En el existencialismo, la
existencia precede a la esencia. Es decir, primero existimos y luego realizamos nuestra propia manera de ser.
Los animales tiene
instintos, tienen una manera de ser ya dada, una esencia, pero las
personas, no; y tenemos que construir nuestra manera de ser,
actuando de una manera u otra.
El ser humano construye su
personalidad propia, su personalidad propia, su autenticidad.
Por
eso, la mujer no nace, se hace. La mujer debe
construir su manera de ser , actuando. A las
mujeres se las trata como si tuvieran esencia, como si su manera de
ser estuviese establecida y fuese natural, le dan papeles que llaman
"propios" de la mujer, como ser madre o pareja de un
hombre.
Hablan de "instinto materno",
cuando ser madre es una elección; y hablan de que "deben buscar
su media naranja", cuando la mujer puede
configurar una personalidad propia e independiente, sin necesidad de
pareja y, si elige estar en una relación de pareja, será un
complemento y no algo que la defina como mujer.
En
el existencialismo, el ser humano está arrojado al mundo. Se
encuentra en un entorno en el que actuar y que limita su capacidad de
realizar sus proyectos, los objetivos que le permitan desarrollar su
ser, su personalidad. El ser humano está en una situación,
en un "contexto" social.
La mujer está en una
situación de opresión, vive en un mundo hecho para los hombres y en
el que los papeles que se le asignan a la mujer son limitados, un
mundo en el que dispone de menos oportunidades (la
precariedad laboral es, sobre todo, femenina; hay pocas mujeres que
acceden a altos puestos en la empresa, pese a tener gran formación
educativa y experiencia; la mujer se ocupa de la mayor parte de las
tareas de cuidados...).
Simone
de Beauvoir aborda la condición de la mujer desde la filosofía
existencialista. Beauvoir recoge la categoría de “lo Otro”,
usada tanto por los existencialistas Merleau-Ponty y Sastre, como por
el antropólogo estructuralista Levi-Strauss y el psicoanalista
Lacan.
Es un concepto muy usado en la época, pero Beauvoir lo usa
basándose en Hegel, más que en un autor de su época. Entiende
a la mujer como “la Otra”, un modo de ser relativo al auténtico
modo de ser, que sólo puede afirmarse negando lo que es diferente a
él mismo, es decir “lo Otro” o “la Otra” aquí.
La
mujer es simplemente lo diferente del hombre, que sólo puede ser
definido él por las características que lo separan de la mujer.
Así, la mujer es tratada como un ser relativo, que sólo
adquiere definición en tanto en cuanto que es medio para otro ser,
el varón, y no como un ser en sí mismo.
A
dicho tratamiento le corresponde un mundo en el que lo esencial
es el varón y que está diseñado para él, y en el que
la mujer sólo tiene cabida como comparsa,
añadidura, una pieza pequeña de él, sierva de un mundo de hombres
en el que no se le tiene en cuenta más que como ser subordinado o
relativo a ellos.
En esto consistirá la dialéctica del amo y de la
esclava. Hegel entiende que en un momento del desarrollo de cierta
figura de conciencia, en concreto de la autoconciencia, sólo puede
llegar a un estadio pleno de ese proceso, la conciencia sólo
puede ser conciencia de sí (ser consciente y tener conocimiento
del objeto) y conciencia para sí (tener conciencia de ser un ser
consciente, de ser un sujeto cognoscente autónomo y libre), si es
reconocido por otra autoconciencia, sólo puede aseverar que es un
sujeto, y no un objeto, si otro sujeto le reconoce como tal.
Entonces
se produce un enfrentamiento entre dos conciencias, puesto que
ninguna de las dos pretende reconocer a la otra, puesto que eso
sería reconocerse como ser frente a un sujeto, es decir un objeto,
objeto de observación y de conocimiento.
Es decir, decir que el
otro es libre y el esencial, que está frente a mí y, por tanto, es
diferente de mí; y si él es el esencial, yo que no soy él, me
reconozco como su opuesto no esencial. (Si un negro o un indio, o un
homosexual en Estados Unidos reconociese al blanco heterosexual como
el ser más civilizado, entonces él que vive en otra comunidad,
tendría que ser todo lo contrario – cuando de hecho es muy
criticable su modo de vida y su supuesta racionalidad-).
En
dicho enfrentamiento se juega la vida, mostrando que se entiende como
más importante la libertad que la vida meramente biológica y se
muestran en un estadio de mayor excelencia humana o racionalidad.
Llegado a un punto, o mueren ambos, o se queda sólo uno y se
disuelve la posibilidad del reconocimiento; o se desdobla la
conciencia.
Es decir, uno de los dos seres del proceso dialéctico
se rinde, mostrando que valora más la vida que la libertad
–presentándose así como inferior en cuanto figura de
conciencia, rebajado a una condición similar al objeto, del que
se presta como siervo-, convirtiéndose en siervo, que se
ve obligado a reconocer al otro como su amo y como el ser esencial y
libre, del que tiene que basar su conciencia y su vida como ideal
y finalidad.
No
hay reconocimiento recíproco, el siervo reconoce al amo por la
fuerza y el amo, satisfecho por no ser tratado como objeto y ser
reconocido como sujeto esencial del que tendrá que basarse el mundo,
trata al siervo como un objeto, como un instrumento y medio para
su desenvolvimiento personal.
Aunque dicha situación luego le
servirá al siervo para superar la conciencia, al trabar mayor
conocimiento del mundo, al tener un trato directo con él en el
trabajo, en el que elabora, transforma, expresa su individualidad en
el mundo y lo crea.
Volviendo
a Beauvoir, ella entiende que las relaciones hombre/mujer en las
sociedades patriarcales consisten en las relaciones amo/siervo. El
hombre necesita considerarse sujeto y, para eso, tiene que haber otro
ser que haga de objeto para que él, como es diferente, le permita
proclamarse sujeto.
Entiendo que en las actitudes
patriarcales, el hombre trata a la mujer como objeto para
situarse por encima de alguien y poder sentir que "él es
alguien", que el es sujeto, frente a otro ser diferente que será
un objeto. El hombre trata a la mujer como
objeto (de deseo, de servidumbre, de reproducción...) para situarse
por encima de ella. Necesita a alguien que le reconozca
como sujeto, pero él la trata como si fuera un objeto.
La
dialéctica del amo/esclavo pasa a ser entre los sexos la dialéctica
del amo y la esclava. El papel de la mujer es el de una
subordinada del varón, es tratada como la referencia de una
instancia más alta y básica (siempre se habla de una mujer como “la
madre de”, “la esposa de”, “la secretaria de”…).
Su modo de ser (su modo de ser tratada, de actuar y de poder
desenvolverse en el mundo), está fijado como contingente (no
necesario) o dependiente de un modo de ser considerado como modo de
ser positivo (existente, que se está realizando o desenvolviéndose)
en el mundo, que es el del varón y a partir del cual y para el cual
se realizan los demás modos de actuar, que están orientados (y
dirigidos y planteados) hacia él.
Beauvoir
reivindica que, para conseguir la plena realización humana, es
necesario el mutuo reconocimiento como sujetos libres e
independientes. Si un ser que “no es conciencia” y
que entendido (malentendido) como objeto realiza un acto de
reconocimiento, dicho reconocimiento de un ser que no dispone de un
estatuto elevado en las consideraciones del individuo que pide ese
reconocimiento, será un pobre reconocimiento, vendrá de un ser
concebido (erróneamente) como inferior y cuyas consideraciones son
interpretadas de bajo valor. Sólo una conciencia puede reconocerte
como conciencia.
La
mujer está en una situación de opresión. La situación,
en la filosofía de Beauvoir, significa las circunstancias a las que
se tiene que atener una persona para realizar un proyecto, en el que
ejercer la libertad.
La actitud de los otros, a la que tiene que
hacer frente una persona y tener en cuenta para la realización de un
acto en el mundo, constituye también una situación. La
cuestión es que la situación a la que se enfrenta la mujer, el
mundo en el que vive, es una situación de opresión.
Para
estudiar dicha situación de opresión, Beauvoir realiza un método
de análisis regresivo-progresivo. En un primer análisis (regresivo)
investiga los factores que estructuran la situación a investigar
(categorizar a la mujer como la “Otra”), y partiendo de dichas
conclusiones muestra cómo modificar dichos factores y dar a una
nueva situación (progresivo).
En la primera parte, Beauvoir trata
de averiguar de dónde proviene la categorización de la mujer como
la “Otra”. No se haya en la biología, ni en el
psicoanálisis.
Según
Engels, la opresión de la mujer proviene de la creación de la
propiedad (y del estado). Los administradores de
las tierras, antiguos cazadores, se erigen como clase dominante y
atribuyen la propiedad a un linaje, a una casta. Para
garantizar tener hijos suyos y legítimos, se crea el matrimonio, en
el que se convierte a la mujer en una posesión más. A
Simone de Beauvoir esta explicación no le parece suficiente.
El
materialismo histórico no da una explicación satisfactoria a su
entender, la explicación de Engels acerca de la propiedad privada
como causa del patriarcado no la entiende como suficiente razón y
porque no explica el paso causal que lleva de la propiedad comunal a
la privada, y no explica las causas que provoquen
necesariamente el sometimiento de la mujer. Beauvoir
lo explica como la necesidad de afirmarse como sujeto (como
trascendencia, como ser libre que intenta mostrar que lo es por su
proyecto individual ante el mundo) del hombre frente a las
cosas, que le lleva a realizarla por medio de la dominación de la
naturaleza (a través de la propiedad privada).
Dicha
dominación, cuya pretensión original es la dominación del Otro, se
realiza con las armas en la mano (en la caza y en la guerra), se
concreta en la actividad no sólo con la propiedad privada, sino al
poner en juego la propia vida, colocando como valor más alto su
objetivo por encima de los valores de la vida (igual que en la
dialéctica del amo y el esclavo).
Al colocar la libertad
(“trascendencia”) por encima de la vida (“inmanencia”, el
papel asignado –impuesto- a las mujeres en esta sociedad –como
reproductoras-) se coloca como ser libre y humano, por encima de la
naturaleza.
La
consideración de la humanidad caerá sobre el sexo que mata y no el
que engendra. De ahí surge la subordinación impuesta a la
mujer. La mujer es simplemente la que sirve al “ser humano
auténtico” engendrando hijos. Dicho papel subordinado
es lo que la reduce a la inmanencia, a la falta de ejercicio de
libertad, y al servilismo.
Pero
ahora con la técnica se puede replantear dicho papel por
medio de los métodos anticonceptivos u otras formas de crianza de
los niños (pedagogías): la mujer puede elegir ser madre o no,
el momento de ser madre y el modo de hacerlo. A través de
estas actitudes, expresa su individualidad: ya no es la sierva de
nadie sino que realiza un proyecto propio, no impuesto y no
subordinado.
Beauvoir
denuncia a la familia tradicional como una institución configurada
por la ideología patriarcal en la que se le impone miles de horas de
trabajo (tareas domésticas y cuidado de hijos). Reivindica
abolir esta institución y que la maternidad sea libre, no
necesariamente dentro del matrimonio.
Dicho
proyecto se podría realizar a través de la independencia económica
que pueda traer la inserción en el mercado laboral, según Beauvoir
(aunque para eso tendría que haber, por lo menos, igualdad
salarial; que no se concede con la excusa “cínica” de muchos
empresarios de que la mujer trabaja sólo para vicios, porque el
sueldo para vivir le viene de un marido –cuando lo que realmente
pasa es que en muchos casos tienen maridos porque con el sueldo que
dan a las mujeres no da para vivir y les es necesario casarse-).
La
cultura y la sociedad también se han de cambiar, a través del
activismo y la reivindicación. Se deben cambiar los roles, de
forma que hombres y mujeres tengan la misma capacidad de elegir y no
haya papeles impuestos.
-Amorós,
C. & de Miguel, A. (ed.) (2005): Teoría feminista: de la
Ilustración a la Globalización.
Barcelona:
Minerva Ediciones.
-Beauvoir,
S. (2005): El segundo sexo. Madrid:
Editorial Cátedra.
-Engels, F. (1968): El
Origen de la Familia, de la Propiedad Privada y del Estado.
Traducción: J. L. P. San Sebastián: Equipo Editorial.