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Fatalismo en la Grecia arcaica

 Fatalismo en la Grecia arcaia


Juan José Angulo de la Calle


Antes de la formación de un pensamiento separado del mito, previas a la filosofía y a la historia como tal, existía en la Grecia arcaica una serie de planteamientos que se daban por hecho y no se cuestionaban.

 

Existía una visión del universo en el que los griegos, si bien consideraban que todo conformaba un cosmos ordenado, tenían una interpretación pesimista de la realidad.  Los mitos y leyendas que se transmitían de forma oral daban cuenta que existía un destino fatal del que ni los héroes más poderosos ni los dioses podían escapar.

 

La moïra es el conjunto de consecuencias que se derivan de los actos de poder limitado de reyes, señores de la guerra, héroes e, incluso, dioses.  Los dioses olímpicos se veían en muchas ocasiones en conflicto entre ellos y ni los más poderosos podían escapar de la némesis [castigo o justa indignación de un ser de mayor poder] por la comisión de hýbris [acto excesivo y sacrílego, realizado generalmente por arrogancia].  

 

El dios Apolo venció con una flecha a la Pitón monstruosa que Hera había enviado para matar a Leto, madre del dios de la luz. Este hecho dio como resultado la construcción del templo dedicado a Apolo Pitón [debido a este mismo nombre, a sus adivinas u oráculos se las llamó pitonisas]. Con el tiempo, el dios se volvió soberbio, se comportaba como si estuviese por encima de verdadero posición.  El hijo de Apolo, Asclepio, podía sanar a los mortales, evadiéndoles de la muerte.  El rey de los infiernos, Hades, se quejó de estos hechos a Zeus y él lo fulminó con un rayo.  Apolo no se atrevió a ir contra Zeus, pero sí fue a por sus partidarios: atacó a los seres que crearon los rayos que se usaron en la guerra de la titanomaquia.  Mató a los cíclopes y fue condenado a ser durante un año esclavo del pastor Admeto. Apolo de esta experiencia aprendió los lemas que luego se enmarcarían en su templo: «conócete a ti mismo» (conoce tus límites) y «ninguna cosa en exceso».


Ni siquiera el rey de los dioses, Zeus, es omnipotente.  Su esposa Hera puede acabar con sus amantes mortales y sus hijos bastardos, muy a pesar de la voluntad del monarca de los cielos.  Zeus puede encerrar a los titanes bajo tierra: puede vencer a las fuerzas de la naturaleza, pero no puede destruirlas.  Hay un montón de factores que escapan a los planes del más poderoso de los dioses, para su constante tragedia.  

 

Exempli gratia, durante el décimo año de la guerra de Troya, los griegos van perdiendo terreno cuando se retira Aquiles, hijo del rey de los mirmidones.  De esta forma, se cumplía el plan de Zeus: los griegos se veían forzados a rogar a Aquiles su retorno a cambio de devolver su honor mancillado por el rey de Micenas, Agamenón.  Sin embargo, los estragos que sufrieron los griegos no pudieron ser queridos y formar parte de los designios explícitos de Zeus.

 

Fuera aparte del inexorable fatal destino, Hesíodo, en su poema: Los trabajos y los días, relata el mito de que Zeus dispone de dos tinajas.  En una de ellas, están los bienes y en la otra se encuentran los males.  Hesíodo afirma que Zeus, cuando reparte la fortuna a los mortales, a los injustos les da males y usa la misma pala manchada de males para dar una mezcla de bienes y males a los justos.  Todo ser tiene que sufrir.

 

Se cuenta la leyenda que el rey Midas emborrachó a Sileno y que le preguntó acerca de lo mejor de la vida.  Contestó que lo mejor de la vida es no haber nacido y que lo menos malo era morir pronto.

 

Heródoto asevera que el legislador ateniense Solón se encontró con el rico rey de Lidia y que le preguntó si no consideraba que él era el hombre más feliz del mundo.  El reformador ateniense le contestó que solamente podía decir eran dignos de ser llamados felices Telo y los gemelos Cleobis y Bitón, que desde el día en que nacieron hasta el que murieron tuvieron la suerte de no tener grandes desgracias. Cleobis y Bitón cargaron con su madre dentro de un carro hasta el templo de Hera, donde murireron por el puro esfuerzo continuo. Desde que nacieron hicieron cosas laudables y no llegaron a los estragos insoportables de la vejez. La diosa Hera les concedió el mayor bien y fue: la muerte.

 

Hasta los más grandes y poderosos se ven en una existencia en la que el dolor y la muerte son lo único seguro, y siempre se está sujeto a la posibilidad de una gran caída trágica de los más grandes.  Ni todo el poder del mundo terreno permite evadirse de un destino fatal, que debe acabar de forma dramática.

 

Todo mortal importante ha pagado su grandeza, debido a que ha cometido el exceso de realizar cosas que exceden su posición en el mundo. Áyax trató de competir con Ulises en ingenio y acabó loco, tras su consecuente derrota. Edipo se atrevió a vencer en saber a la Esfinge y por su atrevimiento arrogante se vio condenado a la ignorancia de sus orígenes, lo que le llevó a matar a su padre y casarse con su madre; y se arrancó los ojos por no poder haber visto lo que había hecho, a pesar de que no haber sabido lo que hacía. De Aracne decían que era mejor hilandera que Atenea y, por esta blasfemia, la mortal acabó transformada en araña para toda la eternidad.



Minos fue el mayor rey de Creta, pero su esposa le engañó con un toro sagrado y parió al maldito minotauro. El muy ingenioso Dédalo fue encerrado en el laberinto de Minos por ayudar a la reina de Creta a construir una vaca de madera para que copulase con el toro sagrado; huyó con alas de cera y su hijo, Ícaro, se acercó demasiado al sol hasta que cayó a la muerte.


Heracles o Hércules logró la gloria completando sus diez trabajos y se logró reconciliarse con Hera tras protegerla de los gigantes; pero recibió una capa envenenada de un centauro de manos de una esposa celosa y que quería ganarse su amor.


Aquiles fue el más glorioso de los héroes griegos en Troya. Venció al poderoso príncipe Héctor, después de que él matara a su amante Patroclo. Murió a manos del más cobarde de los troyanos, recibiendo una flecha de París en el talón que le señaló el dios Apolo.


Agamenón inició la guerra de Troya, maldita por los dioses. No le pasaron ni media al rey que iba a empezar un conflicto terrible que enfrentaría a Europa contra Asia, y dioses contra dioses. El rey de Micenas mató a una cierva en un bosque consagrado a la diosa Artemisa y ella impidió que los vientos soplasen de forma que sus barcos pudiesen salir de la costa. Agamenón tuvo que sacrificar a su hija Ifigenia para aplacar un poco a la diosa; a su vuelta, su esposa y madre de Ifigenia le asesinó. 

 

El hijo de ambos, según la norma antigua, tenía la obligación moral de vengar a su padre. Orestes se vio en una situación irresoluble, trágica. Según su moral, debía vengar a su padre matando a su asesina: su madre. Si no vengaba a su padre, le atormentarían las Furias; pero si lo hacía, las Furias le atormentarían por cometer un vil matricidio. Sufrió horrores hasta Atenas.

 

Desde el punto de vista de la mentalidad griega arcaica, toda vida es trágica y constitutiva de sufrimiento, fatalidad y horror. Esta tradición oral mítica y fatalista fue el sustrato cultural de los posteriores poemas épicos y trágicos que transmitían que el cosmos es un orden en el que, a pesar de la armonía, todavía pervivía un destino doloroso y dramático para todos los mortales (incluso para los más poderosos que, como mucho, veían retrasado un terrible desenlace de las consecuencias de sus erróneos actos, inherentes siempre a mortales falibles y limitados). 


 

Bibliografía:


-Corbalán, F. (2012): La proporción áurea.  El lenguaje matemático de la belleza. Villatuerta: RBA.

 

-Esquilo, Sófocles et Eurípides (2012): Obras completas. Madrid: Cátedra.

 

-Graves, R. (1999): Dioses y héroes de la antigua Grecia.  Madrid: Unidad Editorial.

 

-Havelock, E. A. 2002: Prefacio a Platón.  Madrid: Antonio Machado Libros.

 

-Hesíodo  2001: Obras y fragmentos.  

 Madrid: Editorial Gredos.

 

-Heródoto (2006): Historias.  Barcelona: Cátedra.

 


-Homero  (2000):
Ilíada.  Madrid: Editorial Gredos.



-Homero  (2000):
Odisea.  Madrid: Editorial Gredos.

 

 

-Nietzsche, F. (2002): El nacimiento de la tragedia.  

Madrid: Alianza Editorial. 

 

-Redfield, J. M. (1992): La tragedia de Héctor: naturaleza y cultura en la Ilíada.  Barcelona: Destino. 



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