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Diálogo sobre la razón y las pasiones



Diálogo sobre la razón y las pasiones



Juan José Angulo de la Calle


https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/b/b7/Socrates_and_Xanthippe.jpg
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El último insulto fue demasiado y su ínfima paciencia se desvaneció. Saltó contra el cuello del más cercano y le ahogó. Una lluvia de golpes le cayó en el costado de Aristocles, pero, loco de rabia, nada sintió y se lanzó contra su atacante golpeándole directamente a sus ojos. Su víctima exhaló el quejido de dolor más lastimero del mundo, mientras se cubría los ojos, dejando indefenso su costillar, que se convirtió en su siguiente lesión. 


Los otros huyeron como los cobardes que eran, mientras Aristocles lanzaba golpes a diestro y siniestro, a pesar de que su enemigo se hallaba en el suelo tendido, presa del pánico y el dolor. La ira dominaba a Aristocles, nunca se consumía y sólo aumentaba a la par que realizaba una venganza que nunca parecía satisfacerle. Sus amigos apenas le contuvieron. Le arrastraron como pudieron fuera de la taberna, intentando huir de la guardia ateniense, que iba a llegar presto. 


Salvaron a su amigo y él, aunque al principio calumniaba contra sus nombres, acabó agradeciéndoselo tras el paso del tiempo y la recuperación de la cordura. Sus amigos temían por él, veían que tenía un demonio dentro que le estaba consumiendo como una maldición. Viéndole enfermo, decidieron llevarle al único médico de la mente que conocían.


Sócrates estaba debajo de un árbol, de pie y con la vista elevada, pero sin mirar a nada en concreto. Sus discípulos aseguraron que llevaba un buen lapso de tiempo así y que pronto terminaría. Cuando bajo la vista, Sócrates pestañeó y se fijó en los nuevos visitantes.


SÓCRATES: Almeón, hijo de Tersites, dime qué buen viento te lleva ante este ignorante.


ALMEÓN: Me lleva el ardor de mi amigo Aristocles, que tal como el de Aquiles, carece de control y no le deja vivir.


SÓCRATES: ¿Y de dónde surge tu ira, Aristocles?


ARISTOCLES: Mira, yo he venido por petición de mis amigos, a los que debo agradecimiento. No quiero ofender, pero no creo que sirva de nada hablarlo, ya que no me conoces y no sabes nada.


SÓCRATES: Sí, no se nada, pero al menos soy conocedor de mi ignorancia y eso al menos me hace más sabio que aquellos que creen saber y no saben nada.


Esta respuesta dejó mudo a Aristocles, y no pudo replicarle nada, a pesar de su desdén por los llamados sabios. Almeón aprovechó su estupefacción para envolverle en el hilo de la conversación.


ALMEÓN: Habla tranquilo con Sócrates, tal vez no te diga nada, pero te puede dar las preguntas que sean la clave para aclararte las ideas.

Aristocles asintió más por amistad, que por convicción, y se predispuso a pasar por aquél extraño trance.

ARISTOCLES: Puedes decirme lo que quieras.

SÓCRATES: Yo no diré nada, pero te puedo formular las preguntas que me hace mi daimón interior cada vez que hago algo que no sé si está bien o no. Hemos quedado en que no sé nada, así que dime tú: ¿de dónde viene tu ira?

ARISTOCLES: Yo sólo ataco a aquellos que se lo merecen.


S: ¿Luego crees que lo que haces es justo?


A: Pues sí, claro.


S: ¿Luego tienes un concepto de justicia?


A: Sí.


S: Tienes una idea de lo que es justo.


A: Sí.


S: ¿Y esa idea es racional?


A: ¿Qué?- dijo extrañado y temiéndose lo peor-.


S: ¿ Tú dirías que atacas porque tus enemigos se lo merecen?


A: Pues sí, vaya tontería de pregunta.


S: Luego, tienes razones para hacer lo que haces.


A: Pues claro.


S: Entonces te guía la razón.


En este punto, Aristocles quedo de nuevo callado, incapaz de responder o de siquiera entender a dónde quería llegar la pregunta formulada, por lo que se quedó de nuevo con la mente en blanco.


S: ¿Si es justo un acto es porque hay razones para hacer algo, porque es razonable y necesario o bien es porque es arbitrario y caprichoso?


A: Porque es racional.


S: ¿Entonces la razón ha de ser la guía en la vida, o tal vez la ignorancia?


A: La razón.


S: ¿ Lo racional es buscar lo que da un bien o lo que perjudica?


A: Busca lo razonable.


S: Bien, ¿tener problemas con los jueces de forma innecesaria es necesario y benéfico, o más bien es insensato?


A: Es insensato -dijo a regañadientes y sintiéndose atacado-.


S: ¿Dirías que sentirse mal es un mal?


A: Sí.


S: ¿La ira se satisface o nunca se consume?


A: Nunca se consume- dijo empezando a enfadarse de forma viva-.


S: ¿Diríamos que es un mal, que nos hace enfermar?


A: Sí- reconoció a punto de estallar-.


S: Dime, ¿has visto alguna vez las estrellas?


A: Sí -respondió sorprendido por la pregunta fuera de tema y sintió cierta curiosidad acerca de adónde quería llegar con cuestiones tan raras-.


S: ¿Dirías que hay un orden en las constelaciones y que todo forma una unidad?


A: Sí.


S: ¿Cuál es la base del cosmos?


A: No sé.


S: ¿No dirías que todo se puede dividir hasta cantidades ínfimas?


A: Pues sí.


S: ¿Y que habría una cantidad que no se podría dividir porque no podría haber divisiones infinitas en algo finito y ordenado?


A: Sí.


S: ¿Podríamos llamarlos átomos, tal como lo hace Demócrito?


A: Pues, sí.


S: ¿Esos átomos se unirían entre sí hasta formar las cosas?


A: Necesariamente, creo. Todas estas ideas tan profundas me dan cierta sensación de vértigo.


S: No te extrañe, porque la filosofía, a pesar de que la motiva la curiosidad y el amor por el saber, surge de un cierto asombro. Pero, dime, ¿los átomos que se unen se repelerían unos a otros, o más bien se sentirían atraídos entre sí?


A: Sentirían atracción, supongo.


S: ¿Podríamos acordar de momento que Empédocles tiene razón y que es el amor o la atracción el principio de todas las cosas?


A: Sí, ¿pero a qué viene todo esto?


S: Paciencia. Primero dime: siendo parte de un cosmos ordenado,¿todo ser debe tener un orden, tener un equilibrio?


A: Sí.


S: ¿Habíamos acordado que la guía en la vida ha de ser la razón?


A: Pues sí.


S: ¿Dirías que alguien es equilibrado si se deja arrastrar por las ciegas pasiones, o si se guía por la sensatez de una razón pausada, meditada y tranquila?


A: Es equilibrado el que sigue la razón.


S: Entonces, ¿es mejor ser templado y prudente para hacer lo racional, o las pasiones nos conducen a realizar lo más razonable?


A: Hay que ser templado. Sé que no debo dejarme llevar por la pasión, pero no puedo y ésa es mi desgracia.


S: Sí, por eso la mayor fortaleza no está en la fuerza bruta, sino en vencerse a uno mismo -señaló Sócrates con los ojos medio abiertos y una mirada llena de cansancio-. Hay que seguir los preceptos del oráculo de Delfos: “nada en exceso” y “conócete a ti mismo”. Y no te preocupes por los que te ofenden, son sólo ignorantes, no saben lo que es el verdadero bien.


Y se alejó de allí despacio, ante la atónita mirada de sus discípulos, que nunca le habían visto dar una exposición clara de sus ideas sin hacer uso del recurso de preguntas y dudas. Aristocles vio marchar a aquel hombre, que tal vez era un sabio, pero que sin duda ninguna era un filósofo.

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