2022(e)ko maiatzaren 30(a), astelehena

Optimismo de Leibniz

 

 Optimismo de Leibniz


Juan José Angulo de la Calle


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Leibniz, el último académico que trató todos los saberes de su época, era un racionalista extremadamente optimista, que consideraba que la misma armonía preestablecida que había en el universo podía existir entre personas. Fue un diplomático que creía que, por medio de la razón, se podía hacer que otros países aceptaran las justas imposiciones de su país y procuró que hubiera un entendimiento ecuménico entre protestantes y católicos. No podía ser que la razón que lo ordenaba todo, no permitiese un entendimiento entre cristianos.


Según él, todo lo que existe esta ordenado por la gran sabiduría de Dios, cuya bondad solamente podría haber creado el mejor de los mundos posibles. Estábamos en un mundo en el que, si parecía que ocurrían maldades e injusticias impunes, era por pura ignorancia del gran plan global, que a gran escala procuraba en realidad un bienestar general al final.


Su pensamiento era un optimismo ingenuo que intentaba superar la teodicea clásica que señalaba que Dios, como creador de todo, debió de crear también el mal. Esta suposición se atribuyó erróneamente a Epicuro. Se ponía en sus labios que, si existe el mal, era porque Dios lo había creado y, por tanto, no era completamente bondadoso y no era Dios, sino genio maligno; o bien porque lo permitía, y, por tanto, era impotente y no era Dios. En realidad, Epicuro defendió que los dioses respetan nuestro libre arbitrio: argumentó que los dioses eran perfectos y, consecuentemente, no tenían por qué intervenir sobre los asuntos humanos, respetando nuestra capacidad de decidir y actuar.


Según Leibniz, todo era una gran realidad racional ordenada en una armonía preestablecida, como si de un destino estoico lleno de causas se tratase. Defendió que la realidad en su conjunto debía conformar un gran entramado causal, que debía aceptarse siempre. La apariencia de la maldad debía ser negada. Se debería considerar que lo que parece malo es algo racional, pero que su verdadera bondad era todavía desconocida por los mortales.


Era como si el hevel, humo, del que hablase el Eclesiastés, fuera meramente una cuestión de ignorancia. Todo era humo que con el tiempo acaba desapareciendo y lo único estable era la Providencia divina, a la que debía atenerse el ser humano para buscar paz.


En la visión de Leibniz, este humo no era simplemente la realidad que todo cambia y es inestable (salvo la divinidad); sino que, lo que parece destructivo, era mera apariencia y desconocimiento del gran plan divino. La Providencia era demasiado compleja como para que pudiese ser atisbada por las limitaciones de los pobres mortales.


Voltaire supo parodiar espléndidamente la ingenuidad de Leibniz en su nóvela Cándido, en la que un joven bastardo de un Papa ficticio fue educado por una versión caricaturizada de Leibniz, llamado el maestro Pangloss. La novela trataba de mostrar básicamente la afirmación de Voltaire de que el mundo era el peor de los mundos posibles (ya que un modo todavía peor simplemente sería la inexistencia). Mostraba constantemente cómo la corrupción y opresión de los gobernantes, tan crápula como inepta, gozaba de una impunidad tan grande como su dominio.


Frente a los incorregibles avatares terribles que sufrieron Cándido y sus allegados, su cabezota maestro leibniziano ponía las excusas cada vez menos creíbles y más risibles. El mundo se mostraba una impenitente constante refutación a todo optimismo: era una poza en la que la ignorancia, la estupidez y el arribismo se ponían por encima de la racionalidad, la virtud y la honestidad. Todo era corrupción salvo en clamorosas excepciones como la organización de el Dorado (ciudad aislada y cubierta de oro, en la que no había propiedad privada y sus consecuentes desigualdades sociales e injusticias). La utopía de la sociedad ideal de la ficticia ciudad del Dorado mostraba que, en realidad, era posible vivir en una sociedad justa. Esta excepción hacía que la corrupción generalizada fuera todavía más execrable.


Finalizó la novela con el lema: il faut cultiver notre jardin, “se tiene que cultivar el jardín”. Como parábola de la impotencia infinita, los personajes se rindieron a la fatalidad y renunciaron a cambiar el mundo, limitando su curso de acción a vivir de lo que buenamente podían conseguir por su propio trabajo y en su propio redil. Toda una moraleja fatalista.


Sin embargo, la visión armónica acerca de la totalidad consiguió perdurar. Según esta visión, la materia se podía dividir hasta el infinito (como el cálculo infinitesimal que descubrió el mismo Leibniz, de forma paralela a Newton). Desde este punto de vista, la base de todo tenía que ser inmaterial: unas mónadas o “átomos” inmateriales independientes, que estaban programados de forma preestablecida para que toda la naturaleza funcionara en un orden y concierto, similar a las majestuosas sinfonías de Bach. Todo lo que pasaba y se hacía era a mayor gloria de la armonía preestablecida, como si el lema jesuítico fuese el principio vertebrador de la sociedad: todo era Ad Maiorem Dei Gloriam, a mayor gloria de Dios.


No se puede llegar a imaginar el gran estupor que debió sentir Leibniz cuando sus esfuerzos para que se entendiesen católicos y protestantes fueran mal interpretados por las autoridades eclesiásticas de las distintas iglesias cristianas. Su actividad fue tomada como una suerte de reconocimiento exclusivo de cada uno de sus confesiones. Molestas porque no tomara partido alguno y situarse en un justo medio que buscaba el entendimiento entre ambas, Leibniz fue llamado finalmente por ellas: “Glaub nitchs”: “no creo en nada”.

 

 

Bibliografía:


-Arana, J. R. (2005): Balada de la filosofía y de la ciencia.  Barakaldo: Ediciones de Librería San Antonio. 



-Epicuro  (1985): Carta a Meneceo y máximas capitales.  Madrid: Alhambra.



-Leibniz, G. W. (1992): Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano.  Madrid: Alianza Editorial.



-Leibniz, G. W. (2002): Monadología. Córdoba: Editorial Folio.



-Russell, B.  (2009): Historia de la Filosofía.  Madrid: RBA.


-Voltaire (2006): Cándido /  

Micromegas / Zadig.  Madrid Cátedra.

 

 

2022(e)ko maiatzaren 23(a), astelehena

Los eleatas y el cambio

 

 

Los eleatas y el cambio

 

Juan José Angulo de la Calle

 

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El cosmos sería un enorme orbe cósmico según Parménides. En un poema trata sobre esta cuestión. En él relata que su carruaje le llevó hasta la presencia de la diosa de la Sabiduría: Atenea. Ella decía que las cosas son de una manera determinada o no son; pero nunca pueden ser y no ser a la vez: no puede haber cambio aunque sea a nivel del conjunto del cosmos. 

 

Según este planteamiento, si se viera la totalidad del universo, solamente se vería una esfera, símbolo matemático de la perfección (una representación de la de la incipiente ciencia matemática tálica, arquimédica, pitagórica y euclidea).


El filósofo Parménides defiende que nada cambia, que si se viese el ser entero en su conjunto se vería que no hay modificaciones globales y esenciales porque el cosmos debe ser ordenado o tendría que desaparecer, indica que las cosas son o no son, pero nunca las dos cosas a la vez. En el cosmos o se es o no se es, no hay tercera opción y no puede haber, por tanto, ningún intermedio.

 

Los discípulos de Parménides, sobre todo Zenón de Elea, trataron de defender la posición de su maestro por medio de paradojas lógicas que “mostraban” que el movimiento no existe. El veloz Aquiles, de pies alados, no podía alcanzar a la tortuga que iba infinitamente lento, dado que ninguna velocidad puede llegar a lo infinitesimal. 

 

Todo estaría quieto.  Solamente que a cada momento cada objeto estaría en una posición diferente.  Cada instante sería como el fotograma de una película antigua, en la que está todo detenido en una posición y solamente la sucesión de imágenes quietas dan una impresión subjetiva de movimiento  


Zenón señala que no hay movimiento, sino que hay cosas quietas en una posición y que en cada momento está en una distinta, como si fueran cuadros casi idénticos que sucedieran unos a otros. Defendería que el arco no alcanza ningún blanco porque, para llegar a él, tendría que llegar a la mitad del camino, para llegar hasta la mitad debería ir a la mitad de la mitad y así hasta el infinito...

 

 

Bibliografía:


-Arana, J. R. (2005): Balada de la filosofía y de la ciencia.  Barakaldo: Ediciones de Librería San Antonio.


-Diógenes Laercio (2007)Vidas de los Filósofos Ilustres.  Madrid: Alianza Editorial.

 

-Heráclito, Parmenides et Empédocles  (1995): Textos presocráticos.  Barcelona: Edicomunicación.

 

-Russell, B.  (2009): Historia de la Filosofía.   

Madrid: RBA.

2022(e)ko maiatzaren 20(a), ostirala

Escepticismo, epojé y ataraxia

Escepticismo, epojé y ataraxia 


Juan José Angulo de la Calle

 

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Los escépticos, dirigidos por Pirrón, consideraban que no podía haber un saber total y que las dudas mostraban que nada puede ser tomado sin un cierto grado de sano escepticismo. Dicha actitud, nos hacía sentir una elevación, una epojé, una ligereza por la serenidad que genera el saber que no hay verdades absolutas y totalitarias.


Los escépticos procuraban dudar de todos los sistemas filosóficos y cuestionaban todo. Ponían objeciones y realizaban refutaciones. Procuraban que no pudiesen ser plausibles verdades absolutas que lleven al dogmatismo, a posiciones extremistas y absolutistas. Esto alejaba la presión y los temores a posibilidades terribles como los infiernos del Hades, las maldiciones y las posiciones ético-políticas demagógicas.


La mente divagaba en el abandono del juicio o epojé, tenía experiencias particulares directas y tenía mayor naturalidad en la vida. Se alejaba de dogmatismos extremistas y de presión por lograr saber absoltuo. Un modo de vida sin extremos conceptuales permitía lograr la serenidad o ataraxia: el equilibrio de emociones y calma mental.

 


Bibliografía:


-Diógenes Laercio (2007)Vidas de los Filósofos Ilustres.  Madrid: Alianza Editorial.


-Schlanger, J. (2000): Sobre la vida buena. Madrid: Editorial Síntesis.

2022(e)ko maiatzaren 17(a), asteartea

Cinismo, la Escuela del Perro

 

 Cinismo, la Escuela del Perro


Juan José Angulo de la Calle

 

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Antístenes fue discípulo de Sócrates. Sócrates denunciaba la usura y el lujo, tomándolo como innecesario.  Un día se acercó al mercado y dijo: "cuántas cosas que no deseo".  Además, Sócrates hacía uso de la ironía para criticar los defectos, la ignorancia y las contradicciones de los prejuicios.


En el caso de Antístenes, tomó la crítica al lujo y decidió vivir con austeridad, prácticamente con lo puesto.  Defendía que había que vivir como un perro.  Un día invitaron a Antístenes a una fiesta.  Le acomodaron en el suelo y le tiraban sobras, en tanto que era lo que se hacía con los perros.  Antístenes lo aceptó, pero se levantó al final y orinó en la pared levantando una pierna. Si le trataban como a un perro, él se comportaría como tal.

 

El principal precepto del cinismo era que el ser humano debe vivir conforme a la naturaleza libre humana: el ser humano debe vivir con lo justo para subsistir porque buscar algo más conduce a no ser libre del todo y tener que ser servil para conseguir dinero de otros.

 

Su discípulo, Diógenes de Sínope, un día cruzó Atenas con una linterna en pleno día. Exclamaba que buscaba: "un ser humano".  Cuando se le acercaban hombres, él decía: "busco personas, no escoria".  La ironía socrática pasó a ser sarcasmo mordaz en Antístenes y Diógenes.

 

La fama de Diógenes llegó hasta Alejandro Magno. El rey de Macedonia aprovechó una misión oficial en Atenas para visitar al filósofo cínico. El Magno lo encontró en la tinaja en la que vivía y le dijo tanto con solemnidad como con orgullo:


- Yo soy Alejandro, rey de Macedonia.


- Yo soy Diógenes, el perro – repuso el filósofo cínico, como réplica.


Alejandro debió de sentirse atónito, tanto por ver la compostura del sabio frente a su majestuosidad, como al contemplar su ejemplar humildad. Cuando se repuso, le dijo:


- Te admiro. Pídeme lo que quieras y yo te lo daré.


-Pues apártate - le pidió Diógenes –, que me quitas el sol.


El Magno se fue lleno de un evidente gozo de asombro [thauma, la emoción que su antiguo maestro concebía como la base del saber y de la naturaleza curiosa de la humanidad]. No pudo menos que exclamar:


- Si no fuese Alejandro Magno, querría ser Diógenes.

 

Discípulos de Diógenes fueron Hiparquia y Crates.  Crates fue maestro de Zenón, que fundaría la escuela estoica. Zenón también defendió que había que vivir conforme a la naturaleza; y cuando arguyó que la realidad es racional, porque todo tiene una causa y explicación, defendió que había que vivir conforme a la racionalidad, aceptar la realidad toda en tanto racional y asumir todo lo que pasa en la vida, en tanto que se entiende por la razón que tiene que pasar necesariamente. 


Bibliografía:


-Diógenes Laercio (2007)Vidas de los Filósofos Ilustres.  Madrid: Alianza Editorial.


-Schlanger, J. (2000): Sobre la vida buena. Madrid: Editorial Síntesis.

2022(e)ko maiatzaren 15(a), igandea

Hedonismo elevado de Epicuro

 

Hedonismo elevado de Epicuro

 

Juan José Angulo de la Calle

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Los placeres son parte de la vida.  El hedonismo defendía que, como aspecto importante de la vida, se debía procurar tratar los placeres y darles un orden, de forma que conduzcan a las excelencias [areté] o virtudes. 

 

Aristipo había defendido que la felicidad se logra por buscar el placer y evitar el dolor.Epicuro siguió este hedonismo, pero le dio más énfasis a la segunda parte. El atomista señaló que había que evitarse los placeres excesivos (por sus efectos dañinos para la saludo, como la indigestión que se produce después de comer demasiado) y buscar los más elevados. Estos placeres son moderados, al alcance en todo momento y son más estables. Los dos principios de Aristipo se cumplirían por medio de placeres moderados.

 

Según Epicuro todo estaría compuesto de unas semillas básicas indivisibles o "átomos" porque todo se puede dividir y tiene que haber algo tan pequeño y básico que no pueda dividirse para que haya una base de la realidad estable.  

 

Así, no hay fuerzas extrañas ni maldiciones posibles.  Si existiesen los dioses, se ocuparían del orden de esta realidad material y, como seres perfectos, no se entrometerían en asuntos humanos.  Nada hay que temer, entonces, de ellos. 


Además, si todo es material y la muerte es el cese de la sensación, no hay nada tras ella y no hay infiernos terribles del Hades.  Sería la ausencia de sensibilidad, la imposibilidad de sentir dolor.  Así, no es terrible: sería un sueño.

 

Nada habría en la materia que debería dar miedo al que la conoce. Así que lo mejor es disfrutar con las virtudes intelectivas y racionales porque es la mejor forma de llevar una vida buena: equilibrada y llena de excelencias.

 

La vida buena se lograría con el gozo que da la práctica equilibrada de virtudes como la amistad, la filosofía, la actitud templada y la honestidad. La virtud sería la fuente del placer excelente porque permite llevar una vida moderada, templada y serena, y ello supone alcanzar una gozosa serenidad o ataraxia.

 

Cicerón analizó esta postura y estableció que la búsqueda del placer no llevaba a la vida buena, en tanto en cuanto, de por sí, la búsqueda del placer por el placer puede llevar a excesos, a la molicie, a la decadencia y a actitudes egoístas.  Si había placeres que conducían al cumplimiento de los deberes y obligaciones cívicas, entonces no eran ni siquiera necesarios porque no añaden nada al cumplimiento racional y voluntario del deber.

  

Además, señalaba que no llevaban ellos a la felicidad porque hay casos en los que el placer no compensa el dolor.  e.g. En el potro de tortura de nada valdría estar estimulado o lograr gratificación por el empeño de la contemplación racional, pero la dureza del carácter, más propia del entendimiento racional y la actitud estoica, sí que permitiría sobrellevar con aplomo todo.

 

 Siglos después, Séneca también examinó el epicureísmo. Valoró su tendencia a la moderación y a la práctica de la virtud.  Sin embargo, criticaría toda forma de búsqueda de placer, por muy elevados que fueran los placeres epicúreos.

 

Séneca defendía que el superar los caprichos de las pasiones desatadas produce un endurecimiento de carácter y una moderación que da lugar a feliz serenidad [ataraxia].  Sin embargo, señalaba que hay que cumplir con el deber por obligación y por mandato de la razón, no se debía cumplir con el deber pensando en la felicidad que da (porque dicha tendencia a la búsqueda del placer puede resultar voluble, en tanto en cuanto el ansia de placer es caprichoso y puede llevar a la molicie decadente).

 

 

Bibliografía:


-Cicerón, M. T. (2005): Disputaciones Tusculanas.  Madrid: Editorial Gredos.

 

-Diógenes Laercio (2007)Vidas de los Filósofos Ilustres.  Madrid: Alianza Editorial.


-Epicuro 
(1985): Carta a Meneceo y máximas capitales.  Madrid: Alhambra.

 

-Epicuro (2005): Obras completas.  Madrid: Cátedra


-Epicteto 
(2012): Un manual de vida.  Barcelona: Los pequeños libros de la sabiduría.

 

-Gandara, D. (2007): Séneca. Vida, pensamiento y obra.  Barcelona: Ediciones Orbis.

 

-Séneca (1984): Diálogos.  Madrid:  Editora Nacional.

 

-Séneca (2011): Sobre la vida feliz. Madrid: Gredos.

 

-Schlanger, J. (2000): Sobre la vida buena. Madrid: Editorial Síntesis.

2022(e)ko maiatzaren 2(a), astelehena

Ciencia y filosofía europea

 Ciencia y filosofía


Juan José Angulo de la Calle



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Los filósofos europeos han sido intelectuales, estudiosos y, por tanto, conocedores de los desarrollos en ciencia.  Hasta tal punto, que se vieron poderosamente influenciados por las teorías científicas de su época.
 
La teoría de las Ideas de Platón pudiera resultar no intuitiva.  Platón considera que los seres en el mundo material cambian, pero disponen de unas características comunes en una especie y sus miembros, aunque se corrompan, las transmiten a la siguiente generación (siempre hay algo que se repite, como si fuera el ADN o la composición química).
 
Platón considera que las regularidades y arquetipos modélicos no pueden proceder de un mundo cambiante, así que deduce que tienen que proceder necesariamente de un mundo sin cambios: un mundo de las Ideas o Formas.
 
Este mundo se conoce por la abstracción, la racionalidad y la dialéctica que pasa de la sensibilidad, a las formas matemáticas de los seres y a las Formas ideales finales.  
 
Platón estudió con los pitagóricos, que consideraban la realidad como numérica (dado que todo puede ser medido y la matemática, por tanto, debe dar cuenta de algo real del mundo: algo que consideraban lo más fundamental).  Platón no podía llegar a otras conclusiones que las que extrajo porque la ciencia del momento, lo más riguroso, era la matemática.  Ello llevó a que tuviera una concepción cercana a la abstracción y racionalidad de la matemática.
 
Aristóteles, en cambio, era hijo de un médico.  La medicina de la época emitía diagnosis por observaciones.  Entonces, él pudo consignar que el conocimiento puede venir de la experiencia.  A partir de ahí, determinó que las regularidades del mundo se pueden captar por la observación, en tanto que hay signos claros en la parte externa de los seres de cada especie.  
 
En esta línea, negó que el saber viniera solamente de la abstracción, dado que ella es demasidado ideal y nos aleja de la realidad.  Negó el mundo de las Ideas porque era indemostrable y demasiado formal para ser real.  Determinó que las regularidades que se observan en el mundo no necesitan proceder de fuera del mundo porque ya estaban en él.
  
Todo estaría formado de Formas, que estarían dentro de las cosas mismas: serían las Esencias en las que se reflejara la auténtica naturaleza de las cosas (todo se mueve, pero se mueve a una forma final y dicha última fase tendrá que ser la apoteosis del proceso de desarrollo y, por tanto, la naturaleza plena).
 
En la modernidad, el descubrimiento de la pólvora en Europa llevó a un desarrollo de la balística y el cálculo de parábolas matemáticas.  Estos descubrimientos se aplicaron a la astronomía y ello condujo a una revalorización del pitagorismo.  Ello llevo a los primeros pasos de la ciencia moderna, con la hipótesis heliocéntrica de Copérnico, la astronomía de Kepler y la ciencia hipotética-deductiva y matemática de Galileo.
 
La razón se revaloró, se vieron las grandes capacidades de la mente humana [sobre todo, tras la recuperación de textos clásicos grecorromanos acerca de temas mundanos y humanos].  Todo se medía en función del criterio humano y sus capacidades propias.  
 
El ser humano se volvió la medida de todas las cosas.  Ello condujo al humanismo renacentista.  Por él, Pico Della Mirandola defiende que el ser humano es con gran dignidad porque por su libre arbitrio y capacidades puede cumplir las virtudes más nobles.

Más adelante, se desarrolla el álgebra: una parte de la matemática que descubre incógnitas.  El matemático Descartes defiende un método basado en una duda metódica que permita refutar lo que no es admisible y así poder llegar a lo más certero.

Newton plantea que el espacio y el tiempo son parámetros absolutos [siglos después, Einstein probará que son relativos].  Kant conocía la obra de Newton e, influído por él, postuló que los puntos de partida del saber son las nociones de espacio y tiempo (porque son las que permiten ubicar los fenómenos primeros que aparecen al entendimiento del sujeto).

En Así habló Zaratustra, Nietzsche señala que el ser humano es ridículo frente al superhombre [übermensch] de la misma forma que el simio lo es para el ser humano.  El concepto del superhombre de Nietzsche se basó en la teoría de la evolución de Darwin.
 
Por otro lado, por sus escritos póstumos se sabe que Nietzsche estuvo pendiente de los nuevos descubrimientos en la teoría de la termodinámica, por la que la materia no se crea ni se destruye, sino que se transforma.  En esta realidad así descrita, queda plausible su postulación acerca del eterno retorno (el que la vida tal como la estamos viviendo se repetirá una e innumerables veces, en supuestos ciclos del desarrollo del universo).
 
Karl Marx, por su parte, estudió los textos de economía política de Adam Smith y David Ricardo.  Partiendo de una crítica a la economía política del momento, escribió: El capital, texto fundamental de su materialismo histórico.
 
Entre otros autores, los descritos son aquellos en los que más claramente se ve el influjo de la ciencia respecto a la filosofía europea. Hay más, pero queda claro que en los círculos académicos ha sido muy importante la aportación científica; tanto que han condicionado bastante los límites del pensamiento (de manera que se haya evitado acercarse a lo absurdo, refutado o poco riguroso desde el punto de vista de la ciencia). 

 

Bibliografía:

 
-Arana, J. R. 2005: Balada de la filosofía y de la ciencia.  Barakaldo: Ediciones de Librería San Antonio.


-Aristóteles 1980: La metafísica. Madrid: Editorial Espasa-Calpé.


-Aristóteles 1999: Moral, a Nicómaco.  Madrid: Espasa Calpe.
 

-Arrieta, A. & Uribarri, I. (koord.)  2008: Filosofiaren historioa.  Donostia: Elkar.



-Diógenes Laercio 2007.  Vidas de los Filósofos Ilustres.  Madrid: Alianza Editorial. 
 
 

-Kant, I. 2002: Crítica de la razón pura. 

Barcelona: Ediciones Folio.

 
 
-Marx, K. 2008: El capital.  México D. F.: Siglo XXI editores.
 
 
-Nehamas, A. 2002: Nietzsche. La vida como literatura. México, D.F. : Fondo de Cultura Económica.
 

-Nietzsche, F. 1999: Así habló Zaratustra. Madrid: Edimat Libros.
 
 
-Nietzsche, F. 1999: Ecce homo. Madrid: Edimat Libros.
 
 
-Nietzsche, F. 1999: El crepúsculo de los ídolos.  Barcelona: Fontana. 


-Nietzsche, F. 2000: La genealogía de la moral. Madrid: Editorial EDAF.
 

-Nietzsche, F. 2010: Fragmentos póstumos. Madrid: Tecnós.
 
 
-Platón 1994:  La República o el Estado.

 Barcelona: Edicomunicación.
 
 
-Russell, B.  2009: Historia de la Filosofía.   
Madrid: RBA. 
 
-Tarnas, R.  2021: La pasión de la mente occidental.  Girona, Atalanta.
 
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