2020(e)ko irailaren 30(a), asteazkena

Teorías estéticas y arte del siglo XX

Teorías estéticas y arte del siglo XX


 
Juan José Angulo


 

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Adorno indicaba que la forma de evitar la razón instrumental (la que reduce el pensar a mero cálculo) era por el arte dejado a sus propias normas: él busca crear, genera nuevas formas, procura nuevos medios de expresión (sino no daría a obras que comuniquen algo que no estuviera dicho antes y no sería una aportación).


Por su parte, Marcuse defendió que, por medio de la imaginación de la facultad estética y artística humana, se podía ir más allá de lo dado y daba goce; porque la creatividad es gratificante y permite pensar en nuevas posibilidades. Si la sociedad se basaba en la producción lúdico-artística se lograría una verdadera gratificación porque se atendería a nuestra búsqueda de satisfacción de una forma controlada (bajo las normas de las artes), se atendería a nuestra necesidad de sentirnos bien con lo que hacemos, y se producirían productos que contribuirían a la economía del país, a la vez que se crearían de forma humana.


Wittgenstein consideraba que las cuestiones realmente importantes era las que iban más allá del lenguaje lógico y referencial, las que no tenían que ver con cuestiones relativas, sino que daban cuenta de valores absolutos, como lo hacían la estética y la ética. Debían ser tratadas por otros juegos de lenguaje.


Marthin Heidegger consideraba que la obra de arte desvela los potenciales de la materia. En su creatividad, lograba creaciones plásticas en las que se veía el potencial de la materia bruta, porque las artes permitían generar constructos no previstos y con otras formas, que eran posibles, pero que no habían sido preconfiguradas completamente. El arte desvelaría la verdad que se encuentra en la materia: permitiría mostrar lo que podían llegar a ser las cosas.


Según Heidegger, el arte transformaría, con la creación, la materia bruta o Tierra en Mundo, en un lugar hecho para las personas y que fuese habitable. El arte hace que el espacio se vuelva habitable; usa el material para envolver partes del espacio de manera que tengan una forma, como un recipiente. Heidegger pensaba en arquitectura, en la que claramente tanto papel tiene el vacío como el espacio que se está ocupando recubriendo el espacio por la materia a modo de recipiente; pero, después, hallaría en la escultura de Chillida otra forma de hacer que el vacío y el material que lo recubre en una forma conduzca a ocupar el espacio y hacerlo habitable.


Walter Benjamin señaló que hay tres criterios para identificar una obra de arte y distinguirla de un producto mercantil: 1) ser un producto elaborado y complejo; 2) seguir unas normas de una determinada corriente; y 3) tener como finalidad el propio arte, tener una intencionalidad principal de transmitir un mensaje articulado, fruto de la técnica expresiva, la emoción y el pensamiento. 

 

Es muy posible que algunas creaciones tengan algo de las dos primeras condiciones, pero la más fundamental es que lo relevante sea la intencionalidad artística y no la venta de productos llamativos y no arriesgados, que son agradables a la contemplación de forma pasiva y cuyo contenido está más bien “mascadito”.


Una obra de arte de verdad tiene que hacernos reflexionar, hacernos plantearnos las cosas, debe presentar una nueva forma de expresión que rompa nuestros esquemas mentales y plantee las cosas de forma diferente. Tiene que ser creativa, poiética en el sentido más original del término: creatividad y nuevas maneras de articular los elementos.


Tiene que tener alma, dar una experiencia especial; debe disponer de un áurea que diría Walter Benjamin. Debe mostrar que todavía algunas personas tenemos sangre en las venas y que estamos muy vivas. 

 

No tiene que ser cobarde, no debe ir a lo fácil de presentar composiciones simplistas pero kawai o formas adorables. No tiene que tocar la neotina y presentarnos figuras entrañables que deleitan la vista, pero que no aportan nada. No tiene que estar compuesto de formas sencillas, colores amables y que no arriesgan nada y que son un insulto a la inteligencia.


No tiene nada que ver con el tiburón en formol de Damien Hirst que no transmite nada; ni las esculturas adorables y sin contenido del publicista Jeff Koons; ni las pinturas y esculturas explícita y obscenamente kawai de Takashi Murakami; ni mucho menos todo el humo que ha vendido Yoko Onno desde que separó a los Beatles.


Aristóteles consideraba que el arte debía ser un proceso de creación razonado. El arte tiene que ser pensamiento plasmado de forma compleja en una obra de arte elaborada que tiene una estructura compleja; tiene que ser así porque sino sería mera decoración y no cumpliría la función que se da en el arte de proporcionar formas de expresión que toquen nuestra sensibilidad y expanda la mente.

 

Consideraciones como la del filósofo de Estagira llevan a que se puedan plantear tres valores objetivos para evaluar una obra de arte: 1) su complejidad, su grado de elaboración según el mensaje de una corriente determinada; 2) la coherencia de los elementos con la composición ordenada de una manera determinada; 3) la intensidad con la que se transmite el mensaje.


El discípulo de Platón también señalaba que el arte era imitativo, pero hay que tener presente que él tenía como referente al arte de su época. Con la aparición de la fotografía el arte ha tenido que ir más allá de la representación y tuvo que abandonar el arte figurativo. 

 

Ello ha conducido a diversos modos de expresión y a la necesidad de explorar otros medios de comunicar, pero también ha conducido a que todavía hoy haya una confusión entre los límites del arte y de lo que no es arte.


No basta con una pretendida originalidad y con defender con fariseismo que el autor ha procurado dar un mensaje rompedor y difícil; tanto que es necesaria la explicaciones del artista y no es suficiente con la contemplación de la obra para transmitir lo que supuestamente quería comunicar. Todo ello no es más que humo para vender: si una obra no es compleja, ordenada de manera concertada, precursora de la reflexión y de la sensibilidad elaborada, entonces no es una obra de arte: es una estafa.


Hasta los collages del cubismo estaban situados en una estructura con un sentido, no tienen nada que ver con obras extrañas cuyos elementos están puestos sin orden ni concierto. 

 

Los cubistas trataron de explorar, no engañar descaradamente, no hacerse pasar por lo que no son, ni tratar de compensar sus carencias por medio de talonarios, fundaciones propias para su promoción y el uso del corporativismo y el tráfico de influencias.


El cubismo procuró trabajar el volumen, exponiendo pinturas en las que se mostraban elementos en varias caras (como si fuera un cubo aplastado, en el que se muestran seres de frente y de perfil a la vez) para que el espectador pudiera reconstruir lo observado en tres dimensiones.


Otras corrientes artísticas también procuraron configurar la transmisión de una intencionalidad artística por medio de complejo mensaje articulado. Los paralelos artistas surrealistas trataron de llevarnos a una realidad superior (superrealista) del profundo mundo interno de lo onírico, los sueños y los contenidos más ocultos de la psique humana.


Por su parte, los expresionistas reaccionaron al dominante impresionismo (que procuraba tratar la primera impresión de lo observable: destacando la luz y el color) y realizaron obras que trataban de expresar las emociones más profundas de la psicología humana. 

 

Hasta el extraño arte abstracto tenía una forma determinada y elaborada. El arte abstracto buscó ir más allá de lo figurativo y trabajó la comunicación que de por sí podía establecerse por los medios pictóricos y escultóricos, sin referirse a nada ajeno a la propia expresión de ambos medios. Trabajaban con formas complejas haciendo uso del color o de estructuras escultóricas en las que se exploraban nuevas posibles formas elaboradas.


Hasta en obras tan abstractas como las de Oteiza y Chillida se puede atisbar de forma directa un sentido directo y no forzado por el discurso falaz. 

 

Fue más Oteiza el que empezó con las investigaciones acerca de la ocupación del espacio y el vacío cubierto por la materia que lo envuelve, como un recipiente. 

 

Oteiza trabajó el volumen, se basó en el arte prehistórico vasco en su formato más elaborado: el cromlech, un conjunto de menhires en círculo que debía dar una apertura que sirviese simbólicamente como portal para el cosmos, era la posibilidad de abarcar el Absoluto de Hegel.  Todo esto pudiera quedar bien representado por la obra en frente del ayuntamiento de Bilbao: Variante ovoide.


Secundariamente, Chillida continuó durante décadas exponiendo sus esculturas que trabajaban el volumen, la ocupación del espacio y el vacío [más allá de que Oteiza lo dejase porque entendió que ya había explorado todo lo que se podía tratar en escultura de por sí y, por su ventaja en menor trabajo y gasto, se ocupó de la creatividad artística por medio de la poesía, que consideraba sagrada].


Chillida imitaba mucho a Oteiza, como lo muestra El libro de los plagios, y jugó con el vacío que era cubierto por el material, realizando obras que tenían que ver con la ocupación del espacio que había tratado Heidegger en sus escritos sobre estética; en los que señalaba que el arte hace que un espacio de la materia bruta, la tierra, se convirtiese en algo habitable, en mundo humano (el filósofo alemán pensaba sobre todo en arquitectura, pero señaló que en la escultura de Chillida también se hallaba ese juego entre el vacío, la ocupación del espacio y la forma que da el material que recubre el vacío).


Fuera aparte, el escultor trabajó con metales para darle una plasticidad que rompiera con la imagen de que tenemos de ellos, siendo considerados sólidos y casi bloques. La sociedad metalúrgica que fue una de las insignias de la Comunidad Vasca, quedó humanizada por medio de presentar que los metales que le había hecho famosos y desarrollados podían cobrar algún tipo de dinamismo y vitalidad.


Todas estas expresiones complejas se ven ridiculizadas por un mercado del arte que ha convertido las obras en objeto de especulación más salvaje y de menor criterio, gracias a corporativismos de fundaciones creadas ex profeso, ayudas de políticos ignorantes y que tratan de fomentar a artistas de su nacionalidad para hacer creer que se preocupan por la cultura nativa y por el peso del marketing y la connivencia de la prensa canallesca, que destaca más las obras polémicas, aunque vacías, que las que son verdaderamente artísticas.


Nos bombardearán con imágenes de pseudo arte y venderán porque es un mercado más, pero su permanencia en la historia del arte no se mantendrá cuando pase la moda y pierdan dinero para su publicidad. Todo se agota y la paciencia con la tontería antes que nada.


Ya se pasarán los quince minutos de oro de la mediocridad y se pondrá en su debido sitio la estafa de los falsos artistas, junto con los cantos de sirenas de la publicidad. La luz propia del esplendor del verdadero arte se acabará imponiendo por el peso de sus propios méritos y por la poderosa fuerza de su gran expresividad.

 

Como señala Cayetano Aranda Torres en su Introducción a la estética contemporánea, mientras haya necesidad de pensar nuevas formas de ordenar la realidad, por ser ella insoportable, seguirá siendo posible crear nuevas formas de expresión dignas de ese nombre y el arte continuará indefinidamente en diferentes formas complejas.


Bibliografía:


-Adorno, Th. W.  (2004): Teoría estética.  Madrid: Akal. 


-Adorno, Th. W. & Horkheimer, M.  (2004): Dialéctica de la ilustración.  Madrid: Trotta.

 

-Arana, J. R. (2005): Balada de la filosofía y de la ciencia.  Barakaldo: Ediciones de Librería San Antonio. 


-Aranda, C.  (2004): Introducción a la estética contemporánea.  Almería: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Almería.

 

-Aristóteles (2007): Poética
Buenos Aires: Editorial Gradifco.

 


-Ardeo Rubio, I. (2005): “Fundamentos de estética”,
 in: Revolución Neolítica, n. 5. 
 Donostia/San Sebastián: Ti.Ta. Editores asociados.

 

-Bayer, R. (2018): Historia de la estética.   
Barcelona: EFE. 

-Benjamin, W. (1989):  
La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica.   
Buenos Aires: Editorial Taurus.

 

-Corbalán, F.  (2012): La proporción áurea.  El lenguaje matemático de la belleza.  Villatuerta: RBA. 


-Eco, U.  (2018): Historia de la belleza.  Barcelona: Lumen.


-López, R. (2018): La obra de arte en siglo XXI.  Madrid: publicación independiente.


-San Martín, F. J.  (2019): Guía para el arte del siglo XXI.  Madrid: publicación independiente.

2020(e)ko irailaren 24(a), osteguna

Romanticismo y estética

 Romanticismo y estética


Juan José Angulo de la Calle


Motivos artísticos románticos, pintura, literatura y ópera


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Las pasiones desatadas fueron la gran temática del romanticismo. La naturaleza reificada era presentada salvaje, a veces grotesta, tenebrosa y horrenda; pero siempre fascinante, algo que le hacía bella en un modo extremo. Fue la reacción opuesta a los extremos del culto de la armonía y el orden del clasicismo, que constreñía las emociones al orden de la razón y la fijación de la composición elaborada.

 

 Se abrían nuevas motivaciones por medio del nacionalismo y una nueva mitología de nuevos héroes de otras épocas, que hacían culto al poder y a la potencia del poder de decisión valiente del individuo.  Eran héroes nostálgicos que lamentaban su presente aludiendo a épocas pasadas romantizadas (que, en realidad, no existieron como tales: la "gloria" de la conquista antigua, la "nobleza" de caballeros andantes feudales que nunca existieron como tales...).


Los elementos del romanticismo tenían más que ver con lo sublime: las pasiones desatadas revalorizadas, la naturaleza extrema, y los héroes mitológicos nacionalistas pasionales y desencantados con su presente.


Este movimiento cultural se nutría de elementos reaccionarios: mostraban una nostalgia a tiempos pasados y dominados por grandes señores victoriosos. Era el último coletazo de una aristocracia y de genios de maneras elitistas, que se resistían a una sociedad cada vez más industrial, una modernidad más líquida (llena de incertidumbres en las que nada era “sólido” o estable, como describió Zigmunt Bauman en su Modernidad líquida). 

 

Los artistas románticos se resistían a un materialismo bruto que negaba el espíritu y una ciencia moderna que lo convertía todo en objetivo, determinado y sin finalidades.

 

La pintura mostraba a la naturaleza bruta; a veces terrible, a veces oscura e ilimitada, pero siempre fascinante. La belleza era interpretada como dicho asombro y culto a las pasiones desatadas, derivadas de una naturaleza desmedida.

 

Para no extenderme demasiado con este movimiento cultural, terminaré mi descripción de mis influencias dando cuenta de la figura de Francisco de Goya, cuya obra tanto ha influido en mi búsqueda por la sublimidad de lo esperpéntico y tenebroso.


El pintor siguió las líneas de composición de la armonía clasicista, y se vio influenciado por los artistas franceses y los planteamientos de la Ilustración (de joven no dejó de ser un afrancesado). Sin embargo, enseguida se distanció del clasicismo introduciendo elementos sutiles de realismo, dando cuenta de la verdadera forma de los monarcas y nobles que retrató en su verdadero carácter (destacando, entre otras obras, la forma sutil en la que caracterizó correctamente en La familia de Carlos IV la idiocia del rey borbónico y la firmeza del verdadero poderío de su esposa, su prima Marḯa Luisa de Parma).


Su trabajo y desarrollo elaborado de los claroscuros hizo que fuese el mejor pintor de su época y, además, esta técnica le permitió plasmar de la manera más expresiva y oscurantista los horrores de la guerra, los abusos de la superstición y todo sueño de la razón (dejar dormir a la racionalidad hace que tomemos como monstruos a seres tan útiles para contener plagas, como los gatos, buhos y murciélagos).


Dentro del ámbito de la literatura, poetas como Hölderlin señalaban que el gran arte era la poética: la poiesis griega o capacidad creativa, una facultad que cobraba más fuerza por medio de las posibilidades que abrían la poesía como gran arte en el que el lenguaje y las ideas podían expresar nuevas maneras de concebir la realidad; y de forma que permitía ser tratable conceptualmente.

 

Se estableció una nueva ópera: una teatralización dramatizada y musical que fue objeto de culto por las grandes emociones que despertaba y que era tratada como fuente de una nueva experiencia religiosa o espiritual: la música en la que se reflejaba la vida en su forma más trágica y pasional.  

 

De un autor puente como Beethoven (entre el clasicismo armonioso y el sensacionalismo romántico) hasta el abrumador Wagner, la música de la ópera se configuró como un arte en sí mismo, objeto de devoción y culto; fue una manera de hacer música que acabó interiorizada como popular por parte de la conciencia y memoria colectiva en el caso de autores como Verdi, apreciados como parte de la cultura popular y representantes de la identidad nacionalista.

 

Teoría estéticas románticas

 

En este mundo sin objetivos y nihilista, se tenía que llegar a las conclusiones de Schopenhauer: se debía concluir que el mundo era determinista y que las pulsiones naturales carecen de finalidad y solamente procuran la permanencia, existir por existir y vivir por vivir. De por sí, nada tenía sentido.

 

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La reacción ante este consecuente nihilismo fueron las diversas expresiones de una negación de esta realidad por parte de un espíritu que necesitaba reafirmarse. El romanticismo trató de plasmar que el espíritu tenía mucho que decir, más allá de las reducciones materialistas simplistas.


Hegel consideraba que el espíritu no podía ser simplemente un hueso (a pesar de que realmente la mente simplemente sea el procesamiento neuronal de todo el sistema nervioso). 

 

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 Él consideraba que el desarrollo del espíritu era un fenómeno que podía ser tratado y concluyó que todo el proceso de la conciencia, superando cada posición acerca de la realidad por una síntesis que aunase teorías contrapuestas, llevaba a la formación de una conciencia sobre la objetividad; después el espíritu se dirigía hacia la subjetividad de la modernidad; y, finalmente, la conciencia se conducía a unir el saber objetivo con el subjetivo construyendo una conciencia que sabía de sí mismo, era consciente de sí misma como sujeto conocedor de la realidad. 

 

La fenomenología del espíritu llevaba en última instancia a la figura de la auto-conciencia, en la que el saber auna el sujeto con el objeto y se hace, así, con el saber Absoluto.


El filósofo prusiano consideró que en el romanticismo se daba el último motivo posible del arte. El arte romántico había unido lo subjetivo con lo objetivo y había llevado a expresar todo lo que era posible comunicar con el arte. La poesía, elaborada entre otros por parte de grandes figuras alemanas como Hölderlin, permitía una mejor expresión de las ideas del espíritu, al estar introducidas en el formato del logos, λóγος, o del lenguaje articulado de la palabra escrita; y permitía una potencia creativa, poesis griega o ποίησις, que facilitaba la máxima creatividad artística.


Por un lado, el arte de la antigüedad era objetivo, cada obra tenía un claro exponente central (en la pintura, destacándose una parte por medio de la luz, colocando el elemento importante en el centro y por medio de que las figuras dirigieran todas las miradas y gestos hacia él).


En segundo lugar, el arte moderno se ocupó de la subjetividad, despertando emociones fuertes como la sublimidad o la majestuosidad; y también procuró transmitir este mensaje por dejar la interpretación al sujeto (como ya referí con anterioridad en la descripción de Foucault de Las meninas de Diego Velázquez).


Finalmente, concluyó que en el romanticismo, en el que se unía la naturaleza (objetividad) y las pasiones (subjetividad), el sujeto, sobre todo por medio de la poesía más cercana a las ideas, se libera con la ironía y toma distancia de lo que le supera, haciendo que el arte sea una unión del sujeto con el objeto y se convierta en expresión del Absoluto.


Schopenhauer denostó a su colega Hegel, al que acusaba de utilizar un lenguaje forzado y jeroglífico, cuyo oscurantismo pretendía aparentar profundidad y supuestamente trataba de compensar su poca validez lógica. Tan grande era su animadversión que, aunque daban clases en la misma facultad y sus despachos estaban próximos, permanecieron sin comunicación alguna.


Schopenhauer señaló que el gran arte era la música, dado que el resto (pintura y escultura mayormente) era mera representación, constructo conceptual e ilusión que ocultaba la verdadera realidad de una Voluntad determinista, ciega y sin objetivos. La música permitía una suerte de abstracción de la realidad y de la potencia de la Voluntad: era una suerte de ascetismo, en el que se limitaban las potencias de la vida y se conducía el espíritu por encima de las pasiones y los deseos atenazantes.

 

 

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Nietzsche consideraba que la vida sin música era un error. Ella era un medio en el que se podía comunicar la tragedia de la vida y la melancolía, permitiendo desahogo y también exaltación de la vida en su totalidad. Podía ser como el canto dionisíaco, un tipo de arte clásico olvidado derivado de los ritos cultuales de la grecia arcaica y rural al dios de la fertilidad y el vino, pero también de la locura y la tragedia.


Dionisos fue desmenbrado por sus tíos y sus restos fueron introducidos en la tierra; en la que se volvería a reconstruir el dios y volver a brotar como promesa de fructicidad de la vida y de eterno retorno de los ciclos naturales. Existían unas sacerdotisas dionisíacas que tenían que nadar a una isla para construir el templo a Dionisos y, al terminar la jornada, destruirlo para dar lugar a un ciclo sin fin de creación y destrucción de la naturaleza, un eterno retorno.


El joven Friedrich Nietzsche devolvió el recuerdo de este arte olvidado, derivado de los cultos a Dionisos rurales que pasaron a teatro en la Grecia urbana, y que eran fundamentalmente música dramática. Un olvido que se debía a que solamente se hayan conservado los textos y no la música que se empleaba para “recitar” los poemas trágicos.


La recuperación y revalorización de este arte casi olvidado de nuestra tradición fue la reivindicación romántica más fuerte, en apoyo de las fuertes pasiones de la tragedia y la reivindicación fuerte por la vida en su totalidad (aceptando tanto el placer como el dolor).


Un joven filólogo clásico vio que la moderna ópera dramática, sobre todo la de su schopenhaueriano amigo Richard Wagner, podía ser la heredera de esta tradición trágica. Más tarde se arrepentiría de sus afirmaciones, al ver que su antiguo amigo se dejaba llevar por el nacionalismo más chovinista y el antisemitismo más “vengativo” y enfermizo.


La música romántica, en cualquier caso, se impuso sobre el fuerte clasicismo. La figura de Ludwig van Beethoven, que partió del clasicismo y tomó otras direcciones artísticas, pudiera ser el comienzo de la nueva música clásica. Cuando le preguntaron acerca del primer movimiento de su famosa novena sinfonía, se cuenta que contestó que “era el sonido del destino llamando a la puerta”, primer remanente de la visión romántica de la realidad como “providencia” de la naturaleza.

 

 

Bibliografía:

 

-Adorno, Th. W.  (2004): Teoría estética.  Madrid: Akal. 


-Adorno, Th. W. & Horkheimer, M.  (2004): Dialéctica de la ilustración.  Madrid: Trotta.

 

-Arana, J. R. (2005): Balada de la filosofía y de la ciencia.  Barakaldo: Ediciones de Librería San Antonio. 


-Aranda, C.  (2004): Introducción a la estética contemporánea.  Almería: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Almería.

 

 -Aristóteles (1980): La metafísica. Madrid: Editorial Espasa-Calpé.

 

-Aristóteles (2007): Poética. Buenos Aires: Editorial Gradifco.

 

-Ardeo Rubio, I. (2005): “Fundamentos de estética”, in: Revolución Neolítica, n. 5. Donostia/San Sebastián: Ti.Ta. Editores asociados.

 

-Bayer, R. (2018): Historia de la estética.   Barcelona: EFE. 

-Benjamin, W. (1989):  La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica.   Buenos Aires: Editorial Taurus.
 

-Corbalán, F.  (2012): La proporción áurea.  El lenguaje matemático de la belleza.  Villatuerta: RBA. 

 

-Crespo Sánchez, J. (2004): “Apuntes sobre belleza y sublimidad en Kant y Schiller”, in: Thauma, n. 3. Donostia/San Sebastián: Vicerrectorado de alumnos de la UPV/EHU, pp. 30-45.

 

-Foucault, M. (1997): Las palabras y las cosas
Madrid: Siglo XXI.


-Hegel,  G. W. F. (1989):

Lecciones sobre la estética
 Madrid: Akal, Madrid.

 

-Hesíodo  2001: Obras y fragmentos.  
 Madrid: Editorial Gredos.


    -Homero  (2000): Ilíada.  Madrid: Editorial Gredos.


    -Homero  (2000): Odisea.  Madrid: Editorial Gredos.


-Kant, I. (2001): Crítica del juicio
 Madrid: Espasa Calpe.

-Kant, I.  (2002): Crítica de la razón pura.  Barcelona: Ediciones Folio. 


-Nietzsche, F. (2002): El origen de la tragedia.  
Madrid: Alianza Editorial.


-Platón (1971). El banquete. 
 Patricio de Azcárate (ed.). Filosofía en Español.
[Contsulta: 2019ko ekainaren 25ean]. Hemen igota:


-Platón (1971). Fedro.  
 Patricio de Azcárate (ed.). 
Filosofía en Español.
[Contsulta: 2019ko ekainaren 25ean]. Hemen igota:


-Platón (1994):  La República o el Estado. 
Barcelona: Edicomunicación.


-Russell, B.  (2009): Historia de la Filosofía.   
Madrid: RBA.

-Schiller, J. C. F. (1969):  
Cartas sobre la educación estética del hombre.  
 Madrid: Aguilar.


-Schopenhauer, A. (2000):  
El mundo como Voluntad y representación. 
 Madrid: Akal.


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