Siempre sufriremos
Juan José Angulo de la Calle
Lo único seguro es el sufrimiento y la muerte. La ciencia, el saber más riguroso, no verifica; comprueba con experimentos sus afirmaciones, pero en contados casos (no todos los casos, éso sería imposible).
La ciencia contrasta, da la posibilidad a que se date un caso que no cumpla la norma general o ley científica, permite que esa ley pueda designarse como no válida si se da un caso en que no se cumpla (la relación causa-efecto que describe para todos los casos se refuta si se da un solo caso en el que no se dé, se ve que no se da en todos los casos si no se da en un caso). La ciencia contrasta, no verifica.
Sin embargo, el sufrimiento y la muerte son claros y distintos. Son impresiones tan fuertes que nadie puede negarlas. Son evidentes.
Sufro y éso indica que tiene que haber alguien que sufra. Sufro, luego existo.
¿Qué hay en ese sufrimiento? Miles de posibles causas, pero un único principio: somos seres limitados. Deberíamos darnos modestia comprobar nuestras limitaciones y mayor comprensión de los demás, con los que podemos empatizar y ponernos en su lugar, entendiendo su dolor por haber padecido otro dolor parecido.
Dicha empatía tendría que conducir a procurar no dañar, dado que ya sabemos lo mal que se pasa con el dolor y lo indeseable que es para cualquiera. El conocimiento del dolor debería forjar una mayor benevolencia.
Conocemos el dolor, sabemos que somos limitados. Éste es el principio del saber: una vez que somos conscientes de que somos deficientes, tenemos carencias, no damos nada por sentado y nos ponemos a investigar y pensar para alcanzar la verdad.
Además, la consciencia de nuestras carencias nos da una caracterización del ser humano, un ser de por sí siempre deficiente, sin garras ni medios naturales para subsistir. Tenemos que ser artificiales por necesidad. Tuvimos que desarrollar el pensamiento y la técnica para transformar la naturaleza y construir nuestros propios medios de vida.
Somos, en conjunto, seres artificiales; sobrevivimos por transformar el entorno, tenemos que ser artificiosos, vivimos a través de constructos, tecnología y ordenamiento social cultural. Forzosamente nuestra manera de vivir depende de la artificiosidad, no tenemos mucho de natural y, por eso, hemos acabado sin instintos. Sin casi nada natural en nuestro ser, carecemos de instintos que guíen nuestra vida. Forjamos nuestra manera de ser por nuestras decisiones, basadas en el uso de la racionalidad, ideas recibidas y motivaciones emocionales.
Tratamos de encarar esta vida sufriente y conciencia de la muerte con conceptos, creencias, consuelos, filosofía y maneras de interpretar la realidad y nuestra existencia. Frente al dolor que nos aflige y que no podemos aceptar por su crudeza, planteamos maneras de encajar el dolor y darle razón de ser para poder asumirlo. La gente se da consuelos, se hace ilusiones de logros que compensen el dolor o contrapone al sufrimiento la esperanza de que haya algo mejor en el futuro y sea más potente que el sufrimiento.
Arrojados a una vida sin instintos y sin saber qué hacer, sufrimos la incertidumbre de no saber qué hacer en la vida o con la vida; no sabemos cómo vivir, cómo hacer nuestra vida.
Los papeles sociales asignados dan la ilusión ilusa de poseer referentes de vida o modelos a seguir. Pero en un mundo en el que no hay nada seguro del todo (la ciencia cambia en el tiempo, no tiene la verdad definitiva), lo único que es cierto es el dolor, el temor a volver a sentirlo y el miedo a la muerte: la angustia.
Nunca tendremos algo seguro del todo, somos seres limitados: no podemos llegar a verdades definitivas, somos seres demasiado deficientes para hacer éso. No podemos estar seguros del todo de lo que afirmamos: las pruebas y comprobaciones, basadas en teorías humanas, no pueden ser del todo fidenignas. Siempre viviremos en incertidumbres, nunca sabremos cómo desenvolvernos con seguridad y siempre lamentaremos no tener algo estable que dé seguridad. Siempre tendremos angustia.
Sin embargo, nuestras limitaciones nos pueden enseñar a nos ser engreídos, conscientes de que somos mortales y deficientes. Éso lleva a no mostrarse prepotente frente a otros, a tener predisposición a escuchar y a aprender de los demás y, quizás, a ser conscientes de que solos somos muy limitados y que se hace necesario hacer cosas con otras personas: cooperar y colaborar para aumentar nuestras capacidades.
Si bien, en el encuentro con los demás, nos encontramos solos frente a ellos. Por muchas filiación grupal que se tenga en un equipo, cada persona a nivel individual ha de dar su voz (o su silencio elocuente), se haya bajo su mirada inquisitiva, y puede entrar en conflicto con los otros. El infierno son los otros.
Al fin y al cabo, cada persona se ve frente a las otras, que son igualmente sufrientes y, por tanto, tienen intereses propios. Toda persona tiene necesidades, la vida consta de impulsos internos dolorosos (hambre, sed...), que impulsan a actuar por encima de otras consideraciones porque son apremiantes.
Los principales estímulos humanos son los diferentes dolores que presionan a la gente a que los disuelva, la tensión del dolor individual es la mayor impresión que hay, la más intensa; y las personas, por tanto, tendrán, probablemente, como principal motivación e interés deshacerse de su sufrimiento personal, por encima del de los demás si hace falta (posiblemente será así en bastantes casos, sobre todo en casos extremos).
Estamos solos los unos frente a los otros. Persona contra persona, interés particular frente a interés particular. La discusión y el conflicto es lo normal, incluso estando en grupos con los que la persona pueda identificarse.
Nos pone en una tesitura el mero hecho de tener que formar parte de un grupo y la posibilidad de participar y dar frente a otros nuestra opinión con unos intereses determinados (aunque sean altruistas: pueden chocar con los intereses de otras personas).
El acuerdo es difícil entre personas, que se ven, sobre todo, impelidas por su sufrimiento personal, subjetivo e intransferible. Las personas, con sus penalidades particulares, tendrán necesidades personales y, por tanto, intereses individuales.
La identificación con el grupo, el tener noción de poder tener intereses colectivos, tarda. Viene por ver que el bienestar general y los logros colectivos dan más ganancias que la actividad individual.
Tarda mucho, genera incertidumbres. Nadie sabe si en el grupo todos harán su parte para lograr el proyecto colectivo, no saben si todos colaborarán o irán por su cuenta. La duda siembra malestar general.
El libre arbitrio es individual hasta en los grupos en los que se actúa: hay decisiones internas y cada persona tiene que dar su voz y voto, se expone a los demás. La libertad colectiva se construiría con la suma del ejercicio de la libertad individual de cada persona, sería la suma y diálogo de todas las voces y decisiones.
La vida humana es sufrimiento, las personas pueden tratar de paliarlo con proyectos ilusionantes planificados por la razón, pero no se sabe nada y las incertidumbres crean angustia; además de que los mejores proyectos son los colectivos (cuentan con más fuerzas y capacidad para llevarlos a cabo) y en el grupo se encuentran conflictos.
El ser humano trata de superar el sufrimiento y, como ser deficiente que es, no lo logra. Quizás logre una gratificación que compense la angustia con ciertas actividades como el arte, la cultura, el deporte, la danza, la música o la comicidad. Pero, en principio, la existencia es sufrimiento y parece que siempre lo será.
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