Juicio de sublimidad de Kant
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Lo sublime y terrible en el arte clásico: la tragedia clásica
Cuando se habla de lo sublime, se suele referir una obra que supera las expectativas y los límites; suele dar cuenta de lo que nos sobrecoge y da gozo ambiguo porque se da alivio respecto a lo inmenso y terrible, al haber distancia en la contemplación.
Si el sufrimiento no es absoluto, tal vez se pueda interpretar la vida como una tragedia. Según Aristóteles, en la contemplación de la tragedia se vive el dolor del héroe por compasión y nos aliviamos cuando se descarga toda la tensión cuando él recibe su brutal dolor final en el que acaba todo su dolor con el fin de la vida o con una acto brutal totalmente violento, apoteosis de la tensión trágica, pero fin.
Un ejemplo paradigmático es la tragedia de Edipo. Edipo mató a su padre sin saber quién era, venció a la esfinge y se casó con la reina de Tebas, su madre, sin saber quién era. El incesto produjo una maldición en Tebas. Cuando Edipo descubre la verdad que su saber no vio, se arranca los ojos. La brutalidad final descarga tensión.
La tragedia de Orestes, a su vez, representa mucho la tragedia clásica porque muestra toda la carga fatalista, situaciones límites e irresolubles de ellas; una historia trágica que solamente puede resolverse con la brutalidad final trágica, en forma del desgarramiento de las Furias en su proceso para convertirse en Euménides.
Orestes se vio en una situación irresoluble, trágica. Según su moral, debía vengar a su padre matando a su asesina: su madre. Si no vengaba a su padre, le atormentarían las Furias; pero si lo hacía, las Furias le atormentarían por ser vil matricidio. Sufrió horrores hasta Atenas. Allí los atenienses votaron en favor de perdonar a Orestes y la Furias, frustradas, sufrieron el desgarro interno por no ver cumplida la venganza que las nutre y sufren brutalmente hasta convertirse en Euménides, diosas protectoras de las nuevas leyes.
El dolor de la vida podría verse como tragedia sublime. La existencia es una tragedia porque en ella hay sufrimiento y dolor por ser mortales y limitados; quizás se pueda interpretar como tragedia, algo que se puede contemplar y gozar con ella como algo terrible y excesivo, pero puede que soportable si se puede ver como sublime.
La vida es una tragedia porque se compone de penalidades, angustia, ansiedad, sufrimiento y miles formas de dolor. Los seres sintientes tenemos que sufrir porque tenemos una sensibilidad que nos hace susceptibles de sentir las alteraciones externas e internas, que tienen que venir por el enfrentamiento con otros derivados de los conflictos de intereses y por el efecto del deterioro del paso del tiempo.
La vida es siempre sufrimiento porque los seres humanos somos limitados y nos tienen que afectar las cosas, y entonces hay fatalidades (dolor, muerte..) que deben superarnos. Asumir que el dolor es necesario, no hay remedio.
La vida es sufrimiento, debemos sufrir porque somos limitados y nos tienen que afectar todas las fatalidades (dolor, angustia, enfermedades, vejez...) que nos ocurren y que nos dañan.
La vida es una tragedia, pero puede que como tal nos pueda conmover si la vemos como una historia, dramática y quizás hermosa en tanto humana, y nos resulte sublime (algo inmenso que nos sobrecoge, pero gozoso de forma ambigua, tras verla como una historia a contemplar).
El juicio sublime según Kant
Existen en el arte otros valores estéticos aparte de la belleza. Además de la belleza, las obras de arte pueden ser valoradas como sublimes en función de nuestra capacidad de enjuiciamiento estético.
El juicio de belleza es un juicio de gusto o de sentimiento en el que se logra el disfrute ante la contemplación de partes de la realidad articulando sensaciones bajo formas armónicas y ordenadas.
Lo sublime, por su parte, es un juicio de sentimiento acerca de aquello que nos sobrecoge, hacia lo inmenso, lo informe. Es sentirse desbordado por lo inconmensurable o por lo que nos supera. Ante algo inmenso y que parece va más allá de toda comprensión, nos sentimos abrumados y entonces surge el juicio de sublimidad.
Kant distingue entre lo sublime matemático y lo sublime dinámico. Por un lado, lo sublime matemático consiste en el intento de encarar la noción de infinito en un espacio limitado. La imaginación trata de abarcar lo inmenso pero es incapaz, no puede dar cuenta de la infinitud o la inmensidad y deja paso a la razón.
Al verse inadecuada para captar la inmensidad por la sensibilidad, siente respeto por lo que le supera, lo cual conlleva displacer y placer por igual. Cuando en la noche contemplamos la inmensidad del espacio, nos sentimos sobrecogidos, ínfimos y sentimos respeto por el universo, que nos absorbe y abarca.
En lo sublime dinámico nos encontramos ante algún fenómeno cuyo poder es mucho mayor al nuestro. Ante aquello que tiene gran potencia o poder, las fuerzas de la naturaleza, nos sentimos superados. Ese juicio nos da dolor y tensión por vernos insignificantes frente a una naturaleza mucho más potente.
Sin embargo, la distancia nos da cierto alivio y nos permite darnos cuenta que, por muy poderosa que sean las fuerzas naturales, nosotros podemos elegir y ellas no. Ellas están determinadas y nosotros somos seres con conciencia y libre arbitrio.
Al ver que tenemos cierta libertad frente a la naturaleza bruta, sentimos alivio y placer, y se despierta el sentimiento moral. La naturaleza puede ser inmensa, pero el sujeto tiene conciencia y cierta libertad: eso le pone por encima del cosmos.
Ante aquello que nos resulta demasiado para nosotros, ante lo que nos resulta violento, hostil o grotesco podemos distanciarnos de ello e interponerle el juicio de lo sublime y disfrutar de la capacidad de contemplar sabiendo que no anula nuestra conciencia porque todavía somos capaces de juzgarlo estéticamente y sabiendo que por mucho que nos supere seguimos teniendo capacidad de elección y de poder intentar sobreponernos. Frente a aquello que nos desborda, tenemos la posibilidad del disfrute con el juicio estético de lo sublime.
La promesa realista de que ante lo aparentemente absoluto podemos conseguir conseguir un placer junto al displacer, supone una herramienta útil para soportar la realidad.
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Francamente, resistir pagando un precio de displacer resulta muy verosímil y viable dada la realidad presente, la búsqueda de ilusión parece ingenua e ilusa dado que tenemos que vivir en un mundo en el que el sufrimiento es la norma y el gozo, una excepción.
En un mundo de abusos y dolor, tener que pagar una contrapartida parece más realista que un puro gozo fruto de un optimismo desbordado y voluntarista, aparentemente negador de la realidad o evasivo de ella.
Bibliografía:
-Ardeo Rubio, Iñaki 2005: “Fundamentos de estética”, in: Revolución Neolítica, n. 5. Donostia/San Sebastián: Ti.Ta. Editores asociados.
-Crespo Sánchez, Javier 2004 “Apuntes sobre belleza y sublimidad en Kant y Schiller”, in: Thauma, n. 3. Donostia/San Sebastián: Vicerrectorado de alumnos de la UPV/EHU, pp. 30-45.
-Kant, Immanuel 2001: Crítica del juicio. Trad. Manuel García Morente. Madrid: Espasa Calpe.
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