2021(e)ko azaroaren 28(a), igandea

Literatura filosófica: "Memorias de Adriano"

Literatura filosófica:  

Memorias de Adriano

 

Juan José Angulo de la Calle 

 

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https://es.wikipedia.org/wiki/Adriano#/media/Archivo:Bust_Hadrian_Musei_Capitolini_MC817_cropped.jpg

 

 

Hubo, en el transcurso de los siglos, emperadores que se vieron guiados por la sabiduría. Trajano mantuvo una íntima amistad con el filósofo Dion Coceyo; su sucesor, Adriano, aunque era un amante del amor y de los placeres de la vida, conoció las lecciones de Epicteto, el estoico; y procuró que Marco Aurelio, su hijo adoptivo, recibiese la educación necesaria, la cual más adelante le llevó a ser un emperador sabio, estoico, justo y adorado por las legiones (debido tal vez, a que procuró que las únicas guerras fuesen estrictamente defensivas -pero esta vez, en serio-).

 

En la novela de Margueritte Yourcenar, se describe al emperador Adriano como un pensador ecléctico, muy influido por diversas fuentes del saber y del pensamiento. Era conocedor de la filosofía estoica, muy cercana a la severidad moral tradicional romana, pero se separaba de ella por ser demasiado estricta y dura, muy mortificadora en exceso y de una austeridad que el consideraba como innecesaria. 

 

El estoicismo griego (que luego se desarrolló en el Imperio Romano) consideraba que, como todo tiene una causa, todo es racional (y, como todo está unido e interrelacionado como universo ordenado y cosmos, debe haber una red de causas que haga que todo el conjunto de causas conformen un destino racional). Debido a que todo es racional, el filósofo debe entender que ha de aceptar todo lo que pasa, porque todo lo que ocurre tiene una razón de ser (aunque no se conozca o sea perceptible). Los estoicos defendían que hay vivir conforme a la naturaleza, conforme a la racionalidad, porque ello da orden a la sociedad, al cosmos y a la vida humano. Actuar según los dictados de la razón, realizar las obligaciones morales racionales o deberes por encima de las pasiones descontroladas, endurece el carácter, hace que se sea más resistente a los avatares de la fortuna, da moderación y templanza (dando lugar a la serenidad: la ataraxia, la felicidad según la filosofía antigua griega). Desde la perspectiva estoica, se debe tener una vida equilibrada, moderando la atención a las emociones y existir sin vivir para los deseos irracionales, casi de forma austera.

 

Adriano, en la novela, se muestra crítico por este modo de vida, a su parecer demasiado estricto. El emperador, por contra, se muestra favorable a los placeres de la vida y verse afectado por emociones tan fuertes como el amor. Esta actitud le llevaría a formular criticas a su heredero, Marco Aurelio, que asumía con fuerza la filosofía estoica. 

 

Adriano, más bien estaría más cerca del epicureísmo, que considera que la buena vida consiste en buscar el placer y evitar el dolor (con prioridad la segunda parte, por la que esta filosofía abogaría por evitar placeres excesivos -porque serían dañinos, como las indigestiones y las borracheras-; y este planteamiento, por ello, fomentaría los placeres resultado de las virtudes de la moderación, la templanza, la búsqueda del saber y la amistad).  

 

En el texto, sin embargo, señala que fue tentado por esta filosofía en su juventud y que la abandonó a su debido tiempo.  El emperador se va mostrando en sus memorias como una persona sin austeridad forzada, como amante del arte, como entregado a la pasión del amor y como una persona que busca los placeres aceptados por el común de los mortales.  Se describe que su vida está más guiada por el sentido común y las costumbres romanas que por los principios teóricos de los sistemas filosóficos (considerados por él como artificiosidades).

 

Su visión de la vida, del rigor exigible a las personas y su humanismo se formó por la apertura de mente del emperador, que, constante viajero, procuraba conocer los modos de vivir y de pensar de los habitantes del Imperio de Roma. Visitó sobre todo a Grecia, pero se dirigió a otras provincias por diversos motivos. Fue a Britania para ver el famoso muro que el emperador ordenó construir para establecer la eficaz separación entre la civilización y la “barbarie”. La tierra que conquistó Claudio tenía un clima húmedo e inhóspito, similar al carácter de los nativos, que no podían disimular su odio. Maś adelante, pasó nuevamente por Grecia, donde fue honrado con el título honorífico de Arconte de Atenas.

 

Tuvo contacto con el emperador de los partos, con el que tenía que firmar unos tratados de paz para terminar con la guerra total que intentó realizar su antecesor Trajano. Adriano recibió un trato correcto en estas negociaciones y tuvo noticias de que en el imperio parto existían las mismas rencillas internas que las que siempre había en Roma, haciéndole reflexionar en la universalidad de muchos aspectos de los pueblos, más allá de su supuesta barbarie.

 

    Terminados los trámites burocráticos y protocolarios, se dirigió a Judea. Allí las legiones habían vencido otra revuelta judía y esperaban sentencia directa del emperador. Adriano ordenó cortar la cabeza del nuevo mesías en la plaza pública, de forma que se terminara de desacralizar a aquel aventurero y fanático religioso. Además, Adriano quiso dar un cierre fuerte a las pretensiones judías. Ordenó que la provincia romana volviese a ser llamada Palestina, nombre que había tenido toda su historia más allá de las leyendas antiguas y los mitos. Marco Aurelio tomó buena cuenta de la decisión de su padre adoptivo y tomó como suya su tratamiento de las sectas rebeldes.

 

    Formalizada la pax romana, la paz de los muertos, se condujo al granero de Egipto. El clima era pegajoso y de difícil soporte. El amante varón del emperador quiso sustraerse del calor. Antinoo suplicó a su amado Adriano que le permitiese nadar en el sagrado río del Nilo. Por un insoportable largo período de tiempo, cre que el joven se había dejado llevar por el entusiasmo y había hecho un ejercicio deportivo enorme. Tardaba mucho en volver. Adriano llegó a no pasar por alto los atrevimientos normales de los jóvenes y exigió que le trajeran. Encontraron su cuerpo ahogado.

 

    El emperador quedó destrozado. Lo alzó en un último acto de ternura. Fue peor. El frío y el peso plúmbeo le comunicaron de forma directa que efectivamente el gran amor de su vida estaba muerto. Sintió físicamente su muerte. Notó su hedor, su humedad, su gelidez, su cuerpo reducido a materia bruta. La conciencia que tuvo de su fallecimiento fue carnal, sintió su muerte de forma absoluta.

 

En medio de la pena más absoluta, consintió que le concedieran homenajes divinos y que se construyera un templo en su memoria. Adriano pensó que de esa forma paliaría su dolor. Se equivocó. Pensó que hacer más por su amante podría hacer que se sintiera menos mal, por darle honores y reconocimientos que superarían todo tipo de exequias debidas. Ordenó que construyeran una ciudad en su nombre: Antinoópolis. El paso del tiempo hizo que se debilitase el dolor, provocando que fuera perdiendo el gran peso inicial, por el deterioramiento de todas las cosas en el devenir.

 

Adriano decidió no volver a Roma. Se quedó en Grecia, donde lloró todo lo que fue necesario la muerte de Antinoó. Dejó al príncipe Marco Aurelio a cargo del Imperio. Marco Aurelio continuó las obras de Adriano, propulsó políticas austeras para sanear la caja pública, reforzó la presencia de legiones en las fronteras y disciplinó al ejército para evitar confrontaciones innecesarias. Adriano falleció pocos años después, totalmente afectado por los males de amor.

 

Bibliografía:  

 

-Cicerón, M. T. (2005): Disputaciones Tusculanas.  Madrid: Editorial Gredos.

 

-Diógenes Laercio (2007)Vidas de los Filósofos Ilustres.  Madrid: Alianza Editorial.


-Epicuro 
(1985): Carta a Meneceo y máximas capitales.  Madrid: Alhambra.

-Epicteto 
(2012): Un manual de vida.  Barcelona: Los pequeños libros de la sabiduría.

 

-Séneca (1984): Diálogos.  Madrid:  Editora Nacional.

 

-Schlanger, J. (2000): Sobre la vida buena. Madrid: Editorial Síntesis. 

 

-Yourcenar, M. (1999): Memorias de Adriano. Madrid: Unidad Editorial.

2021(e)ko azaroaren 15(a), astelehena

«Ilíada»: cólera de Aquiles y compasión

 Ilíada: ira de Aquiles y compasión

 

Juan José Angulo de la Calle

 

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En el décimo año de la guerra de Troya, los griegos saquean un templo dedicado a Apolo. Se llevaron como botín de guerra a la hija del sacerdote y él solicitó su rescate a cambio de unos tesoros que igualarían la honra de la posesión de una esclava de guerra. Agamenón rechazó devolver, a cambio de regalos honrosos, a la hija de un sacerdote de Apolo.


El sacerdote clamó con justa indignación o némesis que el acto del rey de Micenas era pura arrogancia excesiva o hybris. El apolíneo sacerdote clamó justa venganza a su dios. Él le escuchó y, con sus acertadas flechas, envió una peste que asoló a los griegos. Llamaron a un vidente para que explicara el enfado de los dioses y la forma de aplacarlos. Calcas señaló la falta del rey de Micenas y añadió que debía ser devuelta la muchacha sin recepción de regalos: ello suponía reducir honor al rey Agamenón (el honor era asignado en forma de botín de guerra, dar cierto grado del saqueo era una forma de reconocer los méritos).


Como Aquiles defendió a Calcas, el auspicio, Agamenón la tomó con él y aceptó la entrega a cambio de arrebatar a Aquiles una esclava. Lleno de ira por el honor vulnerado, Aquiles deja el combate hasta que ve el resultado de sus actos: muchos amigos perecen por su retirada. Los griegos empezaron a sufrir estragos por la falta de Aquiles. Se ve compadecido y dejó que su amante Patroclo fuese en su lugar. Como iba con la armadura de Aquiles, le tomaron por él y causó el pánico entre los troyanos. Los venció hasta llegar a la empalizada que protegía a los griegos.


Héctor se sintió atraído por la armadura y, borracho de poder por sus recientes victorias, se atrevió a arremeter. Comprobó que el guerrero que veía era meramente Patroclo y, aun así, lo mató con la sensación de que había matado al propio Aquiles. Cuando su víctima agonizaba le dijo que acabaría también con su amante. Héctor provocó su tragedia: la ira de Aquiles pasó de estar dirigida a Agamenón a estar dirigida a Héctor. Enterado del desastre, Aquiles redirigió su ira. De guardar odio a Agamenón, pasó a quedar obsesionado con matar troyanos en general y a Héctor, en particular. La ira de Aquiles se dirigió hacia el príncipe enemigo, al que persiguió hasta las murallas de Troya.


Allí le esperó el príncipe troyano hasta que el pánico le dominó. Cuando le vio y se dio cuenta de que era real, empezó a correr alrededor de los muros hasta que Atenea lo engañó y se hizo pasar por su hermano. Se quedó quieto y esperó la llegada de Aquiles. Atenea desapareció y solamente le quedó luchar. Héctor lanzó su lanza. El furor de Aquiles hizo que reaccionase bruscamente y paró la saeta con su escudo.


Entonces, el príncipe se lanzó desesperado a atacarle con su espada, pero Aquiles tenía su lanza, que contaba con la ventaja de abarcar más distancia. Además, Héctor portaba la antigua armadura de Aquiles y él conocía su único punto débil. Todo estaba protegido, salvo la garganta y allí le alcanzó Aquiles, antes de que la espada pudiera rozarle siquiera. Lo mató como un zorro mata a un pato, en un acto más parecido a un juego que a una hazaña, un mero abuso de la superioridad combativa.


La ira de Aquiles no arreció con la matanza. Lo ató a su carruaje y lo arrastró para desfigurarle. Lo hizo en incontables ocasiones. Su furia era un fuego que crecía cada vez que se le alimentaba con cada acto de venganza. No podía dormir por pura cólera, dando vueltas y más vueltas en las noches.


Héctor era la gran baza de Troya. Le llamaban el protector de la Ciudad. Una vez muerto, la balanza tenía que inclinarse para los griegos. Sin embargo, el rey troyano Príamo logró infiltrarse en el campamento y consiguió tiempo. Pudo entrar en la tienda de Aquiles y suplicó de rodillas el cuerpo de su hijo para poder darle las debidas exequias. El héroe vio el dolor del rey y se vio reflejado en él: estaba sufriendo como el padeció cuando mataron a su amante.

 

La ira de Aquiles se desvaneció y no fue por la venganza, sino por la compasión: por compartir un dolor similar con otra persona y aplacarlo con el mutuo reconocimiento. Aquiles se compadeció del anciano, le permitió llevarse a su hijo y, por fin, vio aplacada su ira. Solamente la compasión pudo terminar con la terrible cólera de Aquiles.

 

Bibliografía:


-Graves, R. (1999): Dioses y héroes de la antigua Grecia.  Madrid: Unidad Editorial.

 

-Havelock, E. A. 2002: Prefacio a Platón.  Madrid: Antonio Machado Libros.

 

-Hesíodo  2001: Obras y fragmentos.  

 Madrid: Editorial Gredos.


-Homero  (2000):
Ilíada.  Madrid: Editorial Gredos.


-Homero  (2000): Odisea.  Madrid: Editorial Gredos.

 

-Nietzsche, F. (2002): El nacimiento de la tragedia.  

Madrid: Alianza Editorial. 

 

-Redfield, J. M. (1992): La tragedia de Héctor: naturaleza y cultura en la Ilíada.  Barcelona: Destino. 

2021(e)ko azaroaren 5(a), ostirala

Fatalismo en la Grecia arcaica

 Fatalismo en la Grecia arcaia


Juan José Angulo de la Calle


Antes de la formación de un pensamiento separado del mito, previas a la filosofía y a la historia como tal, existía en la Grecia arcaica una serie de planteamientos que se daban por hecho y no se cuestionaban.

 

Existía una visión del universo en el que los griegos, si bien consideraban que todo conformaba un cosmos ordenado, tenían una interpretación pesimista de la realidad.  Los mitos y leyendas que se transmitían de forma oral daban cuenta que existía un destino fatal del que ni los héroes más poderosos ni los dioses podían escapar.

 

La moïra es el conjunto de consecuencias que se derivan de los actos de poder limitado de reyes, señores de la guerra, héroes e, incluso, dioses.  Los dioses olímpicos se veían en muchas ocasiones en conflicto entre ellos y ni los más poderosos podían escapar de la némesis [castigo o justa indignación de un ser de mayor poder] por la comisión de hýbris [acto excesivo y sacrílego, realizado generalmente por arrogancia].  

 

El dios Apolo venció con una flecha a la Pitón monstruosa que Hera había enviado para matar a Leto, madre del dios de la luz. Este hecho dio como resultado la construcción del templo dedicado a Apolo Pitón [debido a este mismo nombre, a sus adivinas u oráculos se las llamó pitonisas]. Con el tiempo, el dios se volvió soberbio, se comportaba como si estuviese por encima de verdadero posición.  El hijo de Apolo, Asclepio, podía sanar a los mortales, evadiéndoles de la muerte.  El rey de los infiernos, Hades, se quejó de estos hechos a Zeus y él lo fulminó con un rayo.  Apolo no se atrevió a ir contra Zeus, pero sí fue a por sus partidarios: atacó a los seres que crearon los rayos que se usaron en la guerra de la titanomaquia.  Mató a los cíclopes y fue condenado a ser durante un año esclavo del pastor Admeto. Apolo de esta experiencia aprendió los lemas que luego se enmarcarían en su templo: «conócete a ti mismo» (conoce tus límites) y «ninguna cosa en exceso».


Ni siquiera el rey de los dioses, Zeus, es omnipotente.  Su esposa Hera puede acabar con sus amantes mortales y sus hijos bastardos, muy a pesar de la voluntad del monarca de los cielos.  Zeus puede encerrar a los titanes bajo tierra: puede vencer a las fuerzas de la naturaleza, pero no puede destruirlas.  Hay un montón de factores que escapan a los planes del más poderoso de los dioses, para su constante tragedia.  

 

Exempli gratia, durante el décimo año de la guerra de Troya, los griegos van perdiendo terreno cuando se retira Aquiles, hijo del rey de los mirmidones.  De esta forma, se cumplía el plan de Zeus: los griegos se veían forzados a rogar a Aquiles su retorno a cambio de devolver su honor mancillado por el rey de Micenas, Agamenón.  Sin embargo, los estragos que sufrieron los griegos no pudieron ser queridos y formar parte de los designios explícitos de Zeus.

 

Fuera aparte del inexorable fatal destino, Hesíodo, en su poema: Los trabajos y los días, relata el mito de que Zeus dispone de dos tinajas.  En una de ellas, están los bienes y en la otra se encuentran los males.  Hesíodo afirma que Zeus, cuando reparte la fortuna a los mortales, a los injustos les da males y usa la misma pala manchada de males para dar una mezcla de bienes y males a los justos.  Todo ser tiene que sufrir.

 

Se cuenta la leyenda que el rey Midas emborrachó a Sileno y que le preguntó acerca de lo mejor de la vida.  Contestó que lo mejor de la vida es no haber nacido y que lo menos malo era morir pronto.

 

Heródoto asevera que el legislador ateniense Solón se encontró con el rico rey de Lidia y que le preguntó si no consideraba que él era el hombre más feliz del mundo.  El reformador ateniense le contestó que solamente podía decir eran dignos de ser llamados felices Telo y los gemelos Cleobis y Bitón, que desde el día en que nacieron hasta el que murieron tuvieron la suerte de no tener grandes desgracias. Cleobis y Bitón cargaron con su madre dentro de un carro hasta el templo de Hera, donde murireron por el puro esfuerzo continuo. Desde que nacieron hicieron cosas laudables y no llegaron a los estragos insoportables de la vejez. La diosa Hera les concedió el mayor bien y fue: la muerte.

 

Hasta los más grandes y poderosos se ven en una existencia en la que el dolor y la muerte son lo único seguro, y siempre se está sujeto a la posibilidad de una gran caída trágica de los más grandes.  Ni todo el poder del mundo terreno permite evadirse de un destino fatal, que debe acabar de forma dramática.

 

Todo mortal importante ha pagado su grandeza, debido a que ha cometido el exceso de realizar cosas que exceden su posición en el mundo. Áyax trató de competir con Ulises en ingenio y acabó loco, tras su consecuente derrota. Edipo se atrevió a vencer en saber a la Esfinge y por su atrevimiento arrogante se vio condenado a la ignorancia de sus orígenes, lo que le llevó a matar a su padre y casarse con su madre; y se arrancó los ojos por no poder haber visto lo que había hecho, a pesar de que no haber sabido lo que hacía. De Aracne decían que era mejor hilandera que Atenea y, por esta blasfemia, la mortal acabó transformada en araña para toda la eternidad.



Minos fue el mayor rey de Creta, pero su esposa le engañó con un toro sagrado y parió al maldito minotauro. El muy ingenioso Dédalo fue encerrado en el laberinto de Minos por ayudar a la reina de Creta a construir una vaca de madera para que copulase con el toro sagrado; huyó con alas de cera y su hijo, Ícaro, se acercó demasiado al sol hasta que cayó a la muerte.


Heracles o Hércules logró la gloria completando sus diez trabajos y se logró reconciliarse con Hera tras protegerla de los gigantes; pero recibió una capa envenenada de un centauro de manos de una esposa celosa y que quería ganarse su amor.


Aquiles fue el más glorioso de los héroes griegos en Troya. Venció al poderoso príncipe Héctor, después de que él matara a su amante Patroclo. Murió a manos del más cobarde de los troyanos, recibiendo una flecha de París en el talón que le señaló el dios Apolo.


Agamenón inició la guerra de Troya, maldita por los dioses. No le pasaron ni media al rey que iba a empezar un conflicto terrible que enfrentaría a Europa contra Asia, y dioses contra dioses. El rey de Micenas mató a una cierva en un bosque consagrado a la diosa Artemisa y ella impidió que los vientos soplasen de forma que sus barcos pudiesen salir de la costa. Agamenón tuvo que sacrificar a su hija Ifigenia para aplacar un poco a la diosa; a su vuelta, su esposa y madre de Ifigenia le asesinó. 

 

El hijo de ambos, según la norma antigua, tenía la obligación moral de vengar a su padre. Orestes se vio en una situación irresoluble, trágica. Según su moral, debía vengar a su padre matando a su asesina: su madre. Si no vengaba a su padre, le atormentarían las Furias; pero si lo hacía, las Furias le atormentarían por cometer un vil matricidio. Sufrió horrores hasta Atenas.

 

Desde el punto de vista de la mentalidad griega arcaica, toda vida es trágica y constitutiva de sufrimiento, fatalidad y horror. Esta tradición oral mítica y fatalista fue el sustrato cultural de los posteriores poemas épicos y trágicos que transmitían que el cosmos es un orden en el que, a pesar de la armonía, todavía pervivía un destino doloroso y dramático para todos los mortales (incluso para los más poderosos que, como mucho, veían retrasado un terrible desenlace de las consecuencias de sus erróneos actos, inherentes siempre a mortales falibles y limitados). 


 

Bibliografía:


-Corbalán, F. (2012): La proporción áurea.  El lenguaje matemático de la belleza. Villatuerta: RBA.

 

-Esquilo, Sófocles et Eurípides (2012): Obras completas. Madrid: Cátedra.

 

-Graves, R. (1999): Dioses y héroes de la antigua Grecia.  Madrid: Unidad Editorial.

 

-Havelock, E. A. 2002: Prefacio a Platón.  Madrid: Antonio Machado Libros.

 

-Hesíodo  2001: Obras y fragmentos.  

 Madrid: Editorial Gredos.

 

-Heródoto (2006): Historias.  Barcelona: Cátedra.

 


-Homero  (2000):
Ilíada.  Madrid: Editorial Gredos.



-Homero  (2000):
Odisea.  Madrid: Editorial Gredos.

 

 

-Nietzsche, F. (2002): El nacimiento de la tragedia.  

Madrid: Alianza Editorial. 

 

-Redfield, J. M. (1992): La tragedia de Héctor: naturaleza y cultura en la Ilíada.  Barcelona: Destino. 



2021(e)ko azaroaren 4(a), osteguna

Relato de un suicidio

 Relato de un suicidio


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Terminó los estudios, pero en esa época no había trabajo de lo suyo.  Al finalizar las prácticas, vagó por el mercado laboral postulándose de miles de formas (autocandidaturas enviadas a las propias empresas, portales de empleo, contestación a anuncios de empleo...).

 

Existimos en una sociedad en el que hay que ganarse la vida.  Para vivir, hay que trabajar.  Pudiera parecer que las personas que no encuentran trabajo quedan fuera de la vida, no se ganan el tiempo en el que existen y no tienen lugar en la sociedad.

 

Desesperado, contestó a anuncios de empleo de otros sectores.  Se movió como un funambulista, en medio de los altibajos de la precariedad.  Lo que debía ser excepción era la norma.  Deambuló de una empresa a otra a salto de mata.   Pasó de una empresa a otra como en el juego de rayuela.  Estuvo con contratos de meses, semanas e, incluso, días.  Camino de ninguna parte.  Todo es horror.  Se vive en un mercado laboral en el que se dan por hecho los estudios, la experiencia es algo y los contactos... los contactos son todo.  Sin ellos, eres nada.

 

"Tanto tienes, tanto vales" es el lema verdadero de nuestra sociedad.  Las personas en exclusión son las más ignoradas o marginadas, lo llaman aporofobia.  Hay personas que cuentan más que otras.  Las que sean más cercanas a nosotros son verdaderas personas, el resto son los "otros".  Si alguno de las personas prójimas muere, nos consternamos; no nos suelen afectar la suerte de inmigrantes, refugiadas y trabajadoras de países pobres.  

 

Hay grandes desigualdades en el reparto de las riquezas, pero nadie protesta socialmente de forma fuerte para cambiarlo.  Los derechos humanos se restringen a las personas que viven en países desarrollados, se proclama que toda vida es sagrada porque las personas con recursos temen que se les quite una vida medianamente asegurada; para el resto, no se hace nada.

 

En algún momento hay que trabajar para poder vivir y si pasa mucho tiempo sin que se logre, se ve en riesgo de convertirse en generación perdida; aquélla que, como no consiguió a tiempo un trabajo que le permitió adquirir experiencia que le permita lograr más trabajos quedará estancado y verá cómo queda atrás de personas más avezadas.  Selección natural del más apto.  El que vale, vale, y el resto, desaparece.

 

En medio de la incertidumbre y la inestabilidad, tuvo que elegir entre comer o pagar los gastos del coche.  Vendió el auto.  Sin él, conseguir trabajo se hizo todavía más imposible.

 

Todo fue nada.  Tenía en frente la pobreza.  Lo demás dejó de contar, todo se volvió imperceptible.  La vida se acabó, fue sustituida por la angustia.  La existencia se reducía a sentir dolor.  La incertidumbre en la que se vive en esta sociedad moderna líquida, en la que nada es sólido y estable, incrementó la ansiedad y ella se convirtió en tensión, mortificante tensión. 

 

Una tensión absoluta le producía dolor físico dentro de su pecho, en sus tripas un frío gélido sustituyó a la sangre y un sabor acre en su seca boca le hacía sentir enfermo.  Todo era un sufrimiento indecible, sentía un dolor similar a que le desgarraran por dentro, despellejado desde dentro en un dolor en estado puro.  Invisibles tornillos se movían dentro de él y se retorcían para que sintiera un visceral dolor imparable.  Sufría desde que se despertaba hasta que lograba dormir.  Se consumía en dolor a todas horas, todos los días.



Nada más existía.  Todo lo que pudiera apreciar antes era imposible de captar, resultaba imperceptible frente a la inmensidad del sufrimiento...  La vida se reducía al dolor y todo lo demás... simplemente era insignificante.  No existía nada.  No había nadie.



La existencia consistía en desactivar la vida.  Todo notar el organismo era recibir laceraciones.  Debía apagar la vida.  La existencia consistía en distraerse de todo para descentrar la atención de la vida.  Tomaba alcohol que lo embotaba de la sensibilidad y aminoraba la intensidad del dolor de serie, tomaba todo tipo de somníferos para dormir el máximo posible y no sentir nada.  Todo porque sentir es padecer, padecer y nada más.  Había que eliminar toda forma de sensibilidad.

 

Sin embargo, consiguió una nueva ilusión.  Ya no tendría que resistir contra la marea, no era necesario angustiarse por obcecarse contra lo imposible. Comía a diario manzanas y fue extrayendo sus pepitas, como una suerte de regalo sorpresa.  Guardó su tesoro en el congelador para que no se perdieran las propiedades del cianuro que había en su interior.

 

No pasaba ni un día, ni siquiera una hora, sin que pensara en la muerte.  Es duro morir, pero más duro es sufrir.  No hay nada peor que una angustia que resulte agónica. El paso del tiempo mostró una falta absoluta de opciones.  Solamente le quedó una esperanza.

 

Alcanzado el número de cincuenta pepitas, procedió a ingerirlas.  Se acostó esa noche y no volvió a despertar.  El organismo, que se ocupaba de procesar sensaciones como el dolor, cesó su actividad.  Acabó la existencia, cesó la capacidad de sentir y, con ella, terminó toda posibilidad de dolor.

 

Su familia quedó destrozada.  No hubo más efectos.  Al año suceden casi cuarenta mil suicidios, cada caso pasa a ser pura estadística.  Quedó dentro de la normalidad.  La vida es bella, pero la muerte es sublime.

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