El camino de las artes marciales
y la meditación zen
Juan José Angulo de la Calle
https://es.wikipedia.org/wiki/Samur%C3%A1i#/media/Archivo:Satsuma-samurai-during-boshin-war-period.jpg |
Las artes marciales fuerzan a desarrollar una capacidad de
observación global del entorno y de las intenciones del adversario
de forma intuitiva, sin que intervenga la parte de la mente más
consciente y que busca control de toda situación.
En un momento
breve, pasa por la mente una valoración rápida y global que permite
una valoración de las posibilidades y una eficaz planificación no
consciente. Se desarrolla una cierta intuición similar a la que
surge en los deportes competitivos o en las artes.
Dichas capacidades son útiles en el campo de batalla, pero pueden
ser eficaces para cualquier actividad cotidiana si se llevan a cabo
sus tres pasos.
En primer lugar, hay que hacer una valoración: ver
con qué reto nos enfrentamos, entender sus dificultades y nuestras
posibilidades y capacidades.
A continuación, tomar una decisión,
un curso de acción en un sentido u otro frente a algo que se
pretende conseguir o evitar.
Y finalmente, realizar una
planificación: partir de nuestras capacidades para ver cómo hacer
frente a las dificultades que se nos presentan, de forma que se pueda
realizar nuestro curso de acción de la forma más óptima o mejor,
ver qué medios se pueden utilizar de la forma más eficiente.
Por
otro lado, las artes marciales, tanto las que se enseñaban en el
ejército como en los monasterios, buscaban algo más que la eficacia
técnica. Eran una forma de vida y tenía unos principios y unos
objetivos.
En primer lugar, estaban sometidos a una ética y
buscaban la armonía entre el cuerpo y la mente, y entre el sujeto y
el resto del mundo. Puede resultar extraño a los occidentales que
se mezclen técnica y desarrollo personal, pero no es algo forzado,
dado que la práctica de estos ejercicios produce estos efectos (o
quizás sea más correcto decir que se exige un desarrollo
psicológico para conseguir una mayor capacidad de concentración y
lucha).
En realidad, es básico que las artes marciales tengan que estar
gobernadas por una ética. Las artes marciales son para algo y eso
es la defensa: su origen es militar, que en teoría a eso se dedica.
Así, tiene que usarse con rectitud para que no sea simple violencia
bruta y caótica.
Por el lado del logro del equilibrio entre la mente y el cuerpo, es
algo que se consigue con el ejercicio y el entrenamiento porque para
conseguir una buena eficacia a la hora de combatir se precisa una
mente despejada y centrada en el contrincante y en las propias
posibilidades. Se tiene que estar con la mente lo suficientemente
clara como para saber qué hacer en cada momento.
Así, se necesita
eliminar las distracciones, las pasiones que nublan nuestra mente.
El vencimiento de ellas es lo que se llama la armonía entre cuerpo y
mente, que no es otra cosa que el control de las emociones por la
mente e impedir que las pasiones “dominen” o influyan demasiado
sobre las acciones.
Las pasiones son los deseos sin freno, las ansias y necesitan ser
controlados. Ir al combate con ganas de ganar o con ira conlleva
obcecación, una fijación en el adversario o en ciertas partes del
adversario impiden observar otras en las que éste puede atacar: se
debe tener una visión global porque pueden atacarte de muchas
formas, porque pueden surgir mil cambios a los que adaptarse, porque
el terreno puede dar a dificultades y porque pueden aparecer más de
un adversario en otras posiciones.
En el otro extremo, tener miedo a
perder puede llevar a indecisión y a una menor capacidad de reacción
frente a estímulos externos. La mente tiene que estar en el vacío,
así la técnica surge espontáneamente en la mente clara y la
técnica sale sola.
Todos los actos excesivos surgen de las pasiones, pues se realiza
daño a alguien para lograr lo que se desea. La ira es deseo obsesivo de venganza, el miedo es deseo de controlar el futuro, el remordimiento es el deseo compulsivo de querer cambiar el pasado...
El apego al deseo genera el sufrimiento porque hace que las personas se obsesionen por conseguir lo que consideran que necesitan lograr para ser feliz o tener éxito en la vida, entra en una dinámica de deseo incombustible.
El apego al deseo hace que siempre se sufra. Si no se consigue lo que se quiere, se siente frustración; y, si se logra, se padece decepción (dado que no es lo que se esperaba, nunca será la felicidad total).
Es como el fuego: crece cuando más se le alimenta; si se obedece ciegamente al deseo y se intenta obcecadamente conseguir lo que se desea.
Se mete en una dinámica imparable porque los deseos son infinitos: cada vez que se obtenga algo, se querrá más, porque se necesitará otra dosis de un estímulo externo a cada momento, porque cada vez que se obtiene algo se nota una satisfacción pasajer que genera frustración puesto que no es la felicidad total, y porque el deseo por el deseo nunca podrá ser saciado.
Estar obcecado y obsesionado, estar en el apego al deseo es como intentar calmar la sed con sal: solamente se consigue una mayor "necesidad" de "sed", un deseo mayor.
De por sí no es malo tener deseos, siempre que sean pasajeros y no impidan que se aprecie lo que se tiene en el presente, en el aquí y ahora. Si pasan por la cabeza sin más consecuencias, pero no se produce lamento angustioso por su falta, no se generan problemas: son solamente caprichos pasajeros, de los que no nos preocupamos porque nos damos cuenta que no es todo en la vida y porque no creemos que sin satisfacerlos no podemos vivir.
Otra cuestión son las necesidades (hambre, sed, afectos...), cuya ausencia crea dolor físico y malestar real en la vida; ellas deben cubrirse para poder vivir y para vivir con unos mínimos necesarios de calidad.
El problema son las falsas necesidades, las "necesidades" creadas o todo lo que se siente que se necesita para tener una vida digna, pero que, si nos paramos a pensar, realmente no necesitamos.
Las pasiones son confusión y "necesidades" ilusorias, nos apremian a conseguir lo que nos parece que nos corresponde, pero que realmente son excesos (la ira es venganza y ella no es justicia y nos corroe; los celos no son amor, es ser posesivo y no pensar más en el bienestar de la otra persona...).
El apego al deseo genera egoísmo porque, generalmente, se tiene obsesión por conseguir una dosis de estímulo externo o se quiere compulsivamente conseguir cosas para uno mismo. El modo de pensar se vuelve egoísta y egocéntrico.
Ello, además de generar obsesión y tormento por la frustración, crea un estado de "escisión", la conciencia se separa de todo lo que le rodea, al tratar las cosas como algo que debe poseerse y ser utilizado, y al actuar intentando controlarlo todo (cuando la realidad no es como nos gustaría y somos parte de lo que nos rodea: nos afectan las demás personas, nos alimentamos y respiramos elementos externos, y todo está muy interconectado).
Esto tiene que crear malestar porque hace que se busque controlar lo que se pueda, que las cosas sean como nos gustaría y que todo nos sirviera; cuando la realidad no tiene que ver como querríamos y está totalmente fuera de nuestro control.
La manera de alejarse de la obsesión es orientar la conciencia en el aquí y ahora, si se observa lo que está pasando y la vida, ya la atención no se orienta en el futuro o en el pasado y no hay obcecación por lo que se desea. Se puede realizar por medio de la meditación. Si nos sentamos a hacer zazen (sentarse en posición de loto o semiloto), se observa la respiración y se deja pasar los pensamientos, nos daremos cuenta de que todo es transitorio y de que la conciencia no son las emociones que pasan, sino que somos observadores. Se sentirá el automatismo de la respiración y que estamos vivos, se notará la vitalidad y la "energía" que hay en nosotros y que somos, la mente estará vacía y se calmará.
En la práctica de artes marciales, el vacío de la mente es necesaria para ejecutar las técnicas con eficacia, naturalidad y sin forzar. Tiene que ser como andar, que se realiza sin pensar y sin artificiosidades. La manera de lograr equilibrio y "vacío" es por medio de distintas formas de respiración (frenética si es ataque más frontal, fluída si se ejecutan técnicas en las que se usa la fuerza del oponente...), que hace que se regulen las emociones para que no sean ellas las que nos controlen, sino que sirvan a la ejecución de las técnicas y al desenvolvimiento natural del combate. Se tiene que procurar equilibrio entre la mente y el cuerpo, se debe tener un cierto grado de autodominio por medio de la naturalidad.
El autodominio no
solamente sirve para tener una vida armoniosa, sino que sirve a la
virtud. El dominio de las pasiones que requieren las artes marciales
se puede llevar a la vida, procurando tener moderación para conseguir serenidad y aplicar benevolencia.
En cuanto a la armonía con el resto del mundo (o saber
desenvolverse en el mundo y saber interactuar con los demás seres),
se puede conseguir como resultado del ejercicio del combate.
Según
Bruce Lee, para poder desenvolverse en el combate hay que adaptarse
al rival con nuestras propias posibilidades. Es una interacción que
requiere saber estar en situación a cada momento, pues a cada
instante el entorno puede cambiar y hay que aprender a adaptarse.
Lo
cual, es actuar conforme al mundo (aportar algo al mundo sin chocar
demasiado con sus “normas” o directrices y no ser arrastrado por
no saber cómo hay que moverse), y es extrapolable a la hora de
actuar fuera del combate.
-Aros,
Claudio 2005: ¡Al
ataque! Estrategias para jóvenes (y no tan jóvenes) con ganas de
triunfar.
Barcelona: Océano Ámbar.
-Bermúdez
Arancibia, Germán 2003: El
Do en las Artes Marciales y en la Vida.
Buenos Aires: Editorial Kier.
-Ocaña
Rizo, Marcos 2003: Bruce
Lee. El hombre detrás de la leyenda.
Madrid: T&B Editores.
-Taisen
Deshimaru-Röshi 1993: Zen
y artes marciales. Madrid:
Luis Cárcamo, editor.
-Takuan
Soho 2000: El
espíritu indomable del Samurai.
Madrid: Ediciones Librería Argentina.
-Tassanari,
Margherita 2000: Artes
marciales. Madrid:
Susaeta Ediciones.
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