"Agotado
de esperar el fin”
Juan José Angulo de la Calle
Entro en el bar y pido una
tila para los nervios. El psicólogo de la seguridad social ya me
dice que tengo que reducir la tensión. No se da cuenta de que es
existencial.
Decadencia, malestar.
Heidegger decía que la primera toma de contacto con el hecho de
existir es a través de la angustia. Sartre, por su lado, entendía
que esa toma acababa tomando forma en la náusea, la consciencia de
que la vida es absurda y sin objetivo revuelve las tripas. Yo
principalmente siento asco.
Asco hacia la sociedad, tan
competitiva e individualista que su principal valor es el dinero. La
gente después de ver el declive del neoliberalismo y la crisis que
ha provocado tras tanta especulación y tanta precariedad laboral (de
esos barros tenemos estos lodos), todavía cree en las bondades de la
mano invisible. Hay quien cree en el relato de la recuperación
económica, en que si todo el mundo busca su propio interés y
ambición egoísta, la productividad del trabajo sumiso y precario
junto al consumo levantarán las empresas y permitirá que lluevan
migajas de los grandes beneficios de la patronal.
Muchas personas se ponen de
parte del explotador, del que especula con el trabajo precarizándolo
como resultado de un turbio síndrome de Estocolmo que hace que se
identifiquen con los que tienen el dominio y acaparan los recursos,
en una desesperada búsqueda de la magnanimidad de los que más
tienen, a costa de los demás.
Los 80 acabaron en el 89 con
la caída del muro, llevándose todos los sueños y esperanzas. Las
ilusiones murieron, la lucha se fue. Solamente nos quedan las
asambleas de personas paradas, que conservan la dignidad. Lejos
quedaron los años de juventud, cuando el punk y el rock vasco
cohesionaba y daba forma al movimiento popular, o eso parecía...
Crisis, incertidumbres,
miedos. Ésa es la herencia que reciben mis sobrinos, la generación
perdida. Tienen que ver que el lema de esta época es: “sálvese
quién pueda”. Se han quedado sin referentes. Lejana es la lucha
social fuerte y la solidaridad de los trabajadores, luego habrá
quien se pregunte por qué tampoco hay derechos sociales y laborales.
No les puedo culpar, yo
tampoco es que haga mucho. Estoy quemado, desesperado, agotado de
esperar el fin. Mi principal objetivo es volver a trabajar y mi
última esperanza es encontrar los suficientes subterfugios para
soportar la vida. No tengo decencia ni dignidad. Es increíble que
me parezca sublime mi inmensa decadencia.
Me tomo la tila tranquilo
mientras hojeo los anuncios de empleo. Me canso de tachar. Mierda
de vida, después de tantos años trabajando y por debajo del mercado
laboral. Más de cuarenta años, media vida de experiencia y estoy
casi peor que los jóvenes. Es duro tener que estar presionado a ser
productivo y útil,a hacerme máquina, producto a la venta
publicitado en mi currículum, como si fuese otra mercancía más.
No siento más que odio hacia todo.
Intento encender un cigarro,
pero el camarero me pide que no fume por la ley. Apago el fiti
aplastándolo contra mi antebrazo mientras se me queda mirando el
chaval, quedándose todo loco. Pese a mi falta de decencia y
dignidad, parece que todavía tengo algo de punk.
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