2020(e)ko irailaren 24(a), osteguna

Romanticismo y estética

 Romanticismo y estética


Juan José Angulo de la Calle


Motivos artísticos románticos, pintura, literatura y ópera


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Las pasiones desatadas fueron la gran temática del romanticismo. La naturaleza reificada era presentada salvaje, a veces grotesta, tenebrosa y horrenda; pero siempre fascinante, algo que le hacía bella en un modo extremo. Fue la reacción opuesta a los extremos del culto de la armonía y el orden del clasicismo, que constreñía las emociones al orden de la razón y la fijación de la composición elaborada.

 

 Se abrían nuevas motivaciones por medio del nacionalismo y una nueva mitología de nuevos héroes de otras épocas, que hacían culto al poder y a la potencia del poder de decisión valiente del individuo.  Eran héroes nostálgicos que lamentaban su presente aludiendo a épocas pasadas romantizadas (que, en realidad, no existieron como tales: la "gloria" de la conquista antigua, la "nobleza" de caballeros andantes feudales que nunca existieron como tales...).


Los elementos del romanticismo tenían más que ver con lo sublime: las pasiones desatadas revalorizadas, la naturaleza extrema, y los héroes mitológicos nacionalistas pasionales y desencantados con su presente.


Este movimiento cultural se nutría de elementos reaccionarios: mostraban una nostalgia a tiempos pasados y dominados por grandes señores victoriosos. Era el último coletazo de una aristocracia y de genios de maneras elitistas, que se resistían a una sociedad cada vez más industrial, una modernidad más líquida (llena de incertidumbres en las que nada era “sólido” o estable, como describió Zigmunt Bauman en su Modernidad líquida). 

 

Los artistas románticos se resistían a un materialismo bruto que negaba el espíritu y una ciencia moderna que lo convertía todo en objetivo, determinado y sin finalidades.

 

La pintura mostraba a la naturaleza bruta; a veces terrible, a veces oscura e ilimitada, pero siempre fascinante. La belleza era interpretada como dicho asombro y culto a las pasiones desatadas, derivadas de una naturaleza desmedida.

 

Para no extenderme demasiado con este movimiento cultural, terminaré mi descripción de mis influencias dando cuenta de la figura de Francisco de Goya, cuya obra tanto ha influido en mi búsqueda por la sublimidad de lo esperpéntico y tenebroso.


El pintor siguió las líneas de composición de la armonía clasicista, y se vio influenciado por los artistas franceses y los planteamientos de la Ilustración (de joven no dejó de ser un afrancesado). Sin embargo, enseguida se distanció del clasicismo introduciendo elementos sutiles de realismo, dando cuenta de la verdadera forma de los monarcas y nobles que retrató en su verdadero carácter (destacando, entre otras obras, la forma sutil en la que caracterizó correctamente en La familia de Carlos IV la idiocia del rey borbónico y la firmeza del verdadero poderío de su esposa, su prima Marḯa Luisa de Parma).


Su trabajo y desarrollo elaborado de los claroscuros hizo que fuese el mejor pintor de su época y, además, esta técnica le permitió plasmar de la manera más expresiva y oscurantista los horrores de la guerra, los abusos de la superstición y todo sueño de la razón (dejar dormir a la racionalidad hace que tomemos como monstruos a seres tan útiles para contener plagas, como los gatos, buhos y murciélagos).


Dentro del ámbito de la literatura, poetas como Hölderlin señalaban que el gran arte era la poética: la poiesis griega o capacidad creativa, una facultad que cobraba más fuerza por medio de las posibilidades que abrían la poesía como gran arte en el que el lenguaje y las ideas podían expresar nuevas maneras de concebir la realidad; y de forma que permitía ser tratable conceptualmente.

 

Se estableció una nueva ópera: una teatralización dramatizada y musical que fue objeto de culto por las grandes emociones que despertaba y que era tratada como fuente de una nueva experiencia religiosa o espiritual: la música en la que se reflejaba la vida en su forma más trágica y pasional.  

 

De un autor puente como Beethoven (entre el clasicismo armonioso y el sensacionalismo romántico) hasta el abrumador Wagner, la música de la ópera se configuró como un arte en sí mismo, objeto de devoción y culto; fue una manera de hacer música que acabó interiorizada como popular por parte de la conciencia y memoria colectiva en el caso de autores como Verdi, apreciados como parte de la cultura popular y representantes de la identidad nacionalista.

 

Teoría estéticas románticas

 

En este mundo sin objetivos y nihilista, se tenía que llegar a las conclusiones de Schopenhauer: se debía concluir que el mundo era determinista y que las pulsiones naturales carecen de finalidad y solamente procuran la permanencia, existir por existir y vivir por vivir. De por sí, nada tenía sentido.

 

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La reacción ante este consecuente nihilismo fueron las diversas expresiones de una negación de esta realidad por parte de un espíritu que necesitaba reafirmarse. El romanticismo trató de plasmar que el espíritu tenía mucho que decir, más allá de las reducciones materialistas simplistas.


Hegel consideraba que el espíritu no podía ser simplemente un hueso (a pesar de que realmente la mente simplemente sea el procesamiento neuronal de todo el sistema nervioso). 

 

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 Él consideraba que el desarrollo del espíritu era un fenómeno que podía ser tratado y concluyó que todo el proceso de la conciencia, superando cada posición acerca de la realidad por una síntesis que aunase teorías contrapuestas, llevaba a la formación de una conciencia sobre la objetividad; después el espíritu se dirigía hacia la subjetividad de la modernidad; y, finalmente, la conciencia se conducía a unir el saber objetivo con el subjetivo construyendo una conciencia que sabía de sí mismo, era consciente de sí misma como sujeto conocedor de la realidad. 

 

La fenomenología del espíritu llevaba en última instancia a la figura de la auto-conciencia, en la que el saber auna el sujeto con el objeto y se hace, así, con el saber Absoluto.


El filósofo prusiano consideró que en el romanticismo se daba el último motivo posible del arte. El arte romántico había unido lo subjetivo con lo objetivo y había llevado a expresar todo lo que era posible comunicar con el arte. La poesía, elaborada entre otros por parte de grandes figuras alemanas como Hölderlin, permitía una mejor expresión de las ideas del espíritu, al estar introducidas en el formato del logos, λóγος, o del lenguaje articulado de la palabra escrita; y permitía una potencia creativa, poesis griega o ποίησις, que facilitaba la máxima creatividad artística.


Por un lado, el arte de la antigüedad era objetivo, cada obra tenía un claro exponente central (en la pintura, destacándose una parte por medio de la luz, colocando el elemento importante en el centro y por medio de que las figuras dirigieran todas las miradas y gestos hacia él).


En segundo lugar, el arte moderno se ocupó de la subjetividad, despertando emociones fuertes como la sublimidad o la majestuosidad; y también procuró transmitir este mensaje por dejar la interpretación al sujeto (como ya referí con anterioridad en la descripción de Foucault de Las meninas de Diego Velázquez).


Finalmente, concluyó que en el romanticismo, en el que se unía la naturaleza (objetividad) y las pasiones (subjetividad), el sujeto, sobre todo por medio de la poesía más cercana a las ideas, se libera con la ironía y toma distancia de lo que le supera, haciendo que el arte sea una unión del sujeto con el objeto y se convierta en expresión del Absoluto.


Schopenhauer denostó a su colega Hegel, al que acusaba de utilizar un lenguaje forzado y jeroglífico, cuyo oscurantismo pretendía aparentar profundidad y supuestamente trataba de compensar su poca validez lógica. Tan grande era su animadversión que, aunque daban clases en la misma facultad y sus despachos estaban próximos, permanecieron sin comunicación alguna.


Schopenhauer señaló que el gran arte era la música, dado que el resto (pintura y escultura mayormente) era mera representación, constructo conceptual e ilusión que ocultaba la verdadera realidad de una Voluntad determinista, ciega y sin objetivos. La música permitía una suerte de abstracción de la realidad y de la potencia de la Voluntad: era una suerte de ascetismo, en el que se limitaban las potencias de la vida y se conducía el espíritu por encima de las pasiones y los deseos atenazantes.

 

 

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Nietzsche consideraba que la vida sin música era un error. Ella era un medio en el que se podía comunicar la tragedia de la vida y la melancolía, permitiendo desahogo y también exaltación de la vida en su totalidad. Podía ser como el canto dionisíaco, un tipo de arte clásico olvidado derivado de los ritos cultuales de la grecia arcaica y rural al dios de la fertilidad y el vino, pero también de la locura y la tragedia.


Dionisos fue desmenbrado por sus tíos y sus restos fueron introducidos en la tierra; en la que se volvería a reconstruir el dios y volver a brotar como promesa de fructicidad de la vida y de eterno retorno de los ciclos naturales. Existían unas sacerdotisas dionisíacas que tenían que nadar a una isla para construir el templo a Dionisos y, al terminar la jornada, destruirlo para dar lugar a un ciclo sin fin de creación y destrucción de la naturaleza, un eterno retorno.


El joven Friedrich Nietzsche devolvió el recuerdo de este arte olvidado, derivado de los cultos a Dionisos rurales que pasaron a teatro en la Grecia urbana, y que eran fundamentalmente música dramática. Un olvido que se debía a que solamente se hayan conservado los textos y no la música que se empleaba para “recitar” los poemas trágicos.


La recuperación y revalorización de este arte casi olvidado de nuestra tradición fue la reivindicación romántica más fuerte, en apoyo de las fuertes pasiones de la tragedia y la reivindicación fuerte por la vida en su totalidad (aceptando tanto el placer como el dolor).


Un joven filólogo clásico vio que la moderna ópera dramática, sobre todo la de su schopenhaueriano amigo Richard Wagner, podía ser la heredera de esta tradición trágica. Más tarde se arrepentiría de sus afirmaciones, al ver que su antiguo amigo se dejaba llevar por el nacionalismo más chovinista y el antisemitismo más “vengativo” y enfermizo.


La música romántica, en cualquier caso, se impuso sobre el fuerte clasicismo. La figura de Ludwig van Beethoven, que partió del clasicismo y tomó otras direcciones artísticas, pudiera ser el comienzo de la nueva música clásica. Cuando le preguntaron acerca del primer movimiento de su famosa novena sinfonía, se cuenta que contestó que “era el sonido del destino llamando a la puerta”, primer remanente de la visión romántica de la realidad como “providencia” de la naturaleza.

 

 

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