LA VIDA ES UNA TRAGEDIA
Juan José Angulo de la Calle
Sartre señala que, al ser
libres, al poder decidir actuar en cada momento qué hacer y, así,
potencialmente cambiar nuestra conducta y modo ser, entonces siempre
estamos pendientes de ser, nunca llegamos a ser del todo. Somos una
pasión inútil, somos... nada. Y eso nos angustia, así que sufrimos
toda la vida.
Además
vivimos con otros sujetos que nos observan y nos tratan como objetos,
objetos de observación al menos. El infierno son las otras
personas. Sartre decía: "intente amar al prójimo y luego
me cuenta."
Somos una
pasión inútil y el infierno son los otros. No he encontrado
nada que desmienta estas afirmaciones, así que la existencia humana
es angustia, es una tragedia: mientras vivamos sufriremos y solamente
acabará el dolor con la muerte. Pura tragedia.
Desde
Darwin, se ha concluído que de por sí la vida no tiene “sentido”,
no tiene razón de ser. El evolucionismo nos indica que la evolución
se da tras innumerables combinaciones de los alelos genéticos hasta
dar con una mutación, y esa variante no tiene por qué servir para
adecuarse al entorno, simplemente se da una mutación sin relación
con el ambiente. Si esa variación hace que la nueva especie esté
más adaptada, la especie se conservará y sobrevivirá a la especie
que le precedió por tener más ventajas; y si los cambios no hacen
que pueda adaptarse al entorno, desaparecerá.
Ésto
es la selección natural: se dan mutaciones y se quedan aquellas
especies que sean más aptas para el entorno. En un bosque, de una
camada de conejos blancos nacen conejos pardos: los conejos blancos
desaparecerán por ser más visibles que los conejos pardos, que se
camuflan mejor en el entorno; en medios nevados, ocurriría lo
inverso. El que una especie esté adaptada al entorno es casualidad:
hay una causalidad para las variantes (interna, genética), pero no
tiene por qué implicar que los cambios hagan que los mutantes se
conserven.
Si
existimos es por casualidad. La vida no se dirige hacia ningún
objetivo, se dan variaciones sin ningún objetivo. Existimos
meramente porque el ser humano logró adaptarse al entorno, en el
mismo nivel que otras especies y bajo los mismos principios. No somos
especiales, solamente supervivientes.
El
ser humano, en realidad, es un desgraciado frente a las demás
especies. Sin garras, sin colmillos afilados, sin pelaje, está
arrojado al mundo y ha tenido que superar muchas dificultades para
subsistir, con todo el sufrimiento que conlleva. Por no tener, no
tenemos ni instintos (como mucho impulsos y muy domesticados por la
educación), no hay nada que nos diga cómo vivir la vida o cómo
sobrevivir. No tenemos referentes y lo que es peor: podemos pensar y
preocuparnos de por qué estamos en el mundo, qué razón de ser
tiene nuestra vida. Ésto nos genera angustia emocional y
existencial.
El
ser humano es un ser con racionalidad, suele dar una razón para
todo. Cada acto que cometemos es para lograr un determinado fin que
consideramos positivo, necesario o útil. Pero la vida no tiene
ninguna razón de ser, existimos porque existimos, como las demás
especies y esa falta de “sentido” nos resulta insoportable. Por
eso, el ser humano ha intentado crear un “significado” para su
vida, sea por medio de las religiones, algunas teorías filosóficas
o ha inventado razones de ser para su vida particular (el amor, el
éxito, la cultura, el deporte...) o colectiva (el bienestar general,
los derechos humanos, la productividad, los derechos laborales y
sociales...).
En
cualquier caso, la vida de por sí no tiene razón de ser y por eso
es absurda. En nuestra actual “sociedad del riesgo”, la
“modernidad líquida” que teorizó Zigmunt Bauman (no hay nada
estable, “sólido”), vivimos en medio de incertidumbres, todo
cambia, los “sentidos” y valores se tambalean, y volvemos al
absurdo y a su consecuente angustia.
La
vida en el mundo actual es completamente absurda, vivimos en la
ceguera del liberalismo salvaje. El neoliberalismo, al dejar hacer al
mercado sin ningunos mínimos de regulación y prevención, ha
conducido a formas de peligrosa especulación bancaria, burbujas
financieras, privatizaciones, recortes en derechos sociales,
incremento de la precariedad laboral (con dificultades para consumir)
y una asimétrica globalización en la que se liberan mercados pobres
que no pueden competir con la potencia de las multinacionales,
incremento de la mano de obra barata (casi esclava) y pago ínfimo de
las materias primas por parte de multinacionales (provocando que se
incremente la deuda externa de los países en desarrollo).
Esto
es una ceguera absoluta porque si los trabajadores del primer mundo
son principalmente precarios, no pueden consumir y ello conduce a
crisis económicas; y porque las desigualdades sociales mundiales (un
1% de la población mundial tiene casi la mitad de todas las riquezas
del mundo) generan unas contradicciones que tendrán que estallar de
alguna manera (si en los países del tercer mundo hay
sobreexplotación, llegará un día en que no puedan más, se rebelen
los trabajadores y generen daños intencionalmente en los beneficios
de las grandes fortunas). Por no hablar, de que la sobreproductividad
al que va el liberalismo sin regulaciones genera tanta contaminación
que puede llevar al calentamiento global.
Sumado
a lo dicho, hay otros problemas en las sociedades: el machismo, la
xenofobia, el racismo y formas de exclusión social. Vivimos en el
absurdo. Sufrimos el absurdo. Todos los juegos especulativos de un
liberalismo sin regular, las diferentes desigualdades y la merma en
derechos laborales y sociales, nos crea incertidumbres, inestabilidad
y angustia.
Además
de lo descrito, en el mundo se suceden interminables en África y
Oriente Próximo. Por no hablar del terrorismo yihadista
fundamentalista, intenta hacer atentados en Europa y, principalmente
realiza en países de mayoría islámica atentados en mezquitas de
musulmanes que consideran malos fieles por no ser extremistas,
matando a centenares de personas (niños y personas ancianas
incluídas) porque en los templos islámicos es donde se acumulan más
las personas de esos países.
No
hay un movimiento contestatario fuerte frente a los diferentes
conflictos graves (hambre masiva mundial y guerras), a los abusos
discriminatorios y a los excesos del liberalismo salvaje, no hay
tampoco lucha de clases propiamente dicha (solamente, puntuales
luchas sindicales para objetivos limitados, que bastantes veces no se
consiguen por realizarse con limitada fuerza, participación,
continuidad de la lucha o por desgaste). Actualmente, no es
previsible que el mundo al que estamos arrojados vaya a cambiar
mucho. Por tanto, sin menoscabo de la práctica de hacer críticas y
protestas, hay que sobrellevar esta vida de alguna manera, hay que
hacerle frente al absurdo (quizás reduciéndolo con el humor) y
conocer el absurdo.
Frente
a este mundo tan duro, la vida y la realidad nos parecen absurdas.
Diferentes teorías filosóficas han tratado este absurdo y cómo
encajarlo. A nivel más clásico, nos encontramos con el filósofo
Heráclito, que, al ver las irracionalidades del mundo, se ponía a
llorar. Por contra, Demócrito, veía que la realidad era absurda y,
por tanto, ridícula, y se ponía a reírse de ella. Hasta cierto
punto, considero que la mejor actitud es la de Demócrito: dentro de
lo que se pueda, porque hay realidades muy duras, hay que procurar
tomarse las cosas con humor para quitarles hierro y poder reaccionar:
es mejor reírse del absurdo del mundo, que es ridículo, que dejarse
llevar por la desesperación (repito, que dentro de lo que se pueda:
porque hay situaciones apremiantes y duras que hacen que la vida sea
imposible y pedir a la gente que lo sufre que lo tome con humor
resulta incluso ofensivo; ya que no pueden, ni tampoco tienen por qué
tomarse las cosas con humor).
Existencialismo,
el tratamiento filosófico del absurdo
La
filosofía que ha tratado de alguna manera el absurdo de la vida es
el existencialismo. Hay diferentes vertientes de esta corriente, pero
solamente describiré algunos de ellos: aquellos que, pese a intentar
diferenciarse, tienen más en común de lo que les gustaría.
Los
preludios del existencialismo son las filosofías vitalistas, que
trataron sobre la vida humana, sobre el concepto de humanidad a
través de hacer una reflexión de su vida, tratar al ser humano y
definirlo por medio de señalar que el ser humano es el resultado de
sus vivificaciones. Heidegger, el primer existencialista, se vio
influído por Nietzche, cuyo principal referente fue Schopenhauer.
La
filosofía de Schopenhauer entiende la vida como un proceso lleno de
presiones por parte de los impulsos o las necesidades, tales como la
sed, el hambre, el apetito sexual... Schopenhauer lo llamaba Voluntad
o voluntad de vivir, la cual se podría reducir al deseo. Él nos
crea sufrimiento, nos presiona con fuerza para conseguir cosas. Si no
se obtienen, nos frustramos y, si se logran, tenemos una efímera
satisfacción que no dura mucho, nos crea decepción y nos conduce a
volver a buscar otra cosa en un círculo vicioso. Es como echar leña
al fuego, sólo se aviva el ardor. Schopenhauer considera que la vida
es tensión. Creo que mi personaje Ilargia tiene esta mentalidad.
El
budismo, en esta línea, considera que la vida es sufrimiento por
nuestro apego al deseo. Si nos aferramos con afán a buscar lo que
queremos, andamos por la vida procurando lo que queremos para
nosotros y alimentamos el egoísmo, en lugar de ver las cosas como
son tratando de desenvolvernos en lo real y adaptándonos a la
realidad cambiante. El que se aferra al deseo vive para conseguir
cosas en el futuro que no vive o se aferra a un pasado que no puede
cambiar. Entonces pierde de vista el presente y a lo que le rodea, lo
cual sí está viviendo. Todos los males vienen del apego al deseo,
la ira es deseo de venganza, la avaricia es deseo obcecado de
riquezas... No es malo tener deseos si son pasajeros y permiten estar
atento a lo que se está viviendo. Lo malo son las obsesiones, que no
dejan vivir. Lo mejor es vivir el presente, estar atento al aquí y
ahora.
Nietzsche,
por su lado, considera que la vida es voluntad de poder. Todo ser
viviente busca expandirse, crecer, ser más fuerte, hacer más cosas
(tener poder es poder hacer cosas, tener capacidad para poder
realizar lo que se quiere). La vida, entonces, es movimiento,
actividad, querer superarse a sí mismo. Para Nietzsche, la vida no
es tensión, la vida es energía.
Por
otro lado, Nietzsche considera que hay que aceptar tanto el dolor
como el placer, porque ambos son partes de la vida y sin ambas la
vida no sería tal (sin placer, la vida sería martirio inútil y sin
dolor, sueño o un proceso narcótico). Él lo personificó con el
dios de la mitología griega Dionisios, dios que acepta todos los
aspectos de la vida porque es el dios del vino, la locura y la
tragedia (yo diría que las tres cosas están muy relacionadas, pero
bueno).
Todos
los esfuerzos por negar el dolor son enfermizos. La venganza, según
Nietzsche, es atribuir como causa del dolor unas personas que dañan
a otras y es el deseo de acabar con el dolor acabando con sus
supuestos causantes. El remordimiento o la culpa es la venganza
contra uno mismo, atribuir el dolor a uno mismo y mortificarse como
expiación. Con ambos sólo se crea mortificación y no acaban con el
dolor porque forma parte de la existencia.
Pero
bueno, supongo que no es algo que podamos aceptar realmente y, al
final, sólo nos queda disfrutar cuanto podamos de la vida. La risa
es una de las fuentes del descrito disfrute de la vida. En cualquier
caso, el existencialismo retomará el tratamiento de la vida humana.
A
partir de un análisis de la filosofía de Nietsche (y de otros
autores como Husserl y los presocráticos), Heidegger construyó su
teoría existencialista. Su existencialismo no tenía como objetivo
tratar acerca del ser humano y su existencia, pero le sirvió de
medio para poder describir el ser. Sartre se vio notablemente
influído por Heidegger (aparte de por Husserl y Marx) y sí que
describió un existencialismo humanista, un existencialismo que
explícitamente describiese qué es ser humano y en qué consiste su
existencia.
Según
Sartre, somos una pasión inútil, actuamos y queremos ser de una
manera, y nunca llegamos a ser nada fijo. Por parte de Sartre, somos
nada, nunca tenemos una manera de ser determinada como los demás
seres con sus instintos, composiciones químicas y demás formas de
ser ya fijadas.
Condenados
a la libertad, a cada momento podemos actuar de una forma y ser de
una concreta manera para al momento siguiente poder elegir actuar de
otra manera y ser diferente. Siempre en potencia, nunca llegamos a
una manera de ser, pese a tender a ello con nuestros proyectos y eso
nos deja en un vacío inquietante que nos angustia.
Somos
contingentes, efímeros, nuestra manera de ser es volátil y
podríamos buenamente no existir sin que importe. La vida no tiene
objeto, todos nuestros proyectos no conducen a hacernos ser algo. La
vida, así, es absurda y saber eso puede hacer que nos revuelvan las
tripas, conduciéndonos a la náusea. Toda vida es innecesaria, toda
es inútil. Nuestro vida carece de relevancia, no tiene peso en el
mundo y así surge lo que Kundera llama la insoportable levedad del
ser: sentir que la vida carece de peso, interpretar que la existencia
no tiene importancia.
La
libertad de la que habla Sartre y de la que acusa de responsabilidad,
se proyecta en el mundo. Un mundo construido con la actuación de
cada uno y en coexistencia con las otras personas, el infierno de
Sartre. Infierno porque nos encontramos con otros sujetos que nos
miran desde su posición de sujeto, nos miran como si fuéramos
objetos, objetos de conocimiento de su conciencia aunque sea. Sujetos
llenos de intereses que nos ven como objetos y que, potencialmente,
pueden utilizarnos para satisfacer sus aspiraciones particulares y
proyectos. La intersubjetividad es complicada y, en la mayor
parte de las sociedades, se deja de lado.
Así,
constantemente amenazados y, a veces, utilizados, la coexistencia se
vuelve dura y el mundo acaba convirtiéndose en una lucha de
intereses, una lucha por el poder, por poder hacer más cosas, por
tener más, acaba convirtiéndose en una lucha por los intereses. Se
conforma un mundo hostil en el que todo es absurdo, en el que la vida
es absurda y en el que la sociedad sirve a intereses y no a personas.
Como
indica Camus, la vida y el mundo carecen de razón de ser. En
la vida, se sirve a la producción ciega, que se reduce a producir
por producir, y el trabajo se parece a la tarea encargada a Sísifo:
levantar una piedra hasta una cima hasta que caiga allí y se deba
volver a alzar de nuevo. La vida es repetitiva, sin “sentido”,
estéril: cada vez que realizamos una tarea en el trabajo, nos
encontramos con una parecida. Es como limpiar la casa: poco después
volverá a estar sucía, es un trabajo ingrato, mecánico,
desagradecido e improductivo. Nuestra vida, en general, es así, una
constante repetición insípida: trabajar-comer-distraernos-dormir,
trabajar-comer-distraernos-dormir... Es un eterno retorno. Todo
intento por sustraerse de este absurdo puede ser visto como una forma
de resistir, pero al final solamente es un aguante, un soportar la
angustia y la náusea del absurdo. La existencia se limita a
una serie de subterfugios para soportar la vida.
Aunque
nos gustasen nuestras tareas rutinarias laborales y domésticas que,
en un cierto punto limitado, hemos elegido (obligados), la repetición
hace que se vuelvan insípidas y tediosas. Pensemos en nuestro plato
favorito. Imaginemos que lo comiésemos todos días. Acabaríamos
resultando algo de lo que nos cansaríamos y nos resignaríamos. Lo
mismo pasa con las tareas rutinarias que hacemos por obligación,
tanto trabajar como ocuparse de la casa y la crianza de los hijos.
Schopenhauer
una vez escribió que el optimismo es un cruel y duro sarcasmo
teniendo en cuenta la realidad que hay que vivir. ¿Acaso hay algo
que niegue el absurdo de la vida y pueda revocar sus palabras? Tal
vez, un poco el buen humor.
El
infierno son los otros
Sumado
a todo lo dicho, Sartre introduce otro elemento que hace que nuestra
vida sea más angustiante: la alteración que nos dan las personas,
la alteridad nos altera. Como ya describí anteriormente con
brevedad, bastantes personas nos tratan como objetos, como objetos de
observación o como herramientas para satisfacer sus objetivos
particulares.
Influencia
de Heidegger
Sartre
se vio influenciado por Heidegger. Es interesante ver qué
consideraciones tenía Heidegger para ver qué motivaciones tenía en
mente Sartre, en qué reflexionaba antes de llegar a sus
conclusiones.
Heidegger
trató la ontología, la teoría del ser, la descripción de en qué
consiste el ser, pero el ser se conoce a traves de los entes
(objetos, animales, personas...) y un ente especial es el ser humano
porque es consciente, puede pensar el ser y reflejarlo en su
existencia. Por ello, para conocer el ser, Heidegger escribió acerca
del ser-ahi (dasein, estar en situación). Gracias a ello y a
posteriores estudios sobre la metafísica tradicional (la ontología
anterior a él), pudo definir que el ser es lo que desvela el ente,
es el que descubre y describe cada ente cambiante en el tiempo (que
está siendo, carente de una forma fija).
Ser-en-el-mundo
junto con ser-con-otros
Heidegger
es un filósofo que, ante todo, se ha dedicado a la ontología.
Sin embargo, él parte de la existencia para llegar al ser (en tanto
en cuanto el existente es el que se dedica a investigar el ser).
La existencia es la esencia del ser humano, su modo de ser. Su
modo de ser es el que le define, el ser libre.
El
ser humano para ser tiene que actuar, y ese actuar es hacer cosas y
embarcarse en proyectos en un mundo. El ser humano es en el
mundo. Esto le vincula a las cosas y a las personas.
Somos con otros. El ser-con-otros no es mera existencia compartida de
un mismo mundo. Nuestros valores y afectos también van
dirigidos hacia los demás, nuestro ser también se forja hacia los
demás.
La
inauntenticidad
Lo
propio del ser humano es elegir. Si se ve demasiado
influenciado por los demás puede perder su autenticidad. Si se
comporta como los demás esperan que te comportes, si sigues sus
tradiciones y costumbres... se limita la elección. Se actúa
automáticamente, sin elegir. Se aliena la libertad.
Las
tesis para reflexionar de las que disponía Sartre eran: que lo
propio del ser humano es ser libre y ese ser se realizaba en el
actuar en el mundo junto y con otros. Ese ser con otros puede
ser peligroso, en tanto puede alejar del ser auténtico. Los
otros son considerados, pero también son amenaza y seres de los que
prevenirse.
Sartre.
El para-sí
En el existencialismo, la
existencia precede a la esencia. Es decir, primero existimos y luego
hacemos nuestra propia manera de ser. Los animales tiene
instintos, tienen una manera de ser ya dada, una esencia, pero las
personas, no; y tenemos que construir nuestra manera de ser, actuando
de una manera u otra. El ser humano construye su personalidad
propia, su personalidad propia, su autenticidad.
La existencia precede a la
esencia, existimos y luego somos. Actuamos de una manera a cada
momento y siempre podemos después actuar diferente, nuestra manera
de ser no está determinada, vivimos en cierta libertad, y,
consecuente, siempre estamos en potencia de ser distintos y nunca
llegamos a ser del todo, tenemos proyectos pero no nos definen del
todo: somos una pasión inútil. Somos libres, estamos condenados a
libertad y a la responsabilidad que conlleva, pero también a la
falta de ser. El ser humano es una pasión inútil.
En “El ser y la nada”
encuentra Sartre dos modos de ser: el en-sí y el para-sí. El
en-sí es un modo de ser determinado ya. Es el modo de ser de
las cosas: que es ser de una manera fija, sin que dé cabida al
cambio (que no esté ya definido en-sí mismo). El
para-sí es el actuar de los seres que pueden elegir (la conciencia)
y, por tanto, su ser no está determinado.
El para sí, la conciencia,
es un ser en el que constantemente puede elegir y cambiar; por lo que
no se puede definir de una forma definitiva (su manera de ser, su
actuar como individuo) y, por ello, hasta cierto punto no se puede
decir que es (puede cambiar constantemente, nunca es de una forma
plena: siempre es potencial). Por ello dice Sartre que es
nada. Cada vez que se actúa es de una manera, somos de
una manera y después puede ser de otra (a cada momento se es algo,
en acto es algo), pero nunca llegamos a ser del todo, siempre estamos
pendientes de ser diferentes (elegir actuar de otra manera), siempre
se es potencia. El ser humano es una pasión inútil.
El
conflicto: los otros
El
ser humano se encuentra con otros seres humanos y este encuentro es
conflictivo. Observamos a otra persona y, de esa forma, lo
convertimos en objeto, en objeto de observación. El problema es que
la otra persona hace lo mismo y la compañía nos resulta
conflictiva.
Aquí
se ve que ha heredado de Heidegger la consideración que designaba al
ser humano como ser libre. Y al igual que él, tiene que decir
que el ser libre supone el actuar en el mundo y junto/con los demás.
. Hay que mirar que tipo de relación consiste entre el para-sí
y el resto de para-sí que le rodean.
El
otro nos sirve para definirnos, en tanto que vemos a seres parecidos
a nosotros pero que no son yo y nos permite ser en tanto otros.
Observamos a los otros y los juzgamos. Los tratamos como
objetos. Sin embargo, ellos nos pueden devolver la mirada.
Eso nos da pudor.
Lo
descrito es lo que lleva al conflicto. No sólo nos encontramos
a un ser al que no podemos convertir en objeto, sino que nos hallamos
ante un ser que pretende transformarnos en objeto. Cada uno
pretende objetualizar al otro, para poder desenvolvernos con ellos.
Se
pretende al otro que se comporte como un objeto, aunque no lo sea.
Se trata al otro como un instrumento de mis propósitos para poder
desenvolver mi ser, para hacer mi voluntad. El conflicto surge
porque los otros también pretenden hacer lo mismo y hay tensión y
enfrentamiento porque ninguno quiere ser alienado.
El
otro es un ser que puede degradarnos. Estamos en constante
tensión y enfrentamiento con él. Es un ser potencialmente
peligroso y amenazante. Es un infierno estar con los otros.
Eso hace que no se tenga mucha consideración hacia los otros.
Hacia alguien que nos puede dañar (y si no se quiere ser dañado)
sólo se puede padecer hacia el aversión y desconfianza. Esto
hace difícil la convivencia y el ejercicio del deber. Es
costoso tratar a alguien con respeto si se siente miedo o asco hacia
los demás. El resultado no es satisfactorio, pues la
convivencia es una convivencia conflictiva y en tensión.
Además
de eso, todos tenemos intereses y vivimos en una sociedad en el que
la distribución de recursos no es social, sino sometida a un
capitalismo salvaje, en el que las personas acceden a los recursos
por medio del dinero y en el que el trabajo no está asegurado (de
ninguna manera, es cada vez más precario en Occidente y semiesclavo
en países del tercer mundo). Vivimos con seres que nos consideran
objetos (con la falta de escrúpulos que ello implica) y con los que
tenemos que competir para conseguir los medios de subsistencia. Toda
filiación es temporal y mientras no haya relaciones de poder hay
buen ambiente, pero cuando hay riesgos de despidos, generalmente,
cada cual va por su camino y trata de trepar como sea (si es que no
ponen la zancadilla directamente).
Las
relaciones de poder en la pareja también son asimétricos. Como
señalaba Simone de Beavoir, este enfrentamiento al Otro se realiza
contra la mujer (que es de una manera u otra tratada como objeto de
dominación).
Beauvoir
entiende que las relaciones hombre/mujer en las sociedades
patriarcales consisten en las relaciones amo/siervo. El hombre
necesita considerarse sujeto y, para eso, tiene que haber otro ser
que haga de objeto para que él, como es diferente, le permita
proclamarse sujeto. Entiendo que en las actitudes patriarcales,
el hombre trata a la mujer como objeto para situarse por encima de
alguien y poder sentir que "él es alguien", que el es
sujeto, frente a otro ser diferente que será un objeto. El
hombre trata a la mujer como objeto (de deseo, de servidumbre, de
reproducción...) para situarse por encima de ella. Necesita a
alguien que le reconozca como sujeto, pero él la trata como si fuera
un objeto. El hombre se ve como sujeto al tener frente a un ser
diferente a él que ve como objeto, la mujer: al ser diferente de la
mujer, que es el objeto, entonces puede considerarse un sujeto.
En
general, en nuestra sociedad la mujer es presentada desde diferentes
medios (publicidad, películas, series de televisión...) como
objeto, como objeto de deseo. Es presentada bajo posturas y actitudes
sexuales y serviles. No pasaría nada si se presentará a la mujer
como sujeto sexual activo, como persona con carácter e iniciativa
que vive la sexualidad con libertad, pero frecuentemente es
cosificada sexualmente adoptando posturas y actitudes de sumisión,
servilismo y objetualización. En la publicidad, se expone el cuerpo
femenino (no su personalidad) como parte de la promoción,
subconscientemente como parte del producto y “cosa” a adquirir en
caso de que se compre el producto o servicio anunciado
(subliminalmente se da a entender que si se consume lo anunciado, se
logrará de alguna manera atraer a una mujer sumisa y esclava sexual
de los hombres).
La
dialéctica del amo/esclavo de Hegel pasa a ser entre los sexos la
dialéctica del amo y la esclava. El papel de la mujer es el de una
subordinada del varón, es tratada como la referencia de una
instancia más alta y básica (siempre se habla de una mujer como “la
madre de”, “la esposa de”, “la secretaria de”…). Su modo
de ser (su modo de ser tratada, de actuar y de poder desenvolverse en
el mundo), está fijado como contingente (no necesario) o dependiente
de un modo de ser considerado como modo de ser positivo (existente,
que se está realizando o desenvolviéndose) en el mundo, que es el
del varón y a partir del cual y para el cual se realizan los demás
modos de actuar, que están orientados (y dirigidos y planteados)
hacia él.
En
el mejor de los casos, en el primer mundo, la mayoría de mujeres
cobra menos que los hombres ocupando los mismos puestos (por lo
menos, un 15% menos), tiene menos oportunidades laborales (hay gran
feminización de la precariedad laboral y puestos bajos), se ocupa de
la mayor parte de las tareas del hogar y de cuidados (de niños,
padres...). Todavía la mayoría de las mujeres de nuestra sociedad,
para nuestra vergüenza masculina, son de hecho sirvientes del hombre
(pese a que las feministas hayan conseguido cambiar muchas cosas y
todavía sigan luchando para que la mujer tenga los mismos derechos
-laborales, de ocio y reposo- y deberes -reparto de tareas del hogar
y cuidados-).
En
conclusión, estar con los demás puede ser un verdadero infierno.
Normalmente, tenemos relaciones cordiales y afectivas, pero siempre
con conflictos latentes, luchas de poder y resquemores que pueden
estallar en cualquier momento. El ambiente de trabajo se puede
enrarecer, las costricciones a las que se le somete a la mujer se
descargan con justicia (en el mejor de los casos con activismo
feminista) y la exclusión social conduce al robo y a la violencia.
En
conclusión, estar con los demás puede ser un verdadero infierno.
Normalmente, tenemos relaciones cordiales y afectivas, pero siempre
con conflictos latentes, luchas de poder y resquemores que pueden
estallar en cualquier momento. El ambiente de trabajo se puede
enrarecer, las costricciones a las que se le somete a la mujer se
descargan con justicia (en el mejor de los casos con activismo
feminista) y la exclusión social conduce al robo y a la violencia.
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