Arte y estética feudal
Juan José Angulo de la Calle
En el imperio bizantino, quedaron restos del canon griego, todavía las figuras mantenían cierto grado de proporción y belleza, salvo por el hecho que acabaron tomando una imagen severa y austera, sobre todo debida cuenta que se centraban en mostrar a Jesshua ben Miriam, sus seguidores y su madre. La forma de las figuras se tornó arquetípica y de formas cuadrangulares, fuera aparte de su aspecto severo y de gestos hieráticos.
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La gran aportación bizantina fue los grandes edificios religiosos, que formaban cúpulas que asemejaban al orbe celeste (en el que se encontraría el Paraíso) o edificios en forma de cruz griega (con todos sus lados iguales: el símbolo de la paz y la concordia de los antiguos e ilustrados griegos paganos). Era la gran construcción que fomentaron crear los emperadores de Bizancio o Basileus: las basílicas, término cuya etimología fue descrita con anterioridad.
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Arte árabe
Los musulmanes no podían dotar a
las mezquitas de imágenes de personas o siquiera de animales para
evitar cualquier forma de idolatría y de asociación, por lo que los
motivos florales y frutales podían aparecer como muestra de la
abundancia y de la generosidad divina por los dones concedidos por
ella. Tenían que construir en función de la norma del Levítico que prohíbe hacer representaciones de personas y animales.
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Sus creencias acerca de la divinidad les hacía concebir a la divinidad como algo desconocido e irrepresentable, demasiado excelso como para que la mente pudiera abarcarlo en forma alguna; Alá es el sobrenombre de Dios: no es Dios, no se conoce su nombre, así que el ser humano le ha asignado una suerte de seudónimo, un término que da cuenta de la idea que buenamente puede tener el ser humano acerca de la divinidad, pero que nada tiene que ver con ella y constantemente se hace constancia de ello.
La única forma de presentar lo sagrado es por medio de construcciones armoniosas y matemáticas, como el uso de arcos vistosos y sillares almohadillados complejos, cuya decoración debían ser formas geométricas casi perfectas, que siempre contaban con una de ellas puesta de forma inarmónica para mostrar que en el mundo es imperfecto y que la única perfección tenía que ser la divina.
Arte católico
En la Europa cristiana alejada del Cisma ortodoxo, se desarrolló en primer lugar un arte románico, de cierta influencia de las formas simplificadas de los elementos del arte romano tardío y cristiano; y después se adoptaron aspectos de la cultura de los invasores, dando lugar a edificios de formas simplificadas, pintura y escultura simplista.
La belleza era entendida como armonía divina o epifanía (reflejo del orden establecido por Dios). La armonía no era la establecida por el canon clásico, sino que la ordenación de las proporciones tenían que formar figuras geométricas que se adecuasen a las exigencias y límites de un cuadrado (símbolo de los cuatro lados de la cruz, la que sería la base para configurar la forma de los templos). Las pinturas dentro de un cuadrado y cuyas proporciones permitiesen estar encuadradas dio lugar a composiciones cuadrangulares y dio lugar al nombre de las pinturas: “cuadros”.
Las grandes catedrales debían ser un muestra de la grandeza de Dios y estaban dotadas de unas estructuras sólidas (con contrafuertes y pilares bien asentados) cuyas formas estables y con cierta armonía austera fuesen reflejo de la perfección de Dios (representada por unas paredes grandes, en las que unas podían doblar o triplicar en volumen a otras, pero que guardaban una relación de proporción, aunque no áurea, entre ellas que daba la imagen de ser una totalidad armónica).
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Eran unos inmensos edificios que debían dejar boquiabiertos a los feligreses, estaban construidos con una elaboración artística, armonía y proporcionalidad, y grandilocuencia que mostraban un alto grado de majestuosidad.
Estaba formado por una larga naves de gran altura (nave central, con sus paralelas naves laterales) que tenía dos pasadizos (transeptos) que se unían por un crucero cuyo conjunto hacía que adoptara la forma de la cruz (esta vez la cruz más romana) y convergían en una bóveda (a veces una cúpula) que tenía que dar la impresión recordar al orbe celeste y avisar a los creyentes de que “existía” un Cielo, al que podrían no acceder si no eran obedientes (las representaciones pictóricas cruentas acerca del infierno, imitaciones directas a los artefactos de tortura reales de la época, complementaban de forma persuasiva el sano temor de Dios).
El uso de arco y la altura de ellas, así como el efecto de profundidad cóncava, pueden dar la misma dirección de la mirada hacia la ascensión, hacia los cielos.
Se introdujeron en las naves arcos que permitieran la colocación de vidrieras que, a la par que mostraban la gran belleza de una exquisita orfebrería, dejaran entrar la “luz del Señor”. Esta iluminación era fundamental para permitir la visibilidad en un edificio que era más una suerte de fortaleza de encierro.
Por medio de esta luz se permitía poder ver de alguna forma todas las figuras y obras de arte que permitían que los fieles tuviesen símbolos del poder; y también tenía que dar la impresión de que la luz entrante eran los rayos directos de la que consideraban que era la Luz del Señor: la guía que debía iluminarnos a la salvación de nuestras almas.
Según Agustín de Hipona, los seres humanos necesitamos esa Luz divina para poder hacer el bien. Como somos seres contingentes (innecesarios) y deficientes, y por supuestamente caídos por el Pecado Original, el ser humano no hace lo que realmente quiere, que es hacer el bien, que es bello y da verdadera felicidad. La verdadera belleza es la perfección divina y la felicidad se logra por acercarse a esta suma belleza, por medio de hacer el bien; pero el ser humano no puede hacer el bien por sí mismo.
Debido a nuestra debilidad y a las tentaciones, el ser humano carece de suficiente fuerza de voluntad como para hacer el bien, Para ser libre, para poder hacer lo que en el fondo quiere, necesita la ayuda de la Gracia y la Luz del Señor, que estaba representado por los haces de luces de los grandes ventanales y vidrieras exquisitas de las catedrales y basílicas.
Por otro lado, el orden divino se expresó de semejante manera en una música, que empezó a ser racionalizada de forma armónica por medio de la ordenación matemática de las primeras partituras europeas: el tetragrama diseñado por Guido d’Arezzo.
La escala musical calculada matemáticamente ya había sido objeto de estudio por parte los pitagóricos, pero no fueron representadas las armonías musicales hasta la conformación del gregoriano y él respondió más a intereses ideológicos que estéticos.
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Su ritmo prosódico debía ser severo, reflejo del orden divino, y debía servir para que los fieles creyeran estar cerca del canto de los ángeles y antecedían al Paraíso, al que podrían no acceder si no se sometían a la autoridad religiosa y la moral cristiana “del mando divino”.
El esplendor divino no tenía correlato en las pinturas y obras de arte, que carecían del grado de complejidad y belleza del arte clásico. Su simplicidad tenía una motivación pedagógica: unas imágenes demasiado agradables a la vista hubiesen hecho que los fieles se quedaran embobados, pero unas formas más simplistas hacía que diese lugar a que se preguntasen más por el contenido y que se fomentase que se preguntase al clero por la historia de cada uno de los mitos judíos y romanos tardíos representados por ellas. Este era el mensaje que se tenía que transmitir en todas las iglesias.
https://es.wikipedia.org/wiki/Pintura_g%C3%B3tica#/media/Archivo:Bernhard_von_Clairvaux_(Initiale-B).jpg |
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