La escuela estoica
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La escuela estoica es la corriente filosófica de los pensadores que se reunían en Atenas ante la Stoa o pórtico. Defendían que, como todo tiene una causa, todo conforma una realidad racional y conforma un destino.
Por tanto, la filosofía estoica nos indica que lo más sensato es obedecer a una naturaleza racional y aceptar todo lo que nos pase en la vida con entereza: aceptar los envates de la vida con estoicismo.
Crates fue discípulo de Diógenes el cínico, que defendía que había que vivir conforme a la naturaleza: ser totalmente independientes y libres por medio de vivir con lo justo era lo más racional. Crates fue maestro de Zenón, que aceptó la máxima de obedecer a la naturaleza, solamente que tomó esa obediencia a la naturaleza como seguimiento de los dictados de la razón (al concluir que la naturaleza, compuesta por causas, es racional).
Zenón defendía que había que obedecer a la naturaleza y seguir la justicia racional de Zeus. Cleantes determinó esa naturaleza como racional y red de causas. Y Crisipo dio las características de esa racionalidad, al investigar y determinar las normas de la lógica proposicional (aquella que indica que algo es cierto si se dan unas condiciones, de las que se deducen sus consecuencias de forma analítica y deductiva).
Esta escuela ateniense se extendió con la formación de los Estados helenísticos, tras la conquista de medio mundo llevada a cabo por Alejandro Magno. Hubo autores que continuaron con el estoicismo, como Posidonio, que defendió que era ciudadano del mundo, dado que consideraba que formaba parte de algo más grande que su propia ciudad y que le hacía miembro de la comunidad de las personas racionales.
El imperio de Roma se vio muy influído por la cultura griega. Su tradicionalista severidad se acercaba mucho al estoicismo. Por ello, entre los intelectuales romanos hubo mucha asunción de los postulados estoicos.
El senador Cicerón, cuando se retiró a su hacienda en el Túsculo, se dedicó a reflexionar sobre la vida en general y tomó por válidas las máximas estoicas. Analizó el epicureismo, que defendía que había que vivir conforme a los placeres más elevados o virtudes. Concluyó que, aunque tenían unos principios bien planteados, el epicureismo tenía la debilidad de buscar el placer, el cual no sirve ante los avatares de la vida porque no hay ninguna distracción que valga en el potro de tortura o en los embates de la vida. Lo mejor es tomar las cosas con entereza y aguante por medio de la razón, la templanza, la moderación y otras virtudes fuertes derivadas de la propia razón. Si se muestra fortaleza o entereza y si se practica la virtud por encima de los caprichos, se endurece el carácter y se hace más resistente a los avatares de la vida.
Un parecer similar tiene el filósofo Séneca, que considera que la práctica de la virtud por la búsqueda del placer que reporta y por la felicidad, suponen decadencia porque implican interés y egoísmo. Séneca defiende que hay que realizar la virtud por la virtud misma, sin esperar nada a cambio. Y solamente con esta actitud se puede esperar la felicidad, que debe tomarse como un complemento y no como un fin. La búsqueda del placer, incluso los más elevados, es una debilidad porque nos conduce a dejarnos llevar por los caprichos y a huir del sacrificio que requiere una vida dedicada a los deberes más penosos que exige la vida virtuosa y cívica.
El esclavo Epicteto considera que el sufrimiento depende únicamente de cada persona. Defiende que hay cosas que dependen de nosotros y otras que no. El tormento proviene de que no aceptemos que hay embates en la vida que nos superan y que debemos resignarnos, por no haber más remedio (y porque todo lo que pasa es racional, desde el postulado estoico de que todo tiene una causa y conforma un destino racional). No se puede controlar el dolor y los pesares, pero sí se tiene control sobre cómo nos pueden afectar o sobre cómo podríamos encajarlo. Si se acepta que hay cosas que nos superan y que no hay nada que hacer, nos resignamos y dejamos de lamentarnos.
En este hilo, el emperador Marco Aurelio defiende los postulados de Epicteto y señala que lo que no tenga que ver con los deberes y las virtudes son cosas indiferentes. En esta tesitura, entre las cosas indiferentes y alejadas del bien y del mal, puede haber, dentro de lo que no importa de por sí, cosas preferibles (tales como la buena salud, el bienestar económico, la familia y las amistades). Sin embargo, los asuntos que deben primar son los relacionados con la razón y los deberes virtuosos.
El objetivo del estoicismo es lograr la serenidad o ataraxia, la calma y equilibrio de las emociones. Es la felicidad estoica y la detenta el sabio. El sabio es el que conoce los asuntos racionales y los lleva a cabo en consecuencia. Pero a cada momento el sabio puede actuar de forma diferente a los actos anteriores, a cada momento puede dejar de ser sabio y debilitar su carácter. Por tanto, este ideal es irrealizable y el objetivo estoico es imposible.
En cualquier caso, todo el planteamiento del pensamiento estoico suena bien, pero las personas no somos de piedra y los sucesos de la vida nos afectan. No se puede pedir tanta renuncia en la vida y se debe tener presente los asuntos de la vida que no son racionales, que son los que hacen la vida. Por tanto, el estoicismo es una vía de existencia que no tiene en cuenta la vida como tal.
Bibliografía:
-Cicerón, M. T. (2005): Disputaciones Tusculanas. Madrid: Editorial Gredos.
-Diógenes Laercio (2007). Vidas de los Filósofos Ilustres. Madrid: Alianza Editorial.
-Epicuro (1985):
Carta a Meneceo y máximas
capitales. Madrid:
Alhambra.
-Epicuro (2005): Obras completas. Madrid: Cátedra
-Epicteto (2012):
Un manual de vida.
Barcelona: Los pequeños libros de la sabiduría.
-Marco Aurelio (2022): Meditaciones. Barcelona: Editorial Ariel.
-Séneca (1984): Diálogos. Madrid: Editora Nacional.
-Séneca (2011): Sobre la vida feliz. Madrid: Gredos.
-Schlanger,
J. (2000): Sobre la vida buena. Madrid: Editorial Síntesis.
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