguos maestros de los gremios para optimizar la producción de lana y pasar a una producción manufacturera, después a la producción industrial en el siglo XVIII en Gran Bretaña.  



Ello fomentó que la clase emergente, la burguesía con su gran poder económico, tomase el poder y estableciese la propiedad privada (frente a la estamental, rentista y perteneciente a un linaje noble). 

Ella facilitó muchas transacciones comerciales (compra de tierras que antes eran invendibles por ser de propiedad estamental o pertenecientes a un linaje o familia noble) y a la independencia de la burguesía del poder de los terratenientes (clases pasivas y ostentadoras del grano, base de la economía y la subsistencia).  



Se realizaron varias revoluciones liberales, en el siglo XVII en Gran Bretaña y la Revolución Francesa en el siglo XVIII (Rodríguez García, 1997).  


La burguesía tomó el poder político para controlar el Estado y que él no pudiese intervenir en la economía, dejándosela bajo control de cada vez menos manos y más enriquecidas a costa de la explotación laboral [no pagar a los trabajadores en función de lo que producen, sino un salario por su esfuerzo que siempre es menor que el fruto de su trabajo] .



La tierra "liberalizada" quedó en manos privadas, eliminando las tierras comunales que podían proporcionar una subsistencia mínima a los campesinos.  



Sin ellas y debido al crecimiento demográfico, la población desposeída pasó paulatinamente del campo a la ciudad.  


Así, se dio paso a una nueva clase social: los proletarios o asalariados, trabajadores "libres" [no atados a ninguna servidumbre feudal a las tierras y tampoco insertados en un gremio que da una posición de maestro o aprendiz inamovible].



Los asalariados son"libres" para poder "elegir" a quién vender su fuerza de trabajo o esfuerzo; aunque en realidad no tenga capacidad de elegir las condiciones en las que pueda trabajar y le vengan impuestas por el patrón, y deba asumirlas porque no le queda más remedio: carece ya de medios de subsistencia y debe aceptar lo dado [y, como mucho, las mejoras laborales obtenidas por la lucha de clases]. 



Con los descubrimientos de la máquina de vapor, se permitió una producción masiva de productos textiles y el desarrollo de estas máquinas para que mejorara el transporte de sus productos hacia toda Gran Bretaña y Europa, condujo a la creación del ferrocarril y a la segunda revolución industrial.



Se consolidó, así, el poder económico de la nueva clase dominante burguesa o capitalista, que tiene hasta nuestros días poder fáctico real para condicionar a los gobiernos. 



[Los partidos políticos grandes, los que llegan a gobernar por su gran capacidad de difusión de su mensaje -casi único-, son financiados por bancos y promocionados por los medios de comunicación de las grandes empresas: el poder político depende del poder económico]. 



Se ha pasado de una supuesta razón dirigida a fines racionales a una razón que es un fin en sí misma: una razón instrumental que reduce el pensamiento a poner como evidente un fin (el "crecimiento" económico) y que todo el pensamiento se ocupe de llegar a ese fin por los medios que haga falta; como si su lema fuese: "el fin justifica los medios".  


Habermas escribe:   

"[...] Marcuse está convencido de que en lo que Max Weber llamaba "racionalización", no se implanta la "racionalidad" [...], sino que en nombre de la racionalidad lo que se impone es una determinada forma oculto dominio político

[...]

 La "racionalidad" en el sentido de Max Weber muestra aquí su doble rostro: ya no es sólo la instancia crítica del estado de las fuerzas productivas, ante el que pudiera quedar desenmascarada la represión [...] sino que es al mismo tiempo un criterio apologético"

[...]

 A medida que aumenta su fecundidad apologética, la "racionalidad" queda neutralizada como instrumento de la crítica y rebajada a mero correctivo dentro del sistema; lo único que todavía puede decirse es [....] que la sociedad está mal programada.

 [...]

Lo que Max Weber llamaba securalización [según él protestante, pese al Renacimiento anterior] tiene, a este nivel de generalización, tres aspectos: 1) pierden su poder [...] como religión [...] 2) quedan transformadas en [...] éticas subjetivas [...] 3) son reestructuradas [...]


Las ciencias modernas generan por ello un saber [...] técnicamente utilizable [...] la tesis fundamental de Marcuse de que la ciencia y la técnica cumplen también hoy funciones de legitimación de dominio nos proporciona la clave para analizar esta nueva constelación [...]


La lucha de clases sociales sólo pudo constituirse como tal sobre la base de la forma de producción capitalista, [...], desde la que, [...], podía ser reconocida la estructura de clases de la sociedad tradicional, organizada de forma inmediata en términos políticos.


El capitalismo regulado por el Estado [...] acalla este conflicto de clases." 
[El discurso tecnocrático del Estado, Gobierno y mass media es el intento de excusar la sociedad clasista, apelando a la "racionalidad" de la aplicación de la ciencia y la tecnología, y la forma de hacer que el conflicto de clases sea silenciado y la lucha de clases, se vea fomentada a su suspensión pese a que todavía permanecen las contradicciones sociales y entre clases] (Habermas, 1966, pp. 53-112)


Escuela de Franckfurt o Teoría Crítica


La  Escuela de Franckfurt, desde sus comienzos, con La dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer (2004), ha denunciado que desde la Ilustración se ha generado una razón instrumental (Horkheimer, 1973).  En la Enciclopedié se recogían y valoraban a las técnicas o artes como progreso: se valoraba positivamente la transformación y uso de la naturaleza por medio de la técnica (Adorno, T. & Horkheimer, M., 2004).  



Se empezó a poner como fin la "racionalización" u optimización de los recursos: primero el uso "racional" de los recursos naturales (industrialización) y luego el establecimiento de la división social del trabajo como medio de organizar "racionalmente" los "recursos" humanos (utilizar a los trabajadores como mercancías para obtener las mayores ganancias para cada vez menos manos: explotación laboral y acumulación de capital en un menor cantidad de propietarios).



[Hoy en día, un 1% de la población capitalista dispone de casi la mitad de las riquezas del mundo, generando grandes desigualdades e injusticias como la sobre-explotación de los trabajadores precarios en el primer mundo y la semi-esclavitud de los trabajadores del tercer mundo (RT, 2017)] 



Adorno llamó a este proceso la "dialéctica de la Ilustración" (2004) y Horkheimer la designó razón instrumental (1973): el tipo de pensamiento -derivado de las relaciones sociales- que se reduce al calculo o ver qué medios son los más eficaces para llegar a un fin "evidente" o tenido por "bueno" (haciéndolo, así, incuestionable). 



Althusser considera que esta interpretación de la sociedad clasista resultado de una razón instrumental deshumanizante es una postura perteneciente a la Ideología o ideas de que tapan la realidad social; puede ser así en tanto en cuanto se haga referencia al humanismo marxista, se describa el proceso de alienación o deshumanización y queda en segundo lado las relaciones de clase, sus contradicciones y la relevancia de la lucha de clases (Althusser, 2005).


Sin embargo, esta razón instrumental es el mecanismo organizativo y herramienta de organizar la sociedad que atiende a los intereses de las clases altas: es el resultado de los intereses materiales de las clases altas que imponen sus condiciones bajo la excusa de la racionalidad, que en realidad es razón instrumental o maquiavelismo.  


Es una gran y acertada crítica al capitalismo más contemporáneo, aunque su foco de emancipación haya sido desviado del verdadero motor del cambio social: la lucha de clases.  


Lucha por la que una clase dominada puede tomar el poder político y económico para cambiar el mundo a su imagen y semejanza, permitiendo un cambio significativo en la ordenación social y en las relaciones sociales.



Filosofía del lenguaje crítica y crítica marxista: frente a la hermenéutica pasiva, acción dialógica crítica 

 


Frente a este reduccionismo del pensamiento y del tratamiento de la razón [reducida a cálculo eficaz, a cientificismo sin valores y tecnocrático], se debe ejercer la crítica marxista. 



Según Habermas, la economía política marxista puede ser una ciencia crítica -al igual que el psicoanálisis- que permita abrir el debate y que el público pueda tratar las cuestiones públicas prácticas que afectan a su vida.



Dicha crítica pasa por una determinada praxis lingüística más allá de la Pragmática de la Filosofía Analítica de los países anglosajones y la hermenéutica del continente europeo.  



Estas dos corrientes de filosofía del lenguaje postulan que el análisis o la comprensión son ejercidos por sujetos activos, pero separados de otros y que realizan interpretaciones o análisis por su propia cuenta y de forma subjetivista.  El análisis y la interpretación son acríticas y subjetivas.  



Ellas dificultan el replanteamiento de su ejercicio interpretativo o analítico por carecer de alguien que lo confronte: dicho otro interlocutor se encuentra en la acción dialógica, otra forma de actividad lingüística basada en la comunicación y el uso del método racional (la expresión de razones o justificaciones más o menos elaboradas).



Frente a esto, propone una acción dialógica más participativa, intersubjetiva y que fomente una razón democrática.


Con este ejercicio dialógico, se puede cuestionar la razón instrumental y la tecnocracia, y abrir la posibilidad a una razón emancipatoria, que permita que las personas puedan participar en el debate sobre las cuestiones públicas.



En realidad, las cuestiones públicas que nos afectan a todas las personas (y por tanto son cognoscibles por todas nosotras), dependen mucho de valores y diversas formas de hacer las cosas en función de las distintas evaluaciones (que cada persona dispone y puede conocer).  



Por medio del diálogo público racional, las personas pueden ser críticas y participativas de los asuntos públicos que le afectan (el mundo de la vida).  


A través de la acción dialógica, se puede empezar a construir una democracia participativa, uno de los primeros objetivos que planteó el marxismo: "Ya hemos dicho anteriormente que el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia." (Marx, K. & Engels, F., 2005, p. 52).



A través de la acción dialógica, se permite el desarrollo de la racionalidad, por medio de acuerdos racionales entre varios interlocutores, que, para llegar a acuerdos racionales y práctios, deberán razonar entre ellos con unas normas mínimas de comunicación y poner en el debate unos valores mínimos de forma que pueda realizarse la comunicación y que dé frutos o mayor conocimiento acerca de problemáticas prácticas que son objeto de valores y modos de evaluar -respeto, razonamientos, justificaciones, uso de la racionalidad y búsqueda de puntos en común.



Con la acción comunicativa, se fomenta el debate de los asuntos públicos que afectan al mundo de la vida [El mundo de la vida es la realidad inmediata que viven los interlocutores y que es resultado de unas medidas políticas - o de la falta de ellas].  



Con los debates públicos, se fomenta la actividad crítica pública sobre asuntos políticos y económicos que permita que haya cierto poder de decisión sobre ella: la crítica y debate público puede llevar a la protesta social racional, capaz presionar a que haya cambios político-sociales.


De esta manera, la acción dialógica da pie a que la democracia sea cada vez más participativa o que la crítica racional y dialógica sea una forma de participar y presionar para que se dén cambios en las leyes y las realidades políticas y económicas. 


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