“Memorias
de un asesino moderno”
Juan José
Angulo de la Calle
Atarpia,
año 1990 de la Edad de Acero
Ésta es la historia de
un mezquino ser mediocre situado por debajo del bien y del mal, y de
cómo ascendió a la decadencia y a la indignidad a través de la
violencia.
Me llamo Faustus Eich
y mi trabajo era más que agobiante. A la dificultad se le sumaba la
premura con la que había que realizarlo y eso hacía que la tensión
fuese inmensa. No era extraño cometer algún que otro error
imperceptible y no pasaría nada si no existiesen compañeros de
trabajo. En toda empresa existen un mínimo número de rastreros
ambiciosos que sólo aspiran a ascender por medio de malas artes,
quedando bien y por encima de los demás a través de la más sucia y
baja delación. Es lo que se entiende como competitividad y las
empresas la premian porque nadie puede ocupar un puesto alto si trata
bien a los subordinados o si siente empatía por ellos. Las
puñaladas traperas no sólo facilitaban el placer de recibir broncas
diarias del jefe, sino que dificultaba un posible ascenso o una
subida de sueldo. Con consecuentes conflictos familiares.
La familia es tener el
enemigo en casa. Eso lo supe desde la infancia, desde la primera
paliza correctiva que me dio mi padre y las siguientes, ante el
clamoroso silencio de mi madre. Sin embargo, no tuve absoluta
constancia de ello hasta que contraje matrimonio. Yo no era gran
cosa, un perdedor chupatintas sin futuro y sin ambiciones. Tuve que
haber dedujido que la persona que quisiese pasar por la vida que
podía ofrecerle fuese un ser desesperado y que se resignó conmigo
porque no encontró nada más; y, por tanto, tenía que haberme
imaginado que ella era una de esas amargadas asquerosas que se quedan
solas por mostrarse como son y no conseguir nada. Pero se ve que
conmigo cambió la estrategia y se mostró zalamera y afectuosa...
hasta la firma de los papeles.
El matrimonio es sólo el producto del interés, es una mera transacción comercial para lograr una mayor propiedad adjuntando la de otra persona, no tiene nada que ver con el amor. Si el amor fuera verdadero no exigiría unos papeles contractuales comerciales que lo demostrase. Tras la boda se quitó el maquillaje y me demostró cuán falso e interesado es el matrimonio. Entonces se mostró como la vil víbora que era, haciendo alarde a diario de toda suerte de reproches, quejas, improperios e insultos humillantes, echándome en cara mi incapacidad para conseguir más dinero y mejor posición.
El matrimonio es sólo el producto del interés, es una mera transacción comercial para lograr una mayor propiedad adjuntando la de otra persona, no tiene nada que ver con el amor. Si el amor fuera verdadero no exigiría unos papeles contractuales comerciales que lo demostrase. Tras la boda se quitó el maquillaje y me demostró cuán falso e interesado es el matrimonio. Entonces se mostró como la vil víbora que era, haciendo alarde a diario de toda suerte de reproches, quejas, improperios e insultos humillantes, echándome en cara mi incapacidad para conseguir más dinero y mejor posición.
La compañía sólo
sirve para apreciar la soledad. Cómo me embaucó la bruja de ella,
pero era demasiado agradable recibir cariño por primera vez en mi
vida y me dejé llevar como en un sueño. Cuando algo es demasiado
bueno para ser verdad es que no puede ser verdad, todo aquello que
parece lo más agradable del mundo sólo puede ser marketing y
publicidad, cebo para peces y nada más. El amor no existe, son sólo
dos membranas que se frotan, todo lo demás es mala poesía de
folletín de novela rosa, inexistente en el mundo.
Tenía que haberlo
visto venir, las mujeres buenas no acaban con pusilánimes que no
hacen daño a nadie y que no van pisando fuerte, las mujeres
aceptables acaban con quienes dan seguridad porque van de duros
machacando a los demás, sobre todo a la dignidad de ellas para
tenerlas atadas en corto; les atraen tipos echados para adelante, que
parecen fuertes y seguros de sí mismos, los que dan cierto halo de
seguridad y que después se quitan la máscara y las tratan fatal.
He oído, incluso, que en los demás países las mujeres son
cercanas, comprensivas, afectuosas e inteligentes y son capaces de
llevar una relación equilibrada sin abusar ni recibir abusos y sin
menospreciar a nadie, seguramente así son la mayoría en el mundo.
Pero yo vivo en Atarpia y, aquí, los mediocres como yo sólo dan
pena y hacia alguien que da pena las mujeres solamente les dan su
compasión y amistad; la cuál, por cierto, se acaba el día en que
ellas se casan: en el momento en que sólo viven para los hijos.
Hijos. Otra
abominación. No sé cómo alguien puede ser tan cruel como para
engendrar criaturas en un mundo tan frío y horrible. Los padres
tienen hijos para que vengan a sufrir, a sufrir. ¿Cómo se puede
ser tan inconsciente? Sólo les espera malvivir en una sociedad en
la que nos machacamos los unos a los otros por nuestros intereses,
por el placer de fastidiar y por sadismo.
En cuanto a mí se refiere, nunca he querido tener hijos. Sólo con que se parecieran un poco a su madre convertirían la casa en un infierno todavía peor. Sería como crear mis propios enemigos, qué horror. Rocié de espermicida mis genitales las pocas veces que copulaba con aquella arpía horrible, para mayor frustración suya. Ella sólo quería hijos por no ser menos que las demás, para evitar las malas lenguas, por pura artifiosidad. No sé cómo habría educado a un hijo y no sé qué clase de monstruo habría salido de nuestro hogar, pero francamente no puedo imaginarme nada peor.
En cuanto a mí se refiere, nunca he querido tener hijos. Sólo con que se parecieran un poco a su madre convertirían la casa en un infierno todavía peor. Sería como crear mis propios enemigos, qué horror. Rocié de espermicida mis genitales las pocas veces que copulaba con aquella arpía horrible, para mayor frustración suya. Ella sólo quería hijos por no ser menos que las demás, para evitar las malas lenguas, por pura artifiosidad. No sé cómo habría educado a un hijo y no sé qué clase de monstruo habría salido de nuestro hogar, pero francamente no puedo imaginarme nada peor.
Estas dos cosas eran
las que le molestaban a mi mujer: mi escaso salario y mi presunta
esterilidad. Supongo que por eso se buscó un amante y ésa fue la
gota que colmó el vaso. Me importaba menos que nada que me fuese
infiel, nuestro matrimonio era tan falso como todo matrimonio que sea
presentado como expresión de amor, y las habladurías no podrían
afectarme menos, pero la posibilidad de que tuviese un hijo me hacía
temblar cada fibra de mi cuerpo. Supongo que eso fue lo que
desencadenó todo...
Mis preocupaciones
hicieron que aquél día rindiese menos que nunca y mi compañero
cercano no perdió oportunidad para denunciarme haciendo uso de la
mayor prosopopeya del mundo para exagerarlo. Creí que iba a recibir
la patada, pero fue peor, seguí trabajando con un contrato peor
todavía. La ira y la tensión que sentí fueron inconmensurables y
sólo faltó lo que pasó para perder por completo la cordura.
Cuando salí de la
oficina, se me encaró el niñato más despectivo y maleducado del
mundo para, navaja en mano, pedirme mi dinero de la peor de las
maneras. Eso fue demasiado, que me robe el jefe, el banco y la
esposa es mucho, pero que me intenté robar el criajo de mierda con
menos experiencia de la vida que existe y con excesos de humos, ya
era algo más allá de lo soportable. Cogí mi cartera del bolsillo
e hice como que se me resbalaba, cayendo al suelo. Me tomó por un
completo imbécil. Cuando se levantó tras recogerla, ya me había
sobrado tiempo para sacar el spray de pimienta. Vacié el cargador
mientras me llamaba retrasado mental. El chillido agudo de dolor
rebotó en mis tímpanos, pero no perdí oportunidad y, aprovechando
su ceguera y desorientación, le descargué una patada en los
genitales con todo el odio de mi alma. Cayó al suelo casi
fulminado, como un tronco tras ser talado. Su grito de dolor resonó
por toda la calle, pero no fue suficiente para mí. Recogí su
navaja y, ciego de ira, le apuñalé en incontables ocasiones...
hasta cansarme. Al resoplar, me di cuenta de lo que había hecho y
no podía sentirme más contento. Por primera vez en mi vida no me
sentía impotente y agredido, fue un momento de plenitud.
Me despedí
escupiéndole y me alejé lentamente. De pronto vi a un estúpido
turista que lo había visto todo y lo miré como las vacas miran a
los trenes. Supongo que podía haber dejado la navaja en su sitio y
dejar al descubierto las manchas de sangre, pero no quería
dificultar la apatía de los agentes de policía, así que me cubrí
y tiré el arma a una alcantarilla. Después me acerqué al turista,
que ya estaba con un policía arrastrándolo por el brazo. Me señaló
apuntándome con el dedo. Entonces el agente resopló y me tomó
declaración. Le dije que lo sentía pero que no tenía por qué
decir nada, dado que yo no tengo que demostrar mi inocencia. El
agente me dio la razón y sin mirarme siquiera, se acercó al cuerpo.
Antes de que llegara, ya sabía que no iba a hacer nada. El chaval
no tendría más de dieciocho y era de padres trabajadores, así que
a nadie le importaba que muriese. En Atarpia los agentes de
seguridad nunca en su historia se han ocupado de estos asuntos.
Durante la historia de Atarpia nunca ha habido una revuelta
importante ni una revolución y eso da a entender cuál es la
verdadera función de la ley. El policía hizo como que miraba, dio
un suspiro y sin mirar al extranjero ni despedirse, se metió en el
coche y se fue de allí tan rápido que casi fue imperceptible. El
foráneo no podía creer lo que acababa de ver. No sé para qué
vienen aquí si no saben lo que hay, tampoco entiendo por qué se
meten en lo que no les llaman. Si las víctimas de homicidios no son
familiares ni conocidos, ¿qué les llevaba a algunos a denunciarlos?
Tienen que saber que nunca mueren turistas, es una de las pocas
excepciones. No están amenazados, no son afectados, no tienen
motivos. No lo entiendo.
Ante esta primera
experiencia de poder, me animé a protegerme de todos los seres que
me perjudican. Lo que hice a continuación, fue saldar una vieja
herida. No me costó mucho demostrar la incapacidad mental de mis
padres, convencer a mis hermanos fue fácil y encontrar un asilo
dotado de electro-shocks no fue difícil. Vi personalmente cómo los
arrancaban abruptamente de su hogar para ser enviados a un lugar
peor. Mi padre tenía el rostro blanco, abrumado por la impotencia y
el miedo. Cuando le vi temblar y orinarse encima mientras me miraba
como un cordero degollado, me puse a reír a carcajadas hasta caerme
al suelo, revolviéndome en mi propia crapulencia.
Como necesitaba dinero
para la residencia, procuré deshacerme de la mayor fuente de
pérdidas de la casa. Contraté a un detective privado para que la
siguiese e hiciese un reportaje fotográfico sobre la infidelidad de
mi esposa. La siguió a todas horas. Ella me tomaba por el mayor
tonto del universo y se confió demasiado. No tenía reparos en
citarse en lugares públicos y en expresarse amorosamente sin pudor.
Días después, le pedí el divorcio. Se rió de mí en la cara, lo
tomó como la pataleta inconsciente de un niño. Preparó con su
abogado un alegato incendiario acerca de mi deliberado boicot a la
posibilidad de tener un hijo. El juez no podía ser más
conservador, por lo que ella creyó ser vencedora antes de que se
pronunciase sentencia. En el último momento, mi abogada presentó
una colección extensa de fotografías claramente incriminatorias
contra mi cónyuge. A esa arpía insufrible se le heló la sangre y
se quedó absolutamente anonadada con una cara que era todo un poema.
Finalmente, el juez con una febril e inusitada furia sentenció que
ella tenía que ser expulsada de la casa, sin propiedad alguna y sin
la más mínima posibilidad de percepción de manutención ninguna.
Al tronar la condena, no pude resistir la tentación de reírme en
sus orejas con total crueldad. Ella lloró hasta sollozar y yo no
podía parar de reír, ¡no podía parar de reír!
La segunda vez que
maté fue deliberado y premeditado, aunque a la vez aleatorio.
Durante días no pude estar más dócil en la oficina y los patéticos
intentos de mi compañero cayeron en saco roto porque no pudieron
afectarme lo más mínimo, lo cuál le contrarió, pero no le hizo
sospechar nada. Los días posteriores a mi divorcio, esperé a que
saliera y le seguí discretamente a distancia. Anoté sus rutinas,
sus movimientos y sus costumbres.
Por medio de mis anotaciones, tracé un plan y me adelanté a su ritual llegada a casa, tras su largo periodo en la taberna. Estaba casi al lado de su puerta y había cierto tránsito de personas en su calle, como solía ser frecuente los viernes. Me vio sin entender qué hacía allí y cómo había encontrado su dirección. Iba a saludarme y a insultarme cuando afortunadamente pasó un varón de su edad, al que apuñalé en el pecho con bastante acierto. Se desplomó con el rostro tenso y los dientes apretados, sin posibilidad de réplica. Estuve un segundo sin moverme para que pudiese ver el puñal enrojecido goteando sangre sin parar y, después, me lo guardé y caminé hacia él sin emitir sonido ninguno. Él estaba totalmente paralizado por el shock y cuando llegué a su lado, emitió un gemido de miedo y tembló de pies a cabeza. Yo me alejé de allí lentamente, con la mirada perdida hacia delante y sin volver la vista atrás.
Desde ese día, no volvió a molestarme, ni nadie de la oficina. El jefe me ignoró como a la ínfima pizca de mierda más insignificante de la existencia, terminándose la tensión y el estrés.
Por medio de mis anotaciones, tracé un plan y me adelanté a su ritual llegada a casa, tras su largo periodo en la taberna. Estaba casi al lado de su puerta y había cierto tránsito de personas en su calle, como solía ser frecuente los viernes. Me vio sin entender qué hacía allí y cómo había encontrado su dirección. Iba a saludarme y a insultarme cuando afortunadamente pasó un varón de su edad, al que apuñalé en el pecho con bastante acierto. Se desplomó con el rostro tenso y los dientes apretados, sin posibilidad de réplica. Estuve un segundo sin moverme para que pudiese ver el puñal enrojecido goteando sangre sin parar y, después, me lo guardé y caminé hacia él sin emitir sonido ninguno. Él estaba totalmente paralizado por el shock y cuando llegué a su lado, emitió un gemido de miedo y tembló de pies a cabeza. Yo me alejé de allí lentamente, con la mirada perdida hacia delante y sin volver la vista atrás.
Desde ese día, no volvió a molestarme, ni nadie de la oficina. El jefe me ignoró como a la ínfima pizca de mierda más insignificante de la existencia, terminándose la tensión y el estrés.
Sin fuentes de
sufrimiento, sin otras personas, mi vida se volvió apacible y
aburrida. Ahora que llegó la paz, me di cuenta que en la vida la
ausencia de dolor no es lo único, por lo que intenté llenar las
horas con lo que la gente consideraba la fuente de la felicidad. En
mis ratos libres, iba de compras en los centros comerciales, me
emborrachaba, me iba de putas y tragaba ingentes cantidades de comida
hasta llegar al hastío y... más allá, a un punto de excesos que me
permitió vislumbrar que el consumo no aportaba duradera
satisfacción. Todo aquello que tomaba pasivamente proporcionaba un
placer pasajero, lo cuál obligaba a volver a tomarlo o en mayores
dosis... hasta que llegaba a un exceso inmenso y me daba cuenta de
que tampoco era suficiente.
Llegó un punto en que todo lo que me gustaba se volvió repetitivo y me sumió en el tedio más completo y absoluto. La comida perdió sabor, el coito con fulanas perdió excitación, el cine perdió entretenimiento y el alcohol perdió intensidad y embriaguez. La noche que vomité encima de mi prostituta favorita todo lo comido y bebido ese día, me di cuenta de mi malestar físico y mental, de mi decadencia en todos los aspectos y que todo me daba asco.
Incluso volví a asesinar, pero ya no era como antes. La sensación de poder, la intensidad por la novedad desapareció, tras convertirse en una actividad monótona y repetitiva.
Mi vida me parecía absurda, toda vida me parecía absurda. ¿Vivir qué es más que sobrevivir, conservar lo que ya hay sin más y pasar el rato hasta el día de la muerte? No tiene ninguna razón de ser y no comprendo por qué eso tendría que importarme; a nadie le importa, ni se para a pensar en ello. Yo tampoco entiendo por qué habría que molestarse en hacerlo y en otro tiempo no lo haría, pero me siento hundido en la miseria y sólo sé que necesito que desaparezca este malestar. Todo me da asco y hace mucho tiempo que no sé qué es sentirse bien.
Llegó un punto en que todo lo que me gustaba se volvió repetitivo y me sumió en el tedio más completo y absoluto. La comida perdió sabor, el coito con fulanas perdió excitación, el cine perdió entretenimiento y el alcohol perdió intensidad y embriaguez. La noche que vomité encima de mi prostituta favorita todo lo comido y bebido ese día, me di cuenta de mi malestar físico y mental, de mi decadencia en todos los aspectos y que todo me daba asco.
Incluso volví a asesinar, pero ya no era como antes. La sensación de poder, la intensidad por la novedad desapareció, tras convertirse en una actividad monótona y repetitiva.
Mi vida me parecía absurda, toda vida me parecía absurda. ¿Vivir qué es más que sobrevivir, conservar lo que ya hay sin más y pasar el rato hasta el día de la muerte? No tiene ninguna razón de ser y no comprendo por qué eso tendría que importarme; a nadie le importa, ni se para a pensar en ello. Yo tampoco entiendo por qué habría que molestarse en hacerlo y en otro tiempo no lo haría, pero me siento hundido en la miseria y sólo sé que necesito que desaparezca este malestar. Todo me da asco y hace mucho tiempo que no sé qué es sentirse bien.
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