Teorías estéticas y arte del siglo XX
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Adorno indicaba que la forma de evitar la razón instrumental (la que reduce el pensar a mero cálculo) era por el arte dejado a sus propias normas: él busca crear, genera nuevas formas, procura nuevos medios de expresión (sino no daría a obras que comuniquen algo que no estuviera dicho antes y no sería una aportación).
Por su parte, Marcuse defendió que, por medio de la imaginación de la facultad estética y artística humana, se podía ir más allá de lo dado y daba goce; porque la creatividad es gratificante y permite pensar en nuevas posibilidades. Si la sociedad se basaba en la producción lúdico-artística se lograría una verdadera gratificación porque se atendería a nuestra búsqueda de satisfacción de una forma controlada (bajo las normas de las artes), se atendería a nuestra necesidad de sentirnos bien con lo que hacemos, y se producirían productos que contribuirían a la economía del país, a la vez que se crearían de forma humana.
Wittgenstein consideraba que las cuestiones realmente importantes era las que iban más allá del lenguaje lógico y referencial, las que no tenían que ver con cuestiones relativas, sino que daban cuenta de valores absolutos, como lo hacían la estética y la ética. Debían ser tratadas por otros juegos de lenguaje.
Marthin Heidegger consideraba que la obra de arte desvela los potenciales de la materia. En su creatividad, lograba creaciones plásticas en las que se veía el potencial de la materia bruta, porque las artes permitían generar constructos no previstos y con otras formas, que eran posibles, pero que no habían sido preconfiguradas completamente. El arte desvelaría la verdad que se encuentra en la materia: permitiría mostrar lo que podían llegar a ser las cosas.
Según Heidegger, el arte transformaría, con la creación, la materia bruta o Tierra en Mundo, en un lugar hecho para las personas y que fuese habitable. El arte hace que el espacio se vuelva habitable; usa el material para envolver partes del espacio de manera que tengan una forma, como un recipiente. Heidegger pensaba en arquitectura, en la que claramente tanto papel tiene el vacío como el espacio que se está ocupando recubriendo el espacio por la materia a modo de recipiente; pero, después, hallaría en la escultura de Chillida otra forma de hacer que el vacío y el material que lo recubre en una forma conduzca a ocupar el espacio y hacerlo habitable.
Walter Benjamin señaló que hay tres criterios para identificar una obra de arte y distinguirla de un producto mercantil: 1) ser un producto elaborado y complejo; 2) seguir unas normas de una determinada corriente; y 3) tener como finalidad el propio arte, tener una intencionalidad principal de transmitir un mensaje articulado, fruto de la técnica expresiva, la emoción y el pensamiento.
Es muy posible que algunas creaciones tengan algo de las dos primeras condiciones, pero la más fundamental es que lo relevante sea la intencionalidad artística y no la venta de productos llamativos y no arriesgados, que son agradables a la contemplación de forma pasiva y cuyo contenido está más bien “mascadito”.
Una obra de arte de verdad tiene que hacernos reflexionar, hacernos plantearnos las cosas, debe presentar una nueva forma de expresión que rompa nuestros esquemas mentales y plantee las cosas de forma diferente. Tiene que ser creativa, poiética en el sentido más original del término: creatividad y nuevas maneras de articular los elementos.
Tiene que tener alma, dar una experiencia especial; debe disponer de un áurea que diría Walter Benjamin. Debe mostrar que todavía algunas personas tenemos sangre en las venas y que estamos muy vivas.
No tiene que ser cobarde, no debe ir a lo fácil de presentar composiciones simplistas pero kawai o formas adorables. No tiene que tocar la neotina y presentarnos figuras entrañables que deleitan la vista, pero que no aportan nada. No tiene que estar compuesto de formas sencillas, colores amables y que no arriesgan nada y que son un insulto a la inteligencia.
No tiene nada que ver con el tiburón en formol de Damien Hirst que no transmite nada; ni las esculturas adorables y sin contenido del publicista Jeff Koons; ni las pinturas y esculturas explícita y obscenamente kawai de Takashi Murakami; ni mucho menos todo el humo que ha vendido Yoko Onno desde que separó a los Beatles.
Aristóteles
consideraba que el arte debía ser un proceso de creación razonado.
El arte tiene que ser pensamiento plasmado de forma compleja en una
obra de arte elaborada que tiene una estructura compleja; tiene que ser así porque sino sería mera decoración y no cumpliría la función que se da en el arte de proporcionar formas de expresión que toquen nuestra sensibilidad y expanda la mente.
Consideraciones como la del filósofo de Estagira llevan a que se puedan plantear tres valores objetivos para evaluar una obra de arte: 1) su complejidad, su grado de elaboración según el mensaje de una corriente determinada; 2) la coherencia de los elementos con la composición ordenada de una manera determinada; 3) la intensidad con la que se transmite el mensaje.
El discípulo de Platón también señalaba que el arte era imitativo, pero hay que tener presente que él tenía como referente al arte de su época. Con la aparición de la fotografía el arte ha tenido que ir más allá de la representación y tuvo que abandonar el arte figurativo.
Ello ha conducido a diversos modos de expresión y a la necesidad de explorar otros medios de comunicar, pero también ha conducido a que todavía hoy haya una confusión entre los límites del arte y de lo que no es arte.
No basta con una pretendida originalidad y con defender con fariseismo que el autor ha procurado dar un mensaje rompedor y difícil; tanto que es necesaria la explicaciones del artista y no es suficiente con la contemplación de la obra para transmitir lo que supuestamente quería comunicar. Todo ello no es más que humo para vender: si una obra no es compleja, ordenada de manera concertada, precursora de la reflexión y de la sensibilidad elaborada, entonces no es una obra de arte: es una estafa.
Hasta los collages del cubismo estaban situados en una estructura con un sentido, no tienen nada que ver con obras extrañas cuyos elementos están puestos sin orden ni concierto.
Los cubistas trataron de explorar, no engañar descaradamente, no hacerse pasar por lo que no son, ni tratar de compensar sus carencias por medio de talonarios, fundaciones propias para su promoción y el uso del corporativismo y el tráfico de influencias.
El cubismo procuró trabajar el volumen, exponiendo pinturas en las que se mostraban elementos en varias caras (como si fuera un cubo aplastado, en el que se muestran seres de frente y de perfil a la vez) para que el espectador pudiera reconstruir lo observado en tres dimensiones.
Otras corrientes artísticas también procuraron configurar la transmisión de una intencionalidad artística por medio de complejo mensaje articulado. Los paralelos artistas surrealistas trataron de llevarnos a una realidad superior (superrealista) del profundo mundo interno de lo onírico, los sueños y los contenidos más ocultos de la psique humana.
Por su parte, los expresionistas reaccionaron al dominante impresionismo (que procuraba tratar la primera impresión de lo observable: destacando la luz y el color) y realizaron obras que trataban de expresar las emociones más profundas de la psicología humana.
Hasta el extraño arte abstracto tenía una forma determinada y elaborada. El arte abstracto buscó ir más allá de lo figurativo y trabajó la comunicación que de por sí podía establecerse por los medios pictóricos y escultóricos, sin referirse a nada ajeno a la propia expresión de ambos medios. Trabajaban con formas complejas haciendo uso del color o de estructuras escultóricas en las que se exploraban nuevas posibles formas elaboradas.
Hasta en obras tan abstractas como las de Oteiza y Chillida se puede atisbar de forma directa un sentido directo y no forzado por el discurso falaz.
Fue más Oteiza el que empezó con las investigaciones acerca de la ocupación del espacio y el vacío cubierto por la materia que lo envuelve, como un recipiente.
Oteiza trabajó el volumen, se basó en el arte prehistórico vasco en su formato más elaborado: el cromlech, un conjunto de menhires en círculo que debía dar una apertura que sirviese simbólicamente como portal para el cosmos, era la posibilidad de abarcar el Absoluto de Hegel. Todo esto pudiera quedar bien representado por la obra en frente del ayuntamiento de Bilbao: Variante ovoide.
Secundariamente, Chillida continuó durante décadas exponiendo sus esculturas que trabajaban el volumen, la ocupación del espacio y el vacío [más allá de que Oteiza lo dejase porque entendió que ya había explorado todo lo que se podía tratar en escultura de por sí y, por su ventaja en menor trabajo y gasto, se ocupó de la creatividad artística por medio de la poesía, que consideraba sagrada].
Chillida imitaba mucho a Oteiza, como lo muestra El libro de los plagios, y jugó con el vacío que era cubierto por el material, realizando obras que tenían que ver con la ocupación del espacio que había tratado Heidegger en sus escritos sobre estética; en los que señalaba que el arte hace que un espacio de la materia bruta, la tierra, se convirtiese en algo habitable, en mundo humano (el filósofo alemán pensaba sobre todo en arquitectura, pero señaló que en la escultura de Chillida también se hallaba ese juego entre el vacío, la ocupación del espacio y la forma que da el material que recubre el vacío).
Fuera aparte, el escultor trabajó con metales para darle una plasticidad que rompiera con la imagen de que tenemos de ellos, siendo considerados sólidos y casi bloques. La sociedad metalúrgica que fue una de las insignias de la Comunidad Vasca, quedó humanizada por medio de presentar que los metales que le había hecho famosos y desarrollados podían cobrar algún tipo de dinamismo y vitalidad.
Todas estas expresiones complejas se ven ridiculizadas por un mercado del arte que ha convertido las obras en objeto de especulación más salvaje y de menor criterio, gracias a corporativismos de fundaciones creadas ex profeso, ayudas de políticos ignorantes y que tratan de fomentar a artistas de su nacionalidad para hacer creer que se preocupan por la cultura nativa y por el peso del marketing y la connivencia de la prensa canallesca, que destaca más las obras polémicas, aunque vacías, que las que son verdaderamente artísticas.
Nos bombardearán con imágenes de pseudo arte y venderán porque es un mercado más, pero su permanencia en la historia del arte no se mantendrá cuando pase la moda y pierdan dinero para su publicidad. Todo se agota y la paciencia con la tontería antes que nada.
Ya se pasarán los quince minutos de oro de la mediocridad y se pondrá en su debido sitio la estafa de los falsos artistas, junto con los cantos de sirenas de la publicidad. La luz propia del esplendor del verdadero arte se acabará imponiendo por el peso de sus propios méritos y por la poderosa fuerza de su gran expresividad.
Como señala Cayetano Aranda Torres en su Introducción a la estética contemporánea, mientras haya necesidad de pensar nuevas formas de ordenar la realidad, por ser ella insoportable, seguirá siendo posible crear nuevas formas de expresión dignas de ese nombre y el arte continuará indefinidamente en diferentes formas complejas.
Bibliografía:
-Arana, J. R. (2005): Balada de la filosofía y de la ciencia. Barakaldo: Ediciones de Librería San Antonio.
-Aranda, C. (2004): Introducción a la estética contemporánea. Almería: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Almería.
Buenos Aires: Editorial Gradifco.