El
principio de muerte
Juan
José Angulo de la Calle
El
único conocimiento seguro es que vamos a morir. Éso es lo que
pensó Heinrich, tras buscar un principio del conocimiento seguro y
válido.
Las
matemáticas y la lógica son demasiado abstractas y no pueden decir
nada del mundo. Las ciencias están bajo una presunción de verdad,
sus leyes han sido comprobadas en experimentos pero sólo las han
corroborado en un determinado número de casos, no en todos (que
sería imposible). Como mucho pueden decir las ciencias que hasta
ahora no ha habido un experimento que haya refutado las leyes, que el
método hipotético-deductivo es contrastable. Ello es mucho, pero
no es seguro del todo.
Pensando
ésto, Heinrich se preguntó por algún conocimiento más seguro y
sólo encontró la consciencia de la muerte. Una vez llegado a este
principio, pensó en sus consecuencias. Los animales morimos y los
seres humanos somos los únicos entre ellos que sabemos que nos
moriremos, luego ello nos hace ser más temerosos y más
desgraciados, pero también puede hacernos más empáticos porque,
conscientes de la brevedad de la vida, podemos ver su supuesto valor,
apreciarla y a respetar, en lo posible, la de los demás. Por otro
lado, el saber que un día moriremos nos puede hacer atesorar cada
momento y vivirlo con intensidad sabiendo que nos quedan pocos y que
las vivencias son un tesoro.
Además,
saber que el ser humano es mortal lleva a las consecuencia de su
carácter efímero, limitado. Un ser limitado tiene cierta
fragilidad, puede dañarse del todo y, por tanto, puede dañarse
algo. Ésto es el dolor, el informe sobre un fallo o alteración del
que da cuenta el organismo. El ser humano tiene dolor y es
consciente de que en toda su vida lo va a tener y sufre por ello. Es
el ser más desgraciado entre los animales y el más digno de
lástima. Saber ésto refuerza aún más la empatía y la
comprensión, concluye Heinrich.
Llegados
a estas conclusiones, Heinrich se propuso difundir su pensamiento
para hacer que las personas ahondasen en el asombro de la maravilla
de la vida. Sin embargo, nadie le escuchó de verdad. A ninguna
persona le gustaba recordar el dolor y la muerte. Preferían
evadirse pensando en otras cosas o centrarse en las dificultades o
problemas de la vida. Muchos le llamaron “bicho raro” por aludir
a algo demasiado lejano, demasiado ajeno, demasiado obvio o demasiado
innecesario de relatar.
Rechazado
por todas las personas, Heinrich se encerró en sí mismo, sin dejar
entrar a nadie. La fortaleza perfecta no deja entrar el aire. El
joven se consumió en su propio jugo y se volvió completamente loco,
pero un loco con una amplia sonrisa.
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