2014(e)ko otsailaren 24(a), astelehena

"Sucesión"


Sucesión”

Juan José Angulo de la Calle



Frontera de Atarpia, año 20 de la Edad de Hierro

Se arrodilló para contemplar el rastro que él había intentado borrar con bastante habilidad. Estuvo unos segundos analizando los restos y, al fin, dedujo la dirección que había tomado Rolan apenas unos días antes. Las lecciones que había aprendido de sus hermanas a base de palizas habían dado finalmente sus frutos y ahora, si vieran a su hermana pequeña y débil, sentirían menos desprecio por ella. 

En aquella época era la vergüenza de la familia real de las Amazonas, la hija menor y patética de la orgullosa reina, y ahora era la Tirana de uno de los reinos más poderosos de la civilización Central. La nombró candidata ideal en su testamento el primer Tirano y marido suyo, cierta parte del Senado la apoyó y mató al resto de candidatos en el Círculo de la Muerte, ganándose con sangre la jefatura del estado y de gobierno.

Su primera decisión fue buscar a Rolan, el segundo Tirano de Atarpia, decisión que fue muy criticada por los senadores. Rolan había salido del Reino de forma escandalosa matando con locura a todos los campesinos que se encontraba por el camino y había humillado al ejército masacrando él solo a veinte soldados bien preparados y jóvenes. 

Ella lo justificó señalando que se había llevado la Espada, el símbolo del poder del primer Tirano, la primera espada de hierro que dejó atrás a las de bronce y con la que el primer Tirano mató al último Rey y a su guardia real. Hubo quejas, pero todos los caballeros senadores tuvieron que resignarse a que la jefa de estado de hecho se fuese de palacio y desatendiese los asuntos del Reino.

Si bien el rastro era incierto, según avanzaron la Tirana y su guardia por los bosques pudieron encontrar pistas más claras: aldeanos asesinados brutalmente sin piedad. Nadie sabía por qué, pero desde que Rolan salió de la acrópolis había estado matando indiscriminadamente a toda persona con la que se encontraba. 

Muchos decían que estaba loco, otros, que estaba maldito y las personas más sensatas señalaban que él asesinaba para no dejar testigos de su deserción. El Senado, ante todos estos rumores indignos, proclamó que Rolan había ascendido a la divinidad, igual que el primer Tirano tras morir, y que era un dios furioso de la muerte, por lo que defendían que había que temerle y adorarle por su poder.

Hipólita, la tercera Tirana, pudo ver entre los cadáveres algunos restos de Rolan que indicaban su estado de salud y trazó un plan para el futuro enfrentamiento, aprovechando sus debilidades. Atravesaron el bosque y vieron un claro. La Tirana no dijo nada, pero la ausencia de sonidos de animales indicaba que había una persona cerca. Los soldados no notaron nada porque no habían sido nunca cazadores y se contagiaron por la aparente tranquilidad de su gobernante.

La Tirana se internó en el claro sin perder detalle de cada sensación. Notaba el movimiento del viento junto a los holores que transportaba, el silencio reinante y cada pequeño cambio en el bosque que les rodeaba. 

De repente, salió algo como una exhalación contra ella. Hipólita se tiró de lado al suelo, cayéndose. Para cuando Rolan se volviera para atacar, ella ya le había cortado los talones con su espada. Él cayó como un árbol, pero se arrastró hacia ella respirando con dificultad con total obcecación. Los soldados reaccionaron con rapidez y le golpearon con el extremo de la lanza que no disponía de una punta de metal. Para cuando ella se levantó, Rolan ya estaba inconsciente por la pérdida de sangre y por la pulmonía.

Se despertó en una tienda junto a un fuego y completamente atado. A su lado, estaba ella que le sonreía con naturalidad y le posó en su frente un pañuelo empapado con agua caliente. Él se revolvió resoplando, lleno de ira, pero comprobó que estaba atado y que le fallaban las fuerzas.

-No puedes matarme, así que podemos hablar- suspiró Hipólita-.

Rolan resopló, resignándose a su nueva situación.

-¿Qué quieres? Ya tienes la Espada, la Primera, la que nunca se usó con justicia y sin crueldad- resopló Rolan con dificultad.

-No he venido por la reliquia de mi marido -confesó la Tirana-. He venido por ti, por el Tirano de Atarpia.

-Tú llevas la cinta real y Sila te nombró segunda heredera. ¿Para qué nadie querría que un monstruo volviese a ocupar el trono?

-La gente, a pesar de tus desmanes, te adora -le espetó la Tirana-. Todo el mundo te relaciona con Sila. Cuando él mató al rey, tú fuiste el primero en reconocerle, llamándole: “Rey”. Tu capitán te espetó: “ningún asesino puede ser rey” y tú le increpaste mientras le asesinabas: “todo rey es un asesino”. Le volviste a llamar rey y la masa lo coró. Te adoran, lo mismo que adoraban al primer Tirano.

-Yo no quiero ese puesto corrupto, en el que no mandas sino que obedeces -deliró Rolan-. Hace tiempo comprendí que la sociedad es un completo absurdo. Los esclavos sufren sin siquiera pensar en rebelarse, los proletarios solamente viven para el vino, los nobles se hunden en la decadencia del fastuoso gasto constante en fiestas narcotizantes porque se aburren de su abundancia y los ricos comerciantes son unos avaros que viven como pobres para ser los más ricos del cementerio. La sociedad es el consentimiento de la opresión y la asunción de las agresiones del fuerte por parte del débil. Toda vida es absurda. Traté de acabar con la vida como Tirano por medio de guerras estúpidas y genocidas, pero el Senado me amenazó porque la masacre no es invasión y no viene bien para los negocios.

Rolan resopló y se puso a toser violentamente hasta que, de pronto, se calmó y suspiró.

-El Tirano no es nada, el poder lo es todo y el poder no es la violencia, es el dinero -siguió delirando Rolan-. Se suele decir que la fuerza es la base de Atarpia, se sueña con la violencia. Sin embargo, todo puesto de poder viene, en realidad, por el dinero. Son ciudadanos y pueden votar aquéllos que son soldados, pero lo son porque pueden permitirse comprarse una armadura. Los candidatos a senadores lo son por formar parte de la caballería, pero solamente pueden mantener un caballo los nobles y los altos comerciantes, que son ricos. El dinero, el robo y la corrupción son la base de la sociedad, la base del mundo. Todo está podrido y yo quise acabar con tanta poza.

Rolan miró hacia arriba con la mirada perdida y quedó en silencio profundo durante un largo rato, hasta que soltó un resoplido clamoroso.

-La muerte es lo mejor. Solo ella es justa. Acaba por igual al rico y al pobre. La muerte es el final, cuando llega se termina la existencia y, por tanto, desaparece el sufrimiento. No hay nada que supere su beatitud. Acaba con el verdugo y libera a la víctima. Cuando matas a alguien, desaparece todo el dolor que padecía o el que podía provocar en los demás. La muerte es lo que redime a la vida. Si algún día la perdemos, lo lamentaremos eternamente.

Hipólita pestañeó con tristeza, sin saber qué responderle y lloró viendo los síntomas que observó en la respiración y sudoraciones de Rolan. Él iba a morir pronto y no había nada que ella pudiese hacer para remediarlo. Repentinamente, Rolan desfalleció y se puso a dormir. La Tirana le cubrió con cuantas mantas le fue posible y aprovechó para hacerle tragar una sopa muy densa.

Llegó la noche y Rolan se debatió entre escalofríos y estertores, mientras una pesadilla le atormentaba. Él se revolvía sin parar, luchando contra los terrores que estaba sintiendo y gemía agónicamente. Eran los últimos momentos de su vida y solamente podía sufrir compulsivamente los horrores vitales y sociales que habían marcado su existencia. De pronto, expiró y pareció que le había llegado por fin la paz, pero la expresión de su rostro reflejaba todo lo contrario.

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