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Canon clásico griego clásico y Renacimiento

 

 Canon clásico griego 

y Renacimiento

 

 Juan José Angulo de la Calle


https://es.wikipedia.org/wiki/Dor%C3%ADforo#/media/Archivo:Doryphoros_MAN_Napoli_Inv6011-2.jpg


 

Canon griego clásico

 

En la cuna de nuestra civilización, se desarrollaron las principales aportaciones iniciales de teatro, escultura, arquitectura, poesía, matemática y filosofía.


Policleto estableció un canon para el arte, en el que se procuraba plasmar las figuras escultóricas cuyas proporciones se ajustaban en su estructura a medidas matemáticas ideales (uso del número phi o 1,618..., que permite el cumplimiento del teorema de Pitágoras y facilita la formación de figuras ordenadas). 

 

Esta manera casi matemática de hacer un arte en un orden agradable a la vista se empleó también en arquitectura. Siguiendo este canon de belleza, los artistas procuraron plasmar la armonía introduciendo con habilidad las debidas proporciones (casi matemáticas) a las obras. 

 

The Parthenon in Athens.jpg
https://es.wikipedia.org/wiki/Parten%C3%B3n#/media/Archivo:The_Parthenon_in_Athens.jpg

 

 

El partenón de Atenas, como ejemplo, colocó sus columnas y los elementos que soportaban con una separación matemáticamente proporcional: en forma de triángulos áureos, basados en el uso de formación de figuras geométricas armoniosas (cuya base es la proporción establecida por el uso del número phi) y que son agradables a la vista. [Unas columnas que, por cierto, se realizaron de tal forma que parecieran rectas a la vista: la línea recta no existe en el mundo, es una figura matemática ideal].


Las esculturas griegas empezaron como estatuas similares a las egipcias. Cada elemento de la escultura era casi un bloque, sin apenas pulir, refinar y dar organicidad. Ellas fueron creadas con fines más ideológicos que artísticos: trataban de mostrar la divinidad de reyes y héroes de sonrisa hierática fría, semidivina, y con un pie hacia delante, que representaba que estaban a un pie de los cielos. Más adelante procurarían una formación menos básica y más expresiva artísticamente, depurando sus formas y proporciones, hasta llegar a humanizar las figuras y dotarlas de un dinamismo casi orgánico.  Empezaron a dotarlas de una impresión de movimiento.

 

https://es.wikipedia.org/wiki/Arte_de_la_Antigua_Grecia#/media/Archivo:NAMA_Diadum%C3%A8ne_2.jpg

 


Las esculturas adoptaron unos gestos más humanos y menos parcos, logrando una gran organicidad: las esculturas parecían personas, pero personas idealmente bellas. Por otro lado, la columna de los templos fue embellecida y recargada. La columna corintia quedó pulida con trazos y un acabado casi vegetal, que le daba asimismo una impresión de vida que solamente fue superada siglos después por la arquitectura ondulante y orgánica de Antoni Gaudí.

 

Orden, medida y proporción: ellos son los valores del canon de belleza clásico griego. Todo lo que se salga del orden y la belleza es monstruoso para los griegos, porque todo aquello que no tenga unas proporciones y medidas ordenadas está torcido y tiene que ser retorcido. Todo ser sin medida tiene que ser necesariamente algo excesivo y, por tanto, extremo; y, sin orden, puro desorden. 

 

Los titanes eran desproporcionados y tuvieron que ser sometidos; los inmensos imperios orientales eran demasiado grandes para ser gobernados sin hacer uso de un mando de puño de hierro, un poder fuerte, despótico y, necesariamente arbitrario. Los persas eran vistos como monstruos soberbios que no conocían límites a su poder total y que hasta pudieran atreverse a comportarse de forma demasiado atrevida con los dioses (se contaba el rumor que un rey persa acuchilló al mar, como venganza a los dioses).  Todo lo que no tuviera unos límites y unas medidas, todo lo inmenso y desproporcionado, era visto como horrible, desmedido, desorganizado y desestructurado.


Y, además, los griegos antiguos tenían el prejuicio de que lo que fuese bello tenía que ser bueno. En realidad, utilizaban el mismo término para referirse a lo bello y lo bueno: καλὸς, kalón: lo grande, lo noble, lo hermoso. En una ocasión, un hombre griego que defendió en un juicio a una mujer acusada de impiedad y corrupción, no tuvo mejor idea que usar como alegato la propia belleza de la acusada: le despojó de sus ropajes y mostró su pureza; alguien tan bello no podía ser impío o malvado. Parece ser que funcionó.


Incluso el racional Platón igualó la bondad suprema (o justicia) con la bondad, razonando que la justicia es la suprema belleza porque lo bueno o justo da equilibrio, orden y armonía (lo que hace que la bondad sea sumamente hermosa). Según el filósofo, los actos buenos son tan nobles y loables que resultan extremadamente bellos. Todavía a día de hoy, se dice que una buena persona es una bellísima persona.


El dios de la luz Apolo, tan valorado por los griegos, fue condenado por su arrogancia a ser esclavo en el templo que le dedicaron a él, tras haber vencido a una pitón monstruosa. De esta experiencia, estableció los dos lemas del oráculo de Delfos: “nada en extremo” y “conócete a ti mismo”, conoce tus límites, no seas arrogante y no cometas actos por encima de tus posibilidades llevado por la soberbia. Los fines del canon de orden, medida y proporción responden a estos lemas.

     

    Las columnas dorias eran tan básicas y escasas de elaboración plástica como la escultura. La escultura y columna jonia empezaban a perfilar mayor grado de trabajo expresivo. Finalmente, las figuras y columnas corintias fueron dotadas de una depuración mayor y elaboración artística conforme al ideal de canon de belleza griega, plasmando las proporciones debidas y los detalles cuidados.

 

 

https://es.wikipedia.org/wiki/%C3%93rdenes_cl%C3%A1sicos#/media/Archivo:Schema_Saeulenordnungen.jpg

 

Las esculturas adoptaron unos gestos más humanos y menos parcos, logrando una gran organicidad: las esculturas parecían personas, pero personas idealmente bellas. La columna corintia quedó pulida con trazos y un acabado casi vegetal, que le daba asimismo una impresión de vida que solamente fue superada siglos después por la arquitectura ondulante y orgánica de Antoni Gaudí.

 

Todo lo que se salga del orden y la belleza es monstruoso para los griegos, porque todo aquello que no tenga unas proporciones y medidas ordenadas está torcido y tiene que ser retorcido. Todo ser sin medida tiene que ser necesariamente algo excesivo y, por tanto, extremo; y, sin orden, puro desorden. Orden, medida y proporción: ellos son los valores del canon de belleza clásico griego.


Y, además, los griegos antiguos tenían el prejuicio de que lo que fuese bello tenía que ser bueno. En realidad, utilizaban el mismo término para referirse a lo bello y lo bueno: καλὸς, kalón: lo grande, lo noble, lo hermoso. En una ocasión, un hombre griego que defendió en un juicio a una mujer acusada de impiedad y corrupción, no tuvo mejor idea que usar como alegato la propia belleza de la acusada: le despojó de sus ropajes y mostró su pureza; alguien tan bello no podía ser impío o malvado. Parece ser que funcionó.


Incluso el racional Platón igualó la bondad suprema (o justicia) con la bondad, razonando que la justicia es la suprema belleza porque lo bueno o justo da equilibrio, orden y armonía (lo que hace que la bondad sea sumamente hermosa). Según el filósofo, los actos buenos son tan nobles y loables que resultan extremadamente bellos. Todavía a día de hoy, se dice que una buena persona es una bellísima persona.


El dios de la luz Apolo, tan valorado por los griegos, fue condenado por su arrogancia a ser esclavo en el templo que le dedicaron a él, tras haber vencido a una pitón monstruosa. De esta experiencia, estableció los dos lemas del oráculo de Delfos: “nada en extremo” y “conócete a ti mismo”, conoce tus límites, no seas arrogante y no cometas actos por encima de tus posibilidades llevado por la soberbia. Los fines del canon de orden, medida y proporción responden a estos lemas.

 

 

Renacimiento, recuperación del arte clásico

 

En 1453 el imperio otomano termina la invasión del Imperio Romano de Oriente, al tomar finalmente la ciudad de Constantinopla.  Muchos artistas y autores del Imperio de Bizancio huyen a la península itálica, a estos mismos burgos recuperando los cánones de arte clásicos (armonía: orden, medida y proporción), dando lugar al Renacimiento.

 

 Muchos artistas y autores del Imperio de Bizancio huyen a la península itálica, a estos mismos burgos recuperando los cánones de arte clásicos (armonía: orden, medida y proporción), dando lugar al Renacimiento.  


    La traducción de la obra del arquitecto Vitrubio (coetáneo a Julio César) impulsó la introducción de la perspectiva (las tres dimensiones necesarias para la arquitectura) a la pintura (dando lugar al uso del punto de fuga y a la técnica del sfumato), y la aplicación de la geometría y el uso de la proporción áurea (uso del número irracional phi o Φ para formar figuras armoniosas).  

    Teóricos y artistas como Luca Pacioli, Leon Battista Alberti y Albrecht Dürer impulsaron la idea de que componer los cuadros -y esculturas- aplicando proporciones matemáticas daba lugar a elementos armoniosos, que eran vinculados a la belleza -seguramente por ser agradables a la vista-.  




https://es.wikipedia.org/wiki/Espiral_dorada#/media/Archivo:Fibonacci_spiral_34.svg


    En el Renacimiento, la base más importante de la aplicación de la proporción áurea fueron las medidas de longitud del cuerpo humano: pies, palmos, dedos, pulgadas y yardas; dando lugar a que diera el mensaje indirecto de que el ser humano fuera la medida en función de la que se formaran el resto de figuras y espacios de la ordenación de los cuadros, las proporciones en la escultura y el ordenamiento de los elementos en arquitectura.  Ello fomentaría más adelante al humanismo renacentista.


https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/f/f1/Vitruvian_Man_by_Leonardo_da_Vinci.jpg
https://es.wikipedia.org/wiki/Hombre_de_Vitruvio#/media/Archivo:Vitruvian_Man_by_Leonardo_da_Vinci.jpg




 

    

    Junto a la proporción áurea (posición de los rasgos faciales, estructura anatómica y tratamiento de los elementos del espacio de forma matemática), se introdujo en pintura el punto de fuga (la perspectiva) y la técnica de sfumato: difuminar el fondo de los cuadros para expresar distancia y perspectiva. 


https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/73/Leonardo_da_Vinci_-_Mona_Lisa_%28Louvre%2C_Paris%29.jpg
https://es.wikipedia.org/wiki/La_Gioconda#/media/Archivo:Leonardo_da_Vinci_-_Mona_Lisa_(Louvre,_Paris).jpg

 

La recuperación de textos clásicos grecorromanos y a la importancia del ser humano otorgada por parte de los pensadores de la época, conduce al humanismo renacentista.  En el arte, se utilizaban las medidas humanas (pulgadas, pasos...) para configurar las obras de arte y aplicar con ellas la proporción áurea.  Se fomentaba la idea de que el ser humano era la medida de todas las cosas.  Este planteamiento fomentó el humanismo, interpretar la realidad como un constructo creado por personas que se rigen por valores profanos y principios mundanos.


    La visión medieval de Agustín de Hipona había consignado que el ser humano estaba en Caída y no podía hacer el bien por sí mismo (carece de fuerza de voluntad y necesita a Dios).  Por contra, humanistas como Pico della Mirandola aseveran que el ser humano es un ser pensante y capaz de tomar sus propias decisiones, y es un ser capaz de actuar y ejercer influencia sobre asuntos mundanos [como lo demuestra la tradición grecorromana clásica, en la que aparecen las habilidades históricas del ser humano para moverse en asuntos humanos por medio de la astucia, la estrategia y la razón].



Bibliografía:


-Arana, J. R. (2005): Balada de la filosofía y de la ciencia.  Barakaldo: Ediciones de Librería San Antonio. 

 

-Aranda, C.  (2004): Introducción a la estética contemporánea.  Almería: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Almería

 

-Bayer, R. (2018): Historia de la estética.   

Barcelona: EFE.

 

-Corbalán, F.  (2012): La proporción áurea.  El lenguaje matemático de la belleza.  Villatuerta: RBA.

 


-Toulmin, S.  (2001): Cosmópolis.  El transfondo de la modernidad.  Barcelona: Ediciones Península.

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