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Descartes, "Matrix" y otras ilusiones

 Descartes, Matrix y otras ilusiones

 

Juan José Angulo de la Calle
 
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/9b/The.Matrix.glmatrix.2.png
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La Europa de la modernidad buscaba la certeza con obsesión y Descartes la encontró en el sujeto pensante. Su duda metódica era una mera artimaña para descartar aquellos principios que no fueran estables o certeros del todo. De esta forma, eliminadas las ideas cuestionables, se acababa llegando a un punto de partida indefectiblemente seguro.


Gran matemático (que desarrolló sus famosas coordenadas), conocía el moderno álgebra, proceso que procura el despeje de incógnitas. Influido por esta metodología y por la navaja de Ockham (que quitaba todo lo que fuese innecesario y dudoso), estableció como método de conocimiento el partir de principios evidentes (tras descartar todo lo que tuviera contradicciones) y el iniciar el proceso de conocimiento estableciendo dichas primeras ideas, para después componer las más complejas, derivadas de ellas. Su método epistémico fue el modelo que adoptó la nueva lógica moderna de Port-Royal.


Dudó de los datos de los sentidos, que en la época habían sido mostrados como falsos (como la aparente rotación del sol en torno a la Tierra por los datos de la vista). Señalaba que la sensibilidad podía configurar datos que muchas veces podían ser confusos (como cuando se mete un lápiz en un vaso y parece que se dobla, y en realidad es un efecto de la refracción de la luz). 

 

Llegó a decir que los datos de los sentidos en nada diferían de las ilusiones que se tienen en los sueños. Señaló que bien podría ser que todo lo percibimos fuese un sueño (como si considerase que Calderón de la Barca tuviera razón cuando recitó: “¿Qué es la vida? Una ilusión,/ una sombra, una ficción,/ y el mayor bien es pequeño:/ que toda la vida es sueño,/ y los sueños, sueños son”).


La parábola de estar en un mundo imaginario era un tema recurrente desde la filosofía más clásica y ha continuado en la actualidad. Platón presentó el mito de la caverna, alegoría que representaba que el tener como válido los datos de los sentidos es vivir en la oscuridad o ignorancia. Los prisioneros de una cueva, que estaban en la parte más profunda de ella, se encontraban encadenados a postes. Frente a ellos, había una pared sobre la que se proyectaban sombras que imitaban a los seres del mundo. Unos personajes en una situación de mayor poder (tal vez, representado a los sofistas) les tenían sometidos en su estado de postración, gracias a la ilusión que resultaba del uso del fuego (que representaba la opinión basada en los sentidos). Uno de los prisioneros dejó la caverna y vio la auténtica realidad. Allí vio cómo eran los seres del mundo, y no vio sus meras sombras o copias artísticas. Primero fue cegado por la luz cegadora del Sol (figura que era la metáfora de la racional y regidora Idea de la Justicia). Después pudo ser capaz de captar algo mediante la más tenue luz del reflejo de la Luna y, finalmente, logró poder ver todo desde la luz del Sol o la Justicia. Cuando intentó liberar a sus compañeros, tomaron sus aseveraciones como engaños y quisieron darle muerte.


Putnam, un filósofo del siglo XX, recuperó la vieja noción de que pudiéramos vivir en una realidad ficticia. Planteó la posibilidad de que, en realidad, fuésemos unos cerebros conectados a un ordenador que nos diese todas las sensaciones y nos sumiesen en una realidad virtual. El filósofo de la ciencia quería transmitir que, de facto, para las personas daba igual la realidad externa, aunque fuese virtual; porque no hay forma de salir de nuestras propias teorías. De lo que se trata, entendía, no es tanto buscar corroboración externa (inexistente porque todo fenómeno de la experiencia está ya previsto en la teoría); sino buscar construir una teoría consistente, digna de ser proclamada como verdad. Su teoría de la realidad era un realismo internalista, una suerte de teoría coherentista de la verdad que no se atrevía a reconocerse como tal. Para efectos prácticos, bien pudiera ser que estuviésemos en una realidad virtual.


El cine coetáneo recogió paralelamente este tipo de visión. La película Ghost in the shell, basada en el complejo y rico cómic japonés homónimo, planteaba una sociedad futurista en la que todas las personas del mundo desarrollado estaban conectadas a Internet y eran medio cyborg (personas con una mayoría del cuerpo biológico, pero poseedores de implantes cibernéticos). Las personas, así, estaban buena parte de su vida y de su existencia dentro de la realidad virtual y ella formaba parte de sus vidas. Con lo que, consecuentemente, la amenaza de los hackers podía tener efectos terroristas y era necesario un cuerpo policial con los medios para hacerle frente (la sección 9, cuyo mando ejecutivo lo ostentaba la mayor Motoko Kusanagi). 

 

En Occidente se filmó la película Dark city, en la que una ciudad estaba sometida por una especie que tenía un mente colectiva y hacía experimentos con seres humanos. Sus miembros le borraban la memoria a los seres humanos y les introducía, por vía química, recuerdos falsos. De esta forma, los miembros de la gran mente colectiva pretendía conocer en qué consiste la mente individual. Más conocida y comercial fue otra película basada Dark city: Matrix, que planteaba que toda la realidad era virtual. Todo lo que percibían los personajes era un engaño, que facilitaba que las personas no pudiesen salir de los motores cibernéticos en los que se encontraban realmente. Dichos aparatos permitían extraer energía de los seres orgánicos, reduciendo a las personas al rango de meras pilas.


La versión de Descartes era un sueño orquestado por un ser diabólico. Podía muy bien no existir Dios y que el “mundo” no fuese más que el engaño de un genio maligno. Pero para que el sujeto pensante pueda estar equivocado, tiene que existir un pensador equivocado. Cogito ergo sum;pienso, luego existo”. Esta conclusión es una derivación de una reflexión de Agustín de Hipona, en la que él declaró mucho antes que Descartes que si se duda, tiene que haber alguien que dude: dubito ergo cogito, cogito ergo sum; “dudo luego pienso, pienso luego existo”.

 

 Bibliografía:

 
-Arana, J. R. (2005): Balada de la filosofía y de la ciencia.  Barakaldo: Ediciones de Librería San Antonio.

 

-Descartes, R. (2003): Discurso del método

Madrid: Tecnós.


-Platón (2002): Obra completa. Madrid: Gredos.

 

-Russell, B. (2009): Historia de la Filosofía.

 Madrid:RBA.

 

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