2014(e)ko martxoaren 29(a), larunbata

2014(e)ko martxoaren 22(a), larunbata

Poema de Ilargi1


Poema de Ilargi


Si estás en soledad
entonces llega el silencio,
nadie puede molestar,
y surgen los pensamientos.

¿Por qué luchar por la felicidad
si buscar la ausencia de dolor
tiene mucha más viabilidad
y sedas la vida con sopor?




La vida es solo tensión,
irracionalidad, locura,
impotencia, indefensión,
y presión que perdura.

Si no alcanzas lo que necesitas,
te hundes en la frustración.
Si consigues lo que precisas,
llega el tedio y la decepción.

Sentada en una esquina,
busco vegetar y marchitarme.
Pudrirme es una buena esquiva:
que estoy viva me permite olvidarme.

2014(e)ko martxoaren 20(a), osteguna

Hetero-normatividad y patriarcado



Hetero-normatividad y patriarcado

Juan José Angulo de la Calle

Dentro de nuestra sociedad hay una serie de normas no escritas que procuran “normalizar” la vida sexual de las personas. Dentro de esta normatividad impuesta de manera sutil y subconsciente, se dejan fuera, entre otras realidades, las orientaciones sexuales distintas a la heterosexualidad. No hay más que ver que las parejas homosexuales no expresan en público muestras de afecto tan normales como ir de la mano o besarse por miedo al rechazo social. Dentro de los términos que forman parte de las conversaciones de la gente, se usan los términos como “marica” o “nenaza” para referirse a los homosexuales masculinos. Hay un claro machismo en estas palabras llenas de connotaciones negativas: se considera que un varón que se pueda parecer en algo a las mujeres es un ser degradado. Seguramente, se aplican términos igual de negativos respecto a la homosexualidad femenina por el hecho de que las mujeres homosexuales no dan placer a ningún hombre, porque no sirven a un hombre y eso es considerado una disfunción.

La sexualidad que se promueve en nuestra sociedad tiene cierto liberalismo en el cual se permite que los varones usen o consuman a las mujeres como objetos para obtener placer. Se impulsa estas ideas subliminales a través de las imágenes de la publicidad, la televisión, el cine y otros medios sin ninguna estrategia consciente o conspirativa, pero con una eficacia terrible y beneficiosa para el sistema patriarcal. Sus resultados se pueden ver en cómo es vista la sexualidad activa en hombres y mujeres: un varón que consigue copular con muchas mujeres es considerado y tratado como un campeón, y, en cambio, a una mujer que hace lo mismo respecto a los hombres es tratada como un ser sucio y llamada: “guarra”.

Esta “permisividad” es bien vista por la sociedad siempre en cuando las personas tiendan a un modelo de pareja patriarcal y es a lo que tienden las personas de forma acrítica. Las personas acaban conviviendo en pareja de forma asimétrica, en una coexistencia en la que subconscientemente se asume que, aunque trabaje fuera de casa, la mujer debe ocuparse de la mayor parte (sino todas) de las tareas del hogar y el cuidado de los hijos. De esta manera, la sexualidad liberal que en principio es presentada como lo normal, conduce a un modelo de pareja que reduce la sexualidad a la genitalidad y la reproducción dentro de unas relaciones patriarcales.

Según Marcuse, la reducción de la sexualidad a unos límites pequeños es una forma de represión que facilita la creación de una disciplina de trabajo férrea y acrítica. Las personas que exploran su sexualidad y la pretenden vivir libremente, al embarcarse a la búsqueda de la satisfacción en la vida, tienden a buscarlo en todos los ámbitos de ella (mejoras en condiciones laborales, políticas o sociales) y pueden tender a la búsqueda de cambios sociales. Para él, la restricción y reducción de la sexualidad a unos parámetros mínimos es una forma de control social.

La sexualidad no es sólo reproducción, no es sólo penetración, no es sólo genitalidad, no tiene por qué ser forzosamente heterosexual y no es utilización de los demás como objetos de consumo. También puede ser buscar el placer en zonas erógenas no exploradas, compartir y cooperar de forma simétrica sin restricciones culturales ni normas impuestas.

2014(e)ko martxoaren 17(a), astelehena

2014(e)ko martxoaren 15(a), larunbata

2014(e)ko martxoaren 11(a), asteartea

Sartre y las otras personas



    Sartre y las otras personas

Juan José Angulo de la Calle


El para-sí

En “El ser y la nada” encuentra Sartre dos modos de ser: el en-sí y el para-sí. El en-sí es un modo de ser determinado ya, es lo que se aparece en la conciencia con un modo de ser fáctico y opaco. Es el modo de ser de las cosas: que es ser de una manera fija, sin que dé cabida al cambio ( que no esté ya definido en-sí mismo). “ [ ...] El en sí no puede ser designado más que analíticamente como “el ser que es lo que es”. No es posible ni es necesario: es simplemente.”1 El para-sí es el actuar de los seres que pueden elegir ( la conciencia) y, por tanto, su ser no está determinado. “ [ ...] el para sí, la conciencia representa la afirmación de lo indeterminado. [ ...] el para sí funda la posibilidad de la libertad frente al determinismo del en sí”2.

El para-sí es la conciencia que se observa a sí misma y trata de proyectar una imagen de sí misma, una identidad, un intento de autodeterminarnos como un en-sí o un ser con unas características dadas, pero que nunca llega a ser en-sí porque la conciencia, el para-sí, es diferente siempre al en-sí que simplemente es y no tiene que proyectar una manera de ser entre muchas posibilidades a elegir. 

El para sí, la conciencia, es un modo de ser en el que constantemente se puede elegir el curso de acción y, por tanto, permite cambiar la conducta y la manera de ser. Esto llena de incertidumbre y angustia, hasta llegar a la náusea existencial.

Por tanto, el ser-para-sí no se puede definir de una forma definitiva ( su manera de ser, su actuar como individuo) y, por ello, hasta cierto punto no se puede decir que es ( puede cambiar constantemente, nunca es de una forma plena: siempre es potencial). Todo intento de considerar de que ya se tiene una identidad determinada es un autoengaño o una mala fe para calmar la angustia existencial. 

La realidad es que el ser humano nunca puede definir su ser del todo, se proyecta y no tiene otra ley que la que se da a sí mismo. Por ello dice Sartre que es nada. Es una exageración porque cada vez que actúa es de una manera, aunque después pueda ser de otra (pero a cada momento es algo, en acto es algo).

El conflicto: los otros

Aquí se ve que ha heredado de Heidegger la consideración que designaba al ser humano como ser libre. Y al igual que él, tiene que decir que el ser libre supone el actuar en el mundo y junto/con los demás. “ [ ...] La libertad permanece dentro de los límites del mundo, sin por ello perder su condición de indeterminada”3 . Hay que mirar qué tipo de relación hay entre el para-sí y el resto de para-sí (los otros sujetos frente a la conciencia individual de cada persona) que le rodean.

El otro nos sirve para definirnos, en tanto que vemos a seres parecidos a nosotros pero que no son yo y nos permite ser en tanto otros. [ ...] la existencia de los otros aparece inicialmente en clave de negación: la otra existencia es tal en cuanto no es la mía. Esta negación es “la estructura constitutiva del ser otro””.4 Observamos a los otros y los juzgamos. Los tratamos como objetos. Sin embargo, ellos nos pueden devolver la mirada. Eso nos da pudor. “ [ ...] el otro es objeto de mi mirada y con ello se equipara a cualquier otro objeto como término de mi actividad. [ ...] lo específico de ese objeto mirado que es otra persona es que nos puede devolver la mirada. [ ...] para Sartre no es necesario demostrar la existencia del otro, ya que se nos da de forma directa en el fenómeno del pudor. El pudor, en definitiva, es la situación en la que el para sí se descubre en su condición de para otro.”5

Lo descrito es lo que lleva al conflicto. No sólo nos encontramos a un ser al que no podemos convertir en objeto, sino que nos hallamos ante un ser que pretende transformarnos en objeto. Cada uno pretende objetualizar al otro, para poder desenvolvernos con ellos.

[ ...] cuando el otro nos devuelve la mirada, no sólo adquirimos noticia de que tenemos delante un sujeto que se resiste a ser relegado a la condición de mero objeto, sino que sabemos que, al mirarnos, nos está objetualizando, esto es, nos está anulando como sujetos. Hay, por tanto, una objetivación mutua que, sin embargo, no persigue convertir al otro en un mero en sí. El para sí quiere dominar al otro como libertad, es decir, poseerlo como objeto y como libertad.”6

Se pretende que el otro se comporte como un objeto, aunque no lo sea. [ ...] También los análisis sartreanos de la vida sexual, tanto normal como patológica, señalan la presencia constante de esta pretensión – un punto paradójica, como la orden “desobedéceme”- de dominar la voluntad ajena sin afectarla”7 . Cada persona trata al otro como un instrumento de sus propósitos para poder desenvolver su ser, para hacer su voluntad. El conflicto surge porque los otros también pretenden hacer lo mismo y hay tensión y enfrentamiento porque ninguno quiere ser alienado.

El otro es un ser que puede degradarnos. Estamos en constante tensión y enfrentamiento con él. Es un ser potencialmente peligroso y amenazante. Es un infierno estar con los otros. Eso hace que no se tenga mucha consideración hacia los otros. 

Hacia alguien que nos puede dañar ( y si no se quiere ser dañado) sólo se puede padecer hacia él aversión y desconfianza. Esto hace difícil la convivencia y el ejercicio del deber. Es costoso tratar a alguien con respeto si se siente miedo o asco hacia los demás. El resultado no es satisfactorio, pues la convivencia es una convivencia conflictiva y en tensión.

El esfuerzo ético


La amenaza del tercero

El otro es una agresión y supone un constante conflicto. Aparentemente no puede haber posibilidad de entendimiento y colaboración sin sospechas. Sin embargo, puede surgir en la presencia de un tercero: alguien que observa a la vez a otro y a ti mismo. El infierno son las otras personas si la mirada y conciencia de los demás nos proyecta, contempla o trata como si fuésemos objetos. Esto se anula con la presencia de un tercero: se forja una amenaza común, que puede suscitar una complicidad surgida del interés compartido de defenderse de una tercera persona que nos afecta a ambos. Hay un actuar a la vez, con unos mismos fines. “ [ ...] Con un lenguaje más rotundo: sólo ante la presencia del enemigo común puede surgir la verdadera comunicación. Sólo entonces puede darse la realidad del nosotros [ ...]”8

Y sin embargo, esa colaboración no elimina del todo la desconfianza y el desagrado de forma definitiva, puesto que no da condiciones absolutas para que el conflicto no se reanude, dado que la libertad siempre está ahí para cambiar las cosas. Puede que el otro se una al tercero contra uno mismo, la alianza no quita para que se deje de juzgar o haya cabida para hacerlo. 

Una alianza no quita la posibilidad para que haya objetualización: en el mejor de los casos, uno sabe que el otro potencialmente puede llegar a tratarnos como un objeto, a pesar de que no lo haga, y eso hace que el conflicto persista, aunque sea de forma más pequeña. “ [ ...] Sólo entonces puede darse la realidad del nosotros – realidad que, con todo, no hace superar, sino que retiene en su seno, la posibilidad del conflicto-.”9 La tensión con los otros nunca termina.


La convivencia

Vivir con los otros es agobiante. En el mejor de los casos, asfixia saber que en cualquier momento pueden ir contra nosotros: sólo la agresión latente resulta desagradable. Incluso en la colaboración más estrecha y firme, la del tercero, no anula la tensión. Siempre es un infierno estar rodeado de los demás.

Sin embargo, hay que dejar de lado esas emociones. Somos seres sociales y toda estructura organizada tiene que tener unas normas para que funcione. Tiene que haber unas normas de convivencia, tiene que haber ética. Es una exigencia de la razón y nada importan las pasiones.

No puede haber convivencia sin respeto ni consideración hacia los demás. Es un deber no cometer faltas de respeto o consideración. Por lo tanto, lo que se sienta por las otras personas es algo indiferente y no debe guiar la vida. Lo único que importa es que se cumpla el deber, nada esencial son las emociones que acompañan al acto racional.

El esfuerzo ético

Cumplir con el deber es una exigencia de la razón, lo que se sienta cuando se realice es indistinto. El deber es el mismo tanto en el caso de que se realice con desagrado como en el caso de que se haga con gusto. Sin embargo, lo que aquí tratamos es el sujeto de la ética y es importante lo que sienta en tanto se vea qué pensamientos pasan por la cabeza y cuáles son las opciones que tiene antes de elaborar la acción ( que precisamente es la que lo define como sujeto ético).

Vivir con la gente es agobiante y soportarla ( respetarla) supone un gran esfuerzo. Decidir ser respetuoso activamente cuando los otros son amenazas supone superar las propias emociones, que presionan para tratar como objetos a los demás. Estar con los demás, es una tensión: no estallar de forma violenta es un gran control sobre uno mismo. No responder la agresión o la latente amenaza con otra agresión (respondiendo como defensa instintiva), es una dura batalla por reprimir los propios impulsos. Está claro que, para poder realizar lo correcto, esforzarse es necesario para el sujeto de la ética.

Ya algunos estoicos veían que era necesario este esfuerzo para ejercer la virtud, entendían que era preciso el ejercicio:

Y si te parece torpe e indigno de un hombre el gemir, gritar, lamentarse, angustiarse y dolerse; y por el contrario, es honrado, es digno, es glorioso el resistir el dolor, considerando bien estas cosas puedes no rendirte a él, y sucumbirá el dolor a la virtud, pues o no existe virtud alguna, o lleva consigo el desprecio de todo dolor. ¿ Quieres que exista la prudencia, sin la cual ni siquiera puede concebirse ninguna virtud? Y ¿ qué hará la prudencia? ¿ Consentirá que tú trabajes sin conseguir ni aprovechar cosa alguna? ¿ Consentirá la templanza que procedas con falta de consideración en negocio alguno? ¿ Puede cumplir con la justicia el hombre que por la fuerza del dolor declara lo que no ha cometido, denuncia a sus cómplices faltando a sus deberes? ¿ Cómo has de cumplir lo que exige la fortaleza, y las virtudes que son compañeras de ella, la magnanimidad, la gravedad, la paciencia, el desprecio de las cosas humanas?”10



 Se precisa la fortaleza para superar el dolor y lograr ejercer el deber:

[ ...] Gran defensa hay en las virtudes: despiértalas en tu alma, si es que duermen: ya te asistirá la fortaleza, la primera y capital de todas las virtudes, la cual esforzará tanto tu ánimo, que despreciarás y tendrás por de ninguna cuantía todas las desgracias que pueden acaecer al hombre: te asistirá la templanza, que es la misma moderación; la misma que yo antes llamaba frugalidad; la cual no te permitirá obrar torpe ni afrentosamente en ocasión alguna.”11

Es más: sólo se puede llamar una acción virtuosa en tanto que nos pone a prueba, en tanto que se vea que requiere nuestra elección y lucha:

“ [ ...] Dios, digo, se cuida de aquellos que desea que sean los más honestos posible siempre que les proporciona ocasión de actuar con entereza y valor. Para ello es inevitable alguna dificultad: se reconoce a un timonel en una tormenta, a un soldado en una batalla.”12

La virtud supone una batalla contra las pasiones y el dolor. Es un mérito realizarla en tanto que hay otras opciones fáciles y se opta por algo molesto y pesado.

Con los antiguos, se puede decir que la acción ética es un gran mérito y es encomiable ( por todo lo que cuesta). Pero con el panorama que presenta Sartre, el mérito se hace mayor porque no sólo es que la acción cueste, sino que resulta sin recompensa. Lo que se logra con el ejercicio del deber es la convivencia con los otros, que es conflictiva y en tensión. 

 El final de la película de la vida no es un final feliz, sino que es el infierno. Ello hace que la acción del héroe del filme ( continuando con la metáfora, no muy alejada de la realidad según lo que hemos visto) resulte todavía más alabable y meritoria. Quizás la conformidad con el deber de la que hablaba Kant no exista.


1 Manuel Cruz, “La filosofía contemporánea”. 2002. Madrid. Edit. Taurus. P. 208
2 Manuel Cruz, “La filosofía contemporánea”. 2002. Madrid. Edit. Taurus. P. 208
3 Manuel Cruz, “La filosofía contemporánea”. 2002. Madrid. Edit. Taurus. P. 210
4 Manuel Cruz, “La filosofía contemporánea”. 2002. Madrid. Edit. Taurus. P. 210
5 Manuel Cruz, “La filosofía contemporánea”. 2002. Madrid. Edit. Taurus. P. 212
6 Manuel Cruz, “La filosofía contemporánea”. 2002. Madrid. Edit. Taurus. P.212
7 Manuel Cruz, “La filosofía contemporánea”. 2002. Madrid. Edit. Taurus. P. 212
8 Manuel Cruz, “La filosofía contemporánea”. 2002. Madrid. Edit. Taurus. P. 213
9 Manuel Cruz, “La filosofía contemporánea”. 2002. Madrid. Edit. Taurus. P. 213
10 Cicerón, “Obras completas” Tomo 5. 1924. Madrid. Editorial Librería de los sucesores de Hernando. P. 68
11 Cicerón, “Obras completas” Tomo 5. 1924. Madrid. Editorial Librería de los sucesores de Hernando. P. 101
12 Séneca, “Diálogos”. 1984. Madrid. Editora Nacional. P. 59
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