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LA VIDA ES UNA TRAGEDIA

LA VIDA ES UNA TRAGEDIA


Juan José Angulo de la Calle


Sartre señala que, al ser libres, al poder decidir actuar en cada momento qué hacer y, así, potencialmente cambiar nuestra conducta y modo ser, entonces siempre estamos pendientes de ser, nunca llegamos a ser del todo. Somos una pasión inútil, somos... nada. Y eso nos angustia, así que sufrimos toda la vida.  



Además vivimos con otros sujetos que nos observan y nos tratan como objetos, objetos de observación al menos.  El infierno son las otras personas.  Sartre decía: "intente amar al prójimo y luego me cuenta."



Somos una pasión inútil y el infierno son los otros.  No he encontrado nada que desmienta estas afirmaciones, así que la existencia humana es angustia, es una tragedia: mientras vivamos sufriremos y solamente acabará el dolor con la muerte.  Pura tragedia.


Desde Darwin, se ha concluído que de por sí la vida no tiene “sentido”, no tiene razón de ser. El evolucionismo nos indica que la evolución se da tras innumerables combinaciones de los alelos genéticos hasta dar con una mutación, y esa variante no tiene por qué servir para adecuarse al entorno, simplemente se da una mutación sin relación con el ambiente. Si esa variación hace que la nueva especie esté más adaptada, la especie se conservará y sobrevivirá a la especie que le precedió por tener más ventajas; y si los cambios no hacen que pueda adaptarse al entorno, desaparecerá.



Ésto es la selección natural: se dan mutaciones y se quedan aquellas especies que sean más aptas para el entorno. En un bosque, de una camada de conejos blancos nacen conejos pardos: los conejos blancos desaparecerán por ser más visibles que los conejos pardos, que se camuflan mejor en el entorno; en medios nevados, ocurriría lo inverso. El que una especie esté adaptada al entorno es casualidad: hay una causalidad para las variantes (interna, genética), pero no tiene por qué implicar que los cambios hagan que los mutantes se conserven.



Si existimos es por casualidad. La vida no se dirige hacia ningún objetivo, se dan variaciones sin ningún objetivo. Existimos meramente porque el ser humano logró adaptarse al entorno, en el mismo nivel que otras especies y bajo los mismos principios. No somos especiales, solamente supervivientes.



El ser humano, en realidad, es un desgraciado frente a las demás especies. Sin garras, sin colmillos afilados, sin pelaje, está arrojado al mundo y ha tenido que superar muchas dificultades para subsistir, con todo el sufrimiento que conlleva. Por no tener, no tenemos ni instintos (como mucho impulsos y muy domesticados por la educación), no hay nada que nos diga cómo vivir la vida o cómo sobrevivir. No tenemos referentes y lo que es peor: podemos pensar y preocuparnos de por qué estamos en el mundo, qué razón de ser tiene nuestra vida. Ésto nos genera angustia emocional y existencial.



El ser humano es un ser con racionalidad, suele dar una razón para todo. Cada acto que cometemos es para lograr un determinado fin que consideramos positivo, necesario o útil. Pero la vida no tiene ninguna razón de ser, existimos porque existimos, como las demás especies y esa falta de “sentido” nos resulta insoportable. Por eso, el ser humano ha intentado crear un “significado” para su vida, sea por medio de las religiones, algunas teorías filosóficas o ha inventado razones de ser para su vida particular (el amor, el éxito, la cultura, el deporte...) o colectiva (el bienestar general, los derechos humanos, la productividad, los derechos laborales y sociales...).



En cualquier caso, la vida de por sí no tiene razón de ser y por eso es absurda. En nuestra actual “sociedad del riesgo”, la “modernidad líquida” que teorizó Zigmunt Bauman (no hay nada estable, “sólido”), vivimos en medio de incertidumbres, todo cambia, los “sentidos” y valores se tambalean, y volvemos al absurdo y a su consecuente angustia.



La vida en el mundo actual es completamente absurda, vivimos en la ceguera del liberalismo salvaje. El neoliberalismo, al dejar hacer al mercado sin ningunos mínimos de regulación y prevención, ha conducido a formas de peligrosa especulación bancaria, burbujas financieras, privatizaciones, recortes en derechos sociales, incremento de la precariedad laboral (con dificultades para consumir) y una asimétrica globalización en la que se liberan mercados pobres que no pueden competir con la potencia de las multinacionales, incremento de la mano de obra barata (casi esclava) y pago ínfimo de las materias primas por parte de multinacionales (provocando que se incremente la deuda externa de los países en desarrollo).




Esto es una ceguera absoluta porque si los trabajadores del primer mundo son principalmente precarios, no pueden consumir y ello conduce a crisis económicas; y porque las desigualdades sociales mundiales (un 1% de la población mundial tiene casi la mitad de todas las riquezas del mundo) generan unas contradicciones que tendrán que estallar de alguna manera (si en los países del tercer mundo hay sobreexplotación, llegará un día en que no puedan más, se rebelen los trabajadores y generen daños intencionalmente en los beneficios de las grandes fortunas). Por no hablar, de que la sobreproductividad al que va el liberalismo sin regulaciones genera tanta contaminación que puede llevar al calentamiento global.



Sumado a lo dicho, hay otros problemas en las sociedades: el machismo, la xenofobia, el racismo y formas de exclusión social. Vivimos en el absurdo. Sufrimos el absurdo. Todos los juegos especulativos de un liberalismo sin regular, las diferentes desigualdades y la merma en derechos laborales y sociales, nos crea incertidumbres, inestabilidad y angustia.



Además de lo descrito, en el mundo se suceden interminables en África y Oriente Próximo. Por no hablar del terrorismo yihadista fundamentalista, intenta hacer atentados en Europa y, principalmente realiza en países de mayoría islámica atentados en mezquitas de musulmanes que consideran malos fieles por no ser extremistas, matando a centenares de personas (niños y personas ancianas incluídas) porque en los templos islámicos es donde se acumulan más las personas de esos países.



No hay un movimiento contestatario fuerte frente a los diferentes conflictos graves (hambre masiva mundial y guerras), a los abusos discriminatorios y a los excesos del liberalismo salvaje, no hay tampoco lucha de clases propiamente dicha (solamente, puntuales luchas sindicales para objetivos limitados, que bastantes veces no se consiguen por realizarse con limitada fuerza, participación, continuidad de la lucha o por desgaste). Actualmente, no es previsible que el mundo al que estamos arrojados vaya a cambiar mucho. Por tanto, sin menoscabo de la práctica de hacer críticas y protestas, hay que sobrellevar esta vida de alguna manera, hay que hacerle frente al absurdo (quizás reduciéndolo con el humor) y conocer el absurdo.



Frente a este mundo tan duro, la vida y la realidad nos parecen absurdas. Diferentes teorías filosóficas han tratado este absurdo y cómo encajarlo. A nivel más clásico, nos encontramos con el filósofo Heráclito, que, al ver las irracionalidades del mundo, se ponía a llorar. Por contra, Demócrito, veía que la realidad era absurda y, por tanto, ridícula, y se ponía a reírse de ella. Hasta cierto punto, considero que la mejor actitud es la de Demócrito: dentro de lo que se pueda, porque hay realidades muy duras, hay que procurar tomarse las cosas con humor para quitarles hierro y poder reaccionar: es mejor reírse del absurdo del mundo, que es ridículo, que dejarse llevar por la desesperación (repito, que dentro de lo que se pueda: porque hay situaciones apremiantes y duras que hacen que la vida sea imposible y pedir a la gente que lo sufre que lo tome con humor resulta incluso ofensivo; ya que no pueden, ni tampoco tienen por qué tomarse las cosas con humor).




Existencialismo, el tratamiento filosófico del absurdo




La filosofía que ha tratado de alguna manera el absurdo de la vida es el existencialismo. Hay diferentes vertientes de esta corriente, pero solamente describiré algunos de ellos: aquellos que, pese a intentar diferenciarse, tienen más en común de lo que les gustaría.



Los preludios del existencialismo son las filosofías vitalistas, que trataron sobre la vida humana, sobre el concepto de humanidad a través de hacer una reflexión de su vida, tratar al ser humano y definirlo por medio de señalar que el ser humano es el resultado de sus vivificaciones. Heidegger, el primer existencialista, se vio influído por Nietzche, cuyo principal referente fue Schopenhauer.



La filosofía de Schopenhauer entiende la vida como un proceso lleno de presiones por parte de los impulsos o las necesidades, tales como la sed, el hambre, el apetito sexual... Schopenhauer lo llamaba Voluntad o voluntad de vivir, la cual se podría reducir al deseo. Él nos crea sufrimiento, nos presiona con fuerza para conseguir cosas. Si no se obtienen, nos frustramos y, si se logran, tenemos una efímera satisfacción que no dura mucho, nos crea decepción y nos conduce a volver a buscar otra cosa en un círculo vicioso. Es como echar leña al fuego, sólo se aviva el ardor. Schopenhauer considera que la vida es tensión. Creo que mi personaje Ilargia tiene esta mentalidad.


El budismo, en esta línea, considera que la vida es sufrimiento por nuestro apego al deseo. Si nos aferramos con afán a buscar lo que queremos, andamos por la vida procurando lo que queremos para nosotros y alimentamos el egoísmo, en lugar de ver las cosas como son tratando de desenvolvernos en lo real y adaptándonos a la realidad cambiante. El que se aferra al deseo vive para conseguir cosas en el futuro que no vive o se aferra a un pasado que no puede cambiar. Entonces pierde de vista el presente y a lo que le rodea, lo cual sí está viviendo. Todos los males vienen del apego al deseo, la ira es deseo de venganza, la avaricia es deseo obcecado de riquezas... No es malo tener deseos si son pasajeros y permiten estar atento a lo que se está viviendo. Lo malo son las obsesiones, que no dejan vivir. Lo mejor es vivir el presente, estar atento al aquí y ahora.



Nietzsche, por su lado, considera que la vida es voluntad de poder. Todo ser viviente busca expandirse, crecer, ser más fuerte, hacer más cosas (tener poder es poder hacer cosas, tener capacidad para poder realizar lo que se quiere). La vida, entonces, es movimiento, actividad, querer superarse a sí mismo. Para Nietzsche, la vida no es tensión, la vida es energía.

Por otro lado, Nietzsche considera que hay que aceptar tanto el dolor como el placer, porque ambos son partes de la vida y sin ambas la vida no sería tal (sin placer, la vida sería martirio inútil y sin dolor, sueño o un proceso narcótico). Él lo personificó con el dios de la mitología griega Dionisios, dios que acepta todos los aspectos de la vida porque es el dios del vino, la locura y la tragedia (yo diría que las tres cosas están muy relacionadas, pero bueno).   



Todos los esfuerzos por negar el dolor son enfermizos. La venganza, según Nietzsche, es atribuir como causa del dolor unas personas que dañan a otras y es el deseo de acabar con el dolor acabando con sus supuestos causantes. El remordimiento o la culpa es la venganza contra uno mismo, atribuir el dolor a uno mismo y mortificarse como expiación. Con ambos sólo se crea mortificación y no acaban con el dolor porque forma parte de la existencia.



Pero bueno, supongo que no es algo que podamos aceptar realmente y, al final, sólo nos queda disfrutar cuanto podamos de la vida. La risa es una de las fuentes del descrito disfrute de la vida. En cualquier caso, el existencialismo retomará el tratamiento de la vida humana.



A partir de un análisis de la filosofía de Nietsche (y de otros autores como Husserl y los presocráticos), Heidegger construyó su teoría existencialista. Su existencialismo no tenía como objetivo tratar acerca del ser humano y su existencia, pero le sirvió de medio para poder describir el ser. Sartre se vio notablemente influído por Heidegger (aparte de por Husserl y Marx) y sí que describió un existencialismo humanista, un existencialismo que explícitamente describiese qué es ser humano y en qué consiste su existencia.



Según Sartre, somos una pasión inútil, actuamos y queremos ser de una manera, y nunca llegamos a ser nada fijo. Por parte de Sartre, somos nada, nunca tenemos una manera de ser determinada como los demás seres con sus instintos, composiciones químicas y demás formas de ser ya fijadas. 



Condenados a la libertad, a cada momento podemos actuar de una forma y ser de una concreta manera para al momento siguiente poder elegir actuar de otra manera y ser diferente. Siempre en potencia, nunca llegamos a una manera de ser, pese a tender a ello con nuestros proyectos y eso nos deja en un vacío inquietante que nos angustia.



Somos contingentes, efímeros, nuestra manera de ser es volátil y podríamos buenamente no existir sin que importe. La vida no tiene objeto, todos nuestros proyectos no conducen a hacernos ser algo. La vida, así, es absurda y saber eso puede hacer que nos revuelvan las tripas, conduciéndonos a la náusea. Toda vida es innecesaria, toda es inútil. Nuestro vida carece de relevancia, no tiene peso en el mundo y así surge lo que Kundera llama la insoportable levedad del ser: sentir que la vida carece de peso, interpretar que la existencia no tiene importancia.



La libertad de la que habla Sartre y de la que acusa de responsabilidad, se proyecta en el mundo. Un mundo construido con la actuación de cada uno y en coexistencia con las otras personas, el infierno de Sartre. Infierno porque nos encontramos con otros sujetos que nos miran desde su posición de sujeto, nos miran como si fuéramos objetos, objetos de conocimiento de su conciencia aunque sea. Sujetos llenos de intereses que nos ven como objetos y que, potencialmente, pueden utilizarnos para satisfacer sus aspiraciones particulares y proyectos.  La intersubjetividad es complicada y, en la mayor parte de las sociedades, se deja de lado.



Así, constantemente amenazados y, a veces, utilizados, la coexistencia se vuelve dura y el mundo acaba convirtiéndose en una lucha de intereses, una lucha por el poder, por poder hacer más cosas, por tener más, acaba convirtiéndose en una lucha por los intereses. Se conforma un mundo hostil en el que todo es absurdo, en el que la vida es absurda y en el que la sociedad sirve a intereses y no a personas.  



Como indica Camus, la vida y el mundo carecen de razón de ser.  En la vida, se sirve a la producción ciega, que se reduce a producir por producir, y el trabajo se parece a la tarea encargada a Sísifo: levantar una piedra hasta una cima hasta que caiga allí y se deba volver a alzar de nuevo. La vida es repetitiva, sin “sentido”, estéril: cada vez que realizamos una tarea en el trabajo, nos encontramos con una parecida. Es como limpiar la casa: poco después volverá a estar sucía, es un trabajo ingrato, mecánico, desagradecido e improductivo. Nuestra vida, en general, es así, una constante repetición insípida: trabajar-comer-distraernos-dormir, trabajar-comer-distraernos-dormir... Es un eterno retorno. Todo intento por sustraerse de este absurdo puede ser visto como una forma de resistir, pero al final solamente es un aguante, un soportar la angustia y la náusea del absurdo.  La existencia se limita a una serie de subterfugios para soportar la vida.



Aunque nos gustasen nuestras tareas rutinarias laborales y domésticas que, en un cierto punto limitado, hemos elegido (obligados), la repetición hace que se vuelvan insípidas y tediosas. Pensemos en nuestro plato favorito. Imaginemos que lo comiésemos todos días. Acabaríamos resultando algo de lo que nos cansaríamos y nos resignaríamos. Lo mismo pasa con las tareas rutinarias que hacemos por obligación, tanto trabajar como ocuparse de la casa y la crianza de los hijos.



Schopenhauer una vez escribió que el optimismo es un cruel y duro sarcasmo teniendo en cuenta la realidad que hay que vivir. ¿Acaso hay algo que niegue el absurdo de la vida y pueda revocar sus palabras? Tal vez, un poco el buen humor.





El infierno son los otros




Sumado a todo lo dicho, Sartre introduce otro elemento que hace que nuestra vida sea más angustiante: la alteración que nos dan las personas, la alteridad nos altera. Como ya describí anteriormente con brevedad, bastantes personas nos tratan como objetos, como objetos de observación o como herramientas para satisfacer sus objetivos particulares.


Influencia de Heidegger





Sartre se vio influenciado por Heidegger.  Es interesante ver qué consideraciones tenía Heidegger para ver qué motivaciones tenía en mente Sartre, en qué reflexionaba antes de llegar a sus conclusiones.



Heidegger trató la ontología, la teoría del ser, la descripción de en qué consiste el ser, pero el ser se conoce a traves de los entes (objetos, animales, personas...) y un ente especial es el ser humano porque es consciente, puede pensar el ser y reflejarlo en su existencia. Por ello, para conocer el ser, Heidegger escribió acerca del ser-ahi (dasein, estar en situación). Gracias a ello y a posteriores estudios sobre la metafísica tradicional (la ontología anterior a él), pudo definir que el ser es lo que desvela el ente, es el que descubre y describe cada ente cambiante en el tiempo (que está siendo, carente de una forma fija).



Ser-en-el-mundo junto con ser-con-otros





Heidegger es un filósofo que, ante todo, se ha dedicado a la ontología.  Sin embargo, él parte de la existencia para llegar al ser (en tanto en cuanto el existente es el que se dedica a investigar el ser).  La existencia es la esencia del ser humano, su modo de ser.  Su modo de ser es el que le define, el ser libre. 



El ser humano para ser tiene que actuar, y ese actuar es hacer cosas y embarcarse en proyectos en un mundo.  El ser humano es en el mundo.  Esto le vincula a las cosas y a las personas.  Somos con otros. El ser-con-otros no es mera existencia compartida de un mismo mundo.  Nuestros valores y afectos también van dirigidos hacia los demás, nuestro ser también se forja hacia los demás.  



La inauntenticidad




Lo propio del ser humano es elegir.  Si se ve demasiado influenciado por los demás puede perder su autenticidad.  Si se comporta como los demás esperan que te comportes, si sigues sus tradiciones y costumbres... se limita la elección.  Se actúa automáticamente, sin elegir.  Se aliena la libertad.



Las tesis para reflexionar de las que disponía Sartre eran: que lo propio del ser humano es ser libre y ese ser se realizaba en el actuar en el mundo junto y con otros.  Ese ser con otros puede ser peligroso, en tanto puede alejar del ser auténtico.  Los otros son considerados, pero también son amenaza y seres de los que prevenirse.





Sartre. El para-sí



En el existencialismo, la existencia precede a la esencia. Es decir, primero existimos y luego hacemos nuestra propia manera de ser.  Los animales tiene instintos, tienen una manera de ser ya dada, una esencia, pero las personas, no; y tenemos que construir nuestra manera de ser, actuando de una manera u otra.  El ser humano construye su personalidad propia, su personalidad propia, su autenticidad.


La existencia precede a la esencia, existimos y luego somos. Actuamos de una manera a cada momento y siempre podemos después actuar diferente, nuestra manera de ser no está determinada, vivimos en cierta libertad, y, consecuente, siempre estamos en potencia de ser distintos y nunca llegamos a ser del todo, tenemos proyectos pero no nos definen del todo: somos una pasión inútil. Somos libres, estamos condenados a libertad y a la responsabilidad que conlleva, pero también a la falta de ser.  El ser humano es una pasión inútil.


En “El ser y la nada” encuentra Sartre dos modos de ser: el en-sí y el para-sí.  El en-sí es un modo de ser determinado ya.  Es el modo de ser de las cosas: que es ser de una manera fija, sin que dé cabida al cambio (que no esté ya definido en-sí mismo).    El para-sí es el actuar de los seres que pueden elegir (la conciencia) y, por tanto, su ser no está determinado. 


El para sí, la conciencia, es un ser en el que constantemente puede elegir y cambiar; por lo que no se puede definir de una forma definitiva (su manera de ser, su actuar como individuo) y, por ello, hasta cierto punto no se puede decir que es (puede cambiar constantemente, nunca es de una forma plena: siempre es potencial).  Por ello dice Sartre que es nada.  Cada vez que se actúa es de una manera, somos de una manera y después puede ser de otra (a cada momento se es algo, en acto es algo), pero nunca llegamos a ser del todo, siempre estamos pendientes de ser diferentes (elegir actuar de otra manera), siempre se es potencia.  El ser humano es una pasión inútil.





El conflicto: los otros




El ser humano se encuentra con otros seres humanos y este encuentro es conflictivo. Observamos a otra persona y, de esa forma, lo convertimos en objeto, en objeto de observación. El problema es que la otra persona hace lo mismo y la compañía nos resulta conflictiva. 

 

Aquí se ve que ha heredado de Heidegger la consideración que designaba al ser humano como ser libre.  Y al igual que él, tiene que decir que el ser libre supone el actuar en el mundo y junto/con los demás.  .  Hay que mirar que tipo de relación consiste entre el para-sí y el resto de para-sí que le rodean.

 

El otro nos sirve para definirnos, en tanto que vemos a seres parecidos a nosotros pero que no son yo y nos permite ser en tanto otros.  Observamos a los otros y los juzgamos.  Los tratamos como objetos.  Sin embargo, ellos nos pueden devolver la mirada.  Eso nos da pudor. 

 

Lo descrito es lo que lleva al conflicto.  No sólo nos encontramos a un ser al que no podemos convertir en objeto, sino que nos hallamos ante un ser que pretende transformarnos en objeto.  Cada uno pretende objetualizar al otro, para poder desenvolvernos con ellos. 



Se pretende al otro que se comporte como un objeto, aunque no lo sea.  Se trata al otro como un instrumento de mis propósitos para poder desenvolver mi ser, para hacer mi voluntad.  El conflicto surge porque los otros también pretenden hacer lo mismo y hay tensión y enfrentamiento porque ninguno quiere ser alienado.



El otro es un ser que puede degradarnos.  Estamos en constante tensión y enfrentamiento con él.  Es un ser potencialmente peligroso y amenazante.  Es un infierno estar con los otros.  Eso hace que no se tenga mucha consideración hacia los otros.  Hacia alguien que nos puede dañar (y si no se quiere ser dañado) sólo se puede padecer hacia el aversión y desconfianza.  Esto hace difícil la convivencia y el ejercicio del deber.  Es costoso tratar a alguien con respeto si se siente miedo o asco hacia los demás.  El resultado no es satisfactorio, pues la convivencia es una convivencia conflictiva y en tensión.



Además de eso, todos tenemos intereses y vivimos en una sociedad en el que la distribución de recursos no es social, sino sometida a un capitalismo salvaje, en el que las personas acceden a los recursos por medio del dinero y en el que el trabajo no está asegurado (de ninguna manera, es cada vez más precario en Occidente y semiesclavo en países del tercer mundo). Vivimos con seres que nos consideran objetos (con la falta de escrúpulos que ello implica) y con los que tenemos que competir para conseguir los medios de subsistencia. Toda filiación es temporal y mientras no haya relaciones de poder hay buen ambiente, pero cuando hay riesgos de despidos, generalmente, cada cual va por su camino y trata de trepar como sea (si es que no ponen la zancadilla directamente).



Las relaciones de poder en la pareja también son asimétricos. Como señalaba Simone de Beavoir, este enfrentamiento al Otro se realiza contra la mujer (que es de una manera u otra tratada como objeto de dominación).



Beauvoir entiende que las relaciones hombre/mujer en las sociedades patriarcales consisten en las relaciones amo/siervo. El hombre necesita considerarse sujeto y, para eso, tiene que haber otro ser que haga de objeto para que él, como es diferente, le permita proclamarse sujeto.  Entiendo que en las actitudes patriarcales, el hombre trata a la mujer como objeto para situarse por encima de alguien y poder sentir que "él es alguien", que el es sujeto, frente a otro ser diferente que será un objeto.  El hombre trata a la mujer como objeto (de deseo, de servidumbre, de reproducción...) para situarse por encima de ella.  Necesita a alguien que le reconozca como sujeto, pero él la trata como si fuera un objeto. El hombre se ve como sujeto al tener frente a un ser diferente a él que ve como objeto, la mujer: al ser diferente de la mujer, que es el objeto, entonces puede considerarse un sujeto. 



En general, en nuestra sociedad la mujer es presentada desde diferentes medios (publicidad, películas, series de televisión...) como objeto, como objeto de deseo. Es presentada bajo posturas y actitudes sexuales y serviles. No pasaría nada si se presentará a la mujer como sujeto sexual activo, como persona con carácter e iniciativa que vive la sexualidad con libertad, pero frecuentemente es cosificada sexualmente adoptando posturas y actitudes de sumisión, servilismo y objetualización. En la publicidad, se expone el cuerpo femenino (no su personalidad) como parte de la promoción, subconscientemente como parte del producto y “cosa” a adquirir en caso de que se compre el producto o servicio anunciado (subliminalmente se da a entender que si se consume lo anunciado, se logrará de alguna manera atraer a una mujer sumisa y esclava sexual de los hombres).



La dialéctica del amo/esclavo de Hegel pasa a ser entre los sexos la dialéctica del amo y la esclava. El papel de la mujer es el de una subordinada del varón, es tratada como la referencia de una instancia más alta y básica (siempre se habla de una mujer como “la madre de”, “la esposa de”, “la secretaria de”…). Su modo de ser (su modo de ser tratada, de actuar y de poder desenvolverse en el mundo), está fijado como contingente (no necesario) o dependiente de un modo de ser considerado como modo de ser positivo (existente, que se está realizando o desenvolviéndose) en el mundo, que es el del varón y a partir del cual y para el cual se realizan los demás modos de actuar, que están orientados (y dirigidos y planteados) hacia él.



En el mejor de los casos, en el primer mundo, la mayoría de mujeres cobra menos que los hombres ocupando los mismos puestos (por lo menos, un 15% menos), tiene menos oportunidades laborales (hay gran feminización de la precariedad laboral y puestos bajos), se ocupa de la mayor parte de las tareas del hogar y de cuidados (de niños, padres...). Todavía la mayoría de las mujeres de nuestra sociedad, para nuestra vergüenza masculina, son de hecho sirvientes del hombre (pese a que las feministas hayan conseguido cambiar muchas cosas y todavía sigan luchando para que la mujer tenga los mismos derechos -laborales, de ocio y reposo- y deberes -reparto de tareas del hogar y cuidados-).



En conclusión, estar con los demás puede ser un verdadero infierno. Normalmente, tenemos relaciones cordiales y afectivas, pero siempre con conflictos latentes, luchas de poder y resquemores que pueden estallar en cualquier momento. El ambiente de trabajo se puede enrarecer, las costricciones a las que se le somete a la mujer se descargan con justicia (en el mejor de los casos con activismo feminista) y la exclusión social conduce al robo y a la violencia.





En conclusión, estar con los demás puede ser un verdadero infierno. Normalmente, tenemos relaciones cordiales y afectivas, pero siempre con conflictos latentes, luchas de poder y resquemores que pueden estallar en cualquier momento. El ambiente de trabajo se puede enrarecer, las costricciones a las que se le somete a la mujer se descargan con justicia (en el mejor de los casos con activismo feminista) y la exclusión social conduce al robo y a la violencia.

Bibliografía y webgrafia:


-Galparsoro, J. I. 1997: Betiereko itzulera

 Nietzscheren pentsaeran. Donostia: Jakin.

 

-Nietzsche, F. 1999: Así habló Zaratustra. Madrid: 

Edimat Libros.


-Nietzsche, F. 2000: La genealogía de la moral.

 Madrid: Editorial EDAF.


-Nietzsche, F. 2010: Fragmentos póstumos. Madrid: Tecnós.


-Heidegger, M. (2006). ¿Qué es metafísica? Madrid: Alianza Editorial.



-Heidegger, M. (2012).  Ser y tiempo.  Madrid: Trotta.

 
-Sartre, J. P. (1976).  “El existencialismo es un humanismo”. [Consultado: el 14 de marzo de 2019] Buenos Aires: Facultad de Filosofía de San Damaso, subido en: https://www.ucm.es/data/cont/docs/241-2015-06-16-Sartre%20%20El_existencialismo_es_un_humanismo.pdf.



-Sartre, J. P. (2008). La náusea. Buenos Aires: Losada.

-Sartre, J. P. (2005). El ser y la Nada. Buenos Aires: Losada.
 
-Schopenhauer, A. (2000): El mundo como Voluntad y representación. Madrid: Akal.

- Watts, Alan  2006: "El camino del zen",  Barcelona: RBA.


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