Teorías estéticas y arte del siglo XX
Juan José Angulo
Adorno
indicaba que la forma de evitar la razón instrumental (la que reduce
el pensar a mero cálculo) era por el arte dejado a sus propias
normas: él busca crear, genera nuevas formas, procura nuevos medios
de expresión (sino no daría a obras que comuniquen algo que no
estuviera dicho antes y no sería una aportación).
Por
su parte, Marcuse defendió que, por medio de la imaginación de la
facultad estética y artística humana, se podía ir más allá de lo
dado y daba goce; porque la creatividad es gratificante y permite
pensar en nuevas posibilidades. Si la sociedad se basaba en la
producción lúdico-artística se lograría una verdadera
gratificación porque se atendería a nuestra búsqueda de
satisfacción de una forma controlada (bajo las normas de las artes),
se atendería a nuestra necesidad de sentirnos bien con lo que
hacemos, y se producirían productos que contribuirían a la economía
del país, a la vez que se crearían de forma humana.
Wittgenstein
consideraba que las cuestiones realmente importantes era las que iban
más allá del lenguaje lógico y referencial, las que no tenían que
ver con cuestiones relativas, sino que daban cuenta de valores
absolutos, como lo hacían la estética y la ética. Debían ser
tratadas por otros juegos de lenguaje.
Marthin
Heidegger consideraba que la obra de arte desvela los potenciales de
la materia. En su creatividad, lograba creaciones plásticas en las
que se veía el potencial de la materia bruta, porque las artes
permitían generar constructos no previstos y con otras formas, que
eran posibles, pero que no habían sido preconfiguradas
completamente. El arte desvelaría la verdad que se encuentra en la
materia: permitiría mostrar lo que podían llegar a ser las cosas.
Según
Heidegger, el arte transformaría, con la creación, la materia bruta
o Tierra en Mundo, en un lugar hecho para las personas y que fuese
habitable. El arte hace que el espacio se vuelva habitable; usa el
material para envolver partes del espacio de manera que tengan una
forma, como un recipiente. Heidegger pensaba en arquitectura, en la
que claramente tanto papel tiene el vacío como el espacio que se
está ocupando recubriendo el espacio por la materia a modo de
recipiente; pero, después, hallaría en la escultura de Chillida
otra forma de hacer que el vacío y el material que lo recubre en una
forma conduzca a ocupar el espacio y hacerlo habitable.
Walter
Benjamin señaló que hay tres criterios para identificar una obra de
arte y distinguirla de un producto mercantil: 1) ser un producto
elaborado y complejo; 2) seguir unas normas de una determinada
corriente; y 3) tener como finalidad el propio arte, tener una
intencionalidad principal de transmitir un mensaje articulado, fruto
de la técnica expresiva, la emoción y el pensamiento.
Es muy
posible que algunas creaciones tengan algo de las dos primeras
condiciones, pero la más fundamental es que lo relevante sea la
intencionalidad artística y no la venta de productos llamativos y no
arriesgados, que son agradables a la contemplación de forma pasiva y
cuyo contenido está más bien “mascadito”.
Una
obra de arte de verdad tiene que hacernos reflexionar, hacernos
plantearnos las cosas, debe presentar una nueva forma de expresión
que rompa nuestros esquemas mentales y plantee las cosas de forma
diferente. Tiene que ser creativa, poiética en el sentido más
original del término: creatividad y nuevas maneras de articular los
elementos.
Tiene
que tener alma, dar una experiencia especial; debe disponer de un áurea que diría Walter Benjamin. Debe mostrar
que todavía algunas personas tenemos sangre en las venas y que
estamos muy vivas.
No tiene que ser cobarde, no debe ir a lo fácil
de presentar composiciones simplistas pero kawai
o
formas adorables. No tiene que tocar la neotina y presentarnos
figuras entrañables que deleitan la vista, pero que no aportan nada.
No tiene que estar compuesto de formas sencillas, colores amables y
que no arriesgan nada y que son un insulto a la inteligencia.
No
tiene nada que ver con el tiburón en formol de Damien Hirst que no
transmite nada; ni las esculturas adorables y sin contenido del
publicista Jeff Koons; ni las pinturas y esculturas explícita y
obscenamente kawai
de
Takashi Murakami; ni mucho menos todo el humo que ha vendido Yoko
Onno desde que separó a los Beatles.
Aristóteles
consideraba que el arte debía ser un proceso de creación razonado.
El arte tiene que ser pensamiento plasmado de forma compleja en una
obra de arte elaborada que tiene una estructura compleja; tiene que ser así porque sino sería mera decoración y no cumpliría la función que se da en el arte de proporcionar formas de expresión que toquen nuestra sensibilidad y expanda la mente.
Consideraciones como la del filósofo de Estagira llevan a que se
puedan plantear tres valores objetivos para evaluar una obra de arte:
1) su complejidad, su grado de elaboración según el mensaje de una
corriente determinada; 2) la coherencia de los elementos con la
composición ordenada de una manera determinada; 3) la intensidad con
la que se transmite el mensaje.
El
discípulo de Platón también señalaba que el arte era imitativo,
pero hay que tener presente que él tenía como referente al arte de
su época. Con la aparición de la fotografía el arte ha tenido que
ir más allá de la representación y tuvo que abandonar el arte
figurativo.
Ello ha conducido a diversos modos de expresión y a la
necesidad de explorar otros medios de comunicar, pero también ha
conducido a que todavía hoy haya una confusión entre los límites
del arte y de lo que no es arte.
No
basta con una pretendida originalidad y con defender con fariseismo
que el autor ha procurado dar un mensaje rompedor y difícil; tanto
que es necesaria la explicaciones del artista y no es suficiente con
la contemplación de la obra para transmitir lo que supuestamente
quería comunicar. Todo ello no es más que humo para vender: si una
obra no es compleja, ordenada de manera concertada, precursora de la
reflexión y de la sensibilidad elaborada, entonces no es una obra de
arte: es una estafa.
Hasta
los collages
del
cubismo estaban situados en una estructura con un sentido, no tienen
nada que ver con obras extrañas cuyos elementos están puestos sin
orden ni concierto.
Los cubistas trataron de explorar, no engañar
descaradamente, no hacerse pasar por lo que no son, ni tratar de
compensar sus carencias por medio de talonarios, fundaciones propias
para su promoción y el uso del corporativismo y el tráfico de
influencias.
El
cubismo procuró trabajar el volumen, exponiendo pinturas en las que
se mostraban elementos en varias caras (como si fuera un cubo
aplastado, en el que se muestran seres de frente y de perfil a la
vez) para que el espectador pudiera reconstruir lo observado en tres
dimensiones.
Otras
corrientes artísticas también procuraron configurar la transmisión
de una intencionalidad artística por medio de complejo mensaje
articulado. Los paralelos artistas surrealistas trataron de llevarnos
a una realidad superior (superrealista) del profundo mundo interno de
lo onírico, los sueños y los contenidos más ocultos de la psique
humana.
Por
su parte, los expresionistas reaccionaron al dominante impresionismo
(que procuraba tratar la primera impresión de lo observable:
destacando la luz y el color) y realizaron obras que trataban de
expresar las emociones más profundas de la psicología humana.
Hasta el extraño arte abstracto tenía una forma determinada y
elaborada.
El
arte abstracto buscó ir más allá de lo figurativo y trabajó la
comunicación que de por sí podía establecerse por los medios
pictóricos y escultóricos, sin referirse a nada ajeno a la propia
expresión de ambos medios. Trabajaban con formas complejas haciendo
uso del color o de estructuras escultóricas en las que se exploraban
nuevas posibles formas elaboradas.
Hasta
en obras tan abstractas como las de Oteiza y Chillida se puede
atisbar de forma directa un sentido directo y no forzado por el
discurso falaz.
Fue más Oteiza el que empezó con las
investigaciones acerca de la ocupación del espacio y el vacío
cubierto por la materia que lo envuelve, como un recipiente.
Oteiza
trabajó el volumen, se basó en el arte prehistórico vasco en su
formato más elaborado: el cromlech,
un conjunto de menhires en círculo que debía dar una apertura que
sirviese simbólicamente como portal para el cosmos, era la posibilidad
de abarcar el Absoluto de Hegel. Todo esto pudiera quedar bien
representado por la obra en frente del ayuntamiento de Bilbao:
Variante
ovoide.
Secundariamente,
Chillida continuó durante décadas exponiendo sus esculturas que
trabajaban el volumen, la ocupación del espacio y el vacío [más
allá de que Oteiza lo dejase porque entendió que ya había
explorado todo lo que se podía tratar en escultura de por sí y, por
su ventaja en menor trabajo y gasto, se ocupó de la creatividad
artística por medio de la poesía, que consideraba sagrada].
Chillida
imitaba mucho a Oteiza, como lo muestra El
libro de los plagios,
y jugó con el vacío que era cubierto por el material, realizando
obras que tenían que ver con la ocupación del espacio que había
tratado Heidegger en sus escritos sobre estética; en los que
señalaba que el arte hace que un espacio de la materia bruta, la
tierra, se convirtiese en algo habitable, en mundo humano (el
filósofo alemán pensaba sobre todo en arquitectura, pero señaló
que en la escultura de Chillida también se hallaba ese juego entre
el vacío, la ocupación del espacio y la forma que da el material
que recubre el vacío).
Fuera
aparte, el escultor trabajó con metales para darle una plasticidad
que rompiera con la imagen de que tenemos de ellos, siendo
considerados sólidos y casi bloques. La sociedad metalúrgica que
fue una de las insignias de la Comunidad Vasca, quedó humanizada por
medio de presentar que los metales que le había hecho famosos y
desarrollados podían cobrar algún tipo de dinamismo y vitalidad.
Todas
estas expresiones complejas se ven ridiculizadas por un mercado del
arte que ha convertido las obras en objeto de especulación más
salvaje y de menor criterio, gracias a corporativismos de fundaciones
creadas ex
profeso,
ayudas de políticos ignorantes y que tratan de fomentar a artistas
de su nacionalidad para hacer creer que se preocupan por la cultura
nativa y por el peso del marketing
y
la connivencia de la prensa canallesca, que destaca más las obras
polémicas, aunque vacías, que las que son verdaderamente
artísticas.
Nos
bombardearán con imágenes de pseudo arte y venderán porque es un
mercado más, pero su permanencia en la historia del arte no se
mantendrá cuando pase la moda y pierdan dinero para su publicidad.
Todo se agota y la paciencia con la tontería antes que nada.
Ya
se pasarán los quince minutos de oro de la mediocridad y se pondrá
en su debido sitio la estafa de los falsos artistas, junto con los
cantos de sirenas de la publicidad. La luz propia del esplendor del
verdadero arte se acabará imponiendo por el peso de sus propios
méritos y por la poderosa fuerza de su gran expresividad.
Como
señala Cayetano Aranda Torres en su Introducción
a la estética contemporánea, mientras
haya necesidad de pensar nuevas formas de ordenar la realidad, por
ser ella insoportable, seguirá siendo posible crear nuevas formas de
expresión dignas de ese nombre y el arte continuará indefinidamente
en diferentes formas complejas.
Bibliografía:
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