2014(e)ko urtarrilaren 27(a), astelehena

"Memorias de un asesino moderno"


“Memorias de un asesino moderno”

Juan José Angulo de la Calle


Atarpia, año 1990 de la Edad de Acero

Ésta es la historia de un mezquino ser mediocre situado por debajo del bien y del mal, y de cómo ascendió a la decadencia y a la indignidad a través de la violencia.

Me llamo Faustus Eich y mi trabajo era más que agobiante. A la dificultad se le sumaba la premura con la que había que realizarlo y eso hacía que la tensión fuese inmensa. No era extraño cometer algún que otro error imperceptible y no pasaría nada si no existiesen compañeros de trabajo. En toda empresa existen un mínimo número de rastreros ambiciosos que sólo aspiran a ascender por medio de malas artes, quedando bien y por encima de los demás a través de la más sucia y baja delación. Es lo que se entiende como competitividad y las empresas la premian porque nadie puede ocupar un puesto alto si trata bien a los subordinados o si siente empatía por ellos. Las puñaladas traperas no sólo facilitaban el placer de recibir broncas diarias del jefe, sino que dificultaba un posible ascenso o una subida de sueldo. Con consecuentes conflictos familiares.

La familia es tener el enemigo en casa. Eso lo supe desde la infancia, desde la primera paliza correctiva que me dio mi padre y las siguientes, ante el clamoroso silencio de mi madre. Sin embargo, no tuve absoluta constancia de ello hasta que contraje matrimonio. Yo no era gran cosa, un perdedor chupatintas sin futuro y sin ambiciones. Tuve que haber dedujido que la persona que quisiese pasar por la vida que podía ofrecerle fuese un ser desesperado y que se resignó conmigo porque no encontró nada más; y, por tanto, tenía que haberme imaginado que ella era una de esas amargadas asquerosas que se quedan solas por mostrarse como son y no conseguir nada. Pero se ve que conmigo cambió la estrategia y se mostró zalamera y afectuosa... hasta la firma de los papeles. 

El matrimonio es sólo el producto del interés, es una mera transacción comercial para lograr una mayor propiedad adjuntando la de otra persona, no tiene nada que ver con el amor. Si el amor fuera verdadero no exigiría unos papeles contractuales comerciales que lo demostrase. Tras la boda se quitó el maquillaje y me demostró cuán falso e interesado es el matrimonio. Entonces se mostró como la vil víbora que era, haciendo alarde a diario de toda suerte de reproches, quejas, improperios e insultos humillantes, echándome en cara mi incapacidad para conseguir más dinero y mejor posición.

La compañía sólo sirve para apreciar la soledad. Cómo me embaucó la bruja de ella, pero era demasiado agradable recibir cariño por primera vez en mi vida y me dejé llevar como en un sueño. Cuando algo es demasiado bueno para ser verdad es que no puede ser verdad, todo aquello que parece lo más agradable del mundo sólo puede ser marketing y publicidad, cebo para peces y nada más. El amor no existe, son sólo dos membranas que se frotan, todo lo demás es mala poesía de folletín de novela rosa, inexistente en el mundo.

Tenía que haberlo visto venir, las mujeres buenas no acaban con pusilánimes que no hacen daño a nadie y que no van pisando fuerte, las mujeres aceptables acaban con quienes dan seguridad porque van de duros machacando a los demás, sobre todo a la dignidad de ellas para tenerlas atadas en corto; les atraen tipos echados para adelante, que parecen fuertes y seguros de sí mismos, los que dan cierto halo de seguridad y que después se quitan la máscara y las tratan fatal. He oído, incluso, que en los demás países las mujeres son cercanas, comprensivas, afectuosas e inteligentes y son capaces de llevar una relación equilibrada sin abusar ni recibir abusos y sin menospreciar a nadie, seguramente así son la mayoría en el mundo. Pero yo vivo en Atarpia y, aquí, los mediocres como yo sólo dan pena y hacia alguien que da pena las mujeres solamente les dan su compasión y amistad; la cuál, por cierto, se acaba el día en que ellas se casan: en el momento en que sólo viven para los hijos.

Hijos. Otra abominación. No sé cómo alguien puede ser tan cruel como para engendrar criaturas en un mundo tan frío y horrible. Los padres tienen hijos para que vengan a sufrir, a sufrir. ¿Cómo se puede ser tan inconsciente? Sólo les espera malvivir en una sociedad en la que nos machacamos los unos a los otros por nuestros intereses, por el placer de fastidiar y por sadismo. 

En cuanto a mí se refiere, nunca he querido tener hijos. Sólo con que se parecieran un poco a su madre convertirían la casa en un infierno todavía peor. Sería como crear mis propios enemigos, qué horror. Rocié de espermicida mis genitales las pocas veces que copulaba con aquella arpía horrible, para mayor frustración suya. Ella sólo quería hijos por no ser menos que las demás, para evitar las malas lenguas, por pura artifiosidad. No sé cómo habría educado a un hijo y no sé qué clase de monstruo habría salido de nuestro hogar, pero francamente no puedo imaginarme nada peor.

Estas dos cosas eran las que le molestaban a mi mujer: mi escaso salario y mi presunta esterilidad. Supongo que por eso se buscó un amante y ésa fue la gota que colmó el vaso. Me importaba menos que nada que me fuese infiel, nuestro matrimonio era tan falso como todo matrimonio que sea presentado como expresión de amor, y las habladurías no podrían afectarme menos, pero la posibilidad de que tuviese un hijo me hacía temblar cada fibra de mi cuerpo. Supongo que eso fue lo que desencadenó todo...

Mis preocupaciones hicieron que aquél día rindiese menos que nunca y mi compañero cercano no perdió oportunidad para denunciarme haciendo uso de la mayor prosopopeya del mundo para exagerarlo. Creí que iba a recibir la patada, pero fue peor, seguí trabajando con un contrato peor todavía. La ira y la tensión que sentí fueron inconmensurables y sólo faltó lo que pasó para perder por completo la cordura.

Cuando salí de la oficina, se me encaró el niñato más despectivo y maleducado del mundo para, navaja en mano, pedirme mi dinero de la peor de las maneras. Eso fue demasiado, que me robe el jefe, el banco y la esposa es mucho, pero que me intenté robar el criajo de mierda con menos experiencia de la vida que existe y con excesos de humos, ya era algo más allá de lo soportable. Cogí mi cartera del bolsillo e hice como que se me resbalaba, cayendo al suelo. Me tomó por un completo imbécil. Cuando se levantó tras recogerla, ya me había sobrado tiempo para sacar el spray de pimienta. Vacié el cargador mientras me llamaba retrasado mental. El chillido agudo de dolor rebotó en mis tímpanos, pero no perdí oportunidad y, aprovechando su ceguera y desorientación, le descargué una patada en los genitales con todo el odio de mi alma. Cayó al suelo casi fulminado, como un tronco tras ser talado. Su grito de dolor resonó por toda la calle, pero no fue suficiente para mí. Recogí su navaja y, ciego de ira, le apuñalé en incontables ocasiones... hasta cansarme. Al resoplar, me di cuenta de lo que había hecho y no podía sentirme más contento. Por primera vez en mi vida no me sentía impotente y agredido, fue un momento de plenitud.

Me despedí escupiéndole y me alejé lentamente. De pronto vi a un estúpido turista que lo había visto todo y lo miré como las vacas miran a los trenes. Supongo que podía haber dejado la navaja en su sitio y dejar al descubierto las manchas de sangre, pero no quería dificultar la apatía de los agentes de policía, así que me cubrí y tiré el arma a una alcantarilla. Después me acerqué al turista, que ya estaba con un policía arrastrándolo por el brazo. Me señaló apuntándome con el dedo. Entonces el agente resopló y me tomó declaración. Le dije que lo sentía pero que no tenía por qué decir nada, dado que yo no tengo que demostrar mi inocencia. El agente me dio la razón y sin mirarme siquiera, se acercó al cuerpo. Antes de que llegara, ya sabía que no iba a hacer nada. El chaval no tendría más de dieciocho y era de padres trabajadores, así que a nadie le importaba que muriese. En Atarpia los agentes de seguridad nunca en su historia se han ocupado de estos asuntos. Durante la historia de Atarpia nunca ha habido una revuelta importante ni una revolución y eso da a entender cuál es la verdadera función de la ley. El policía hizo como que miraba, dio un suspiro y sin mirar al extranjero ni despedirse, se metió en el coche y se fue de allí tan rápido que casi fue imperceptible. El foráneo no podía creer lo que acababa de ver. No sé para qué vienen aquí si no saben lo que hay, tampoco entiendo por qué se meten en lo que no les llaman. Si las víctimas de homicidios no son familiares ni conocidos, ¿qué les llevaba a algunos a denunciarlos? Tienen que saber que nunca mueren turistas, es una de las pocas excepciones. No están amenazados, no son afectados, no tienen motivos. No lo entiendo.

Ante esta primera experiencia de poder, me animé a protegerme de todos los seres que me perjudican. Lo que hice a continuación, fue saldar una vieja herida. No me costó mucho demostrar la incapacidad mental de mis padres, convencer a mis hermanos fue fácil y encontrar un asilo dotado de electro-shocks no fue difícil. Vi personalmente cómo los arrancaban abruptamente de su hogar para ser enviados a un lugar peor. Mi padre tenía el rostro blanco, abrumado por la impotencia y el miedo. Cuando le vi temblar y orinarse encima mientras me miraba como un cordero degollado, me puse a reír a carcajadas hasta caerme al suelo, revolviéndome en mi propia crapulencia.

Como necesitaba dinero para la residencia, procuré deshacerme de la mayor fuente de pérdidas de la casa. Contraté a un detective privado para que la siguiese e hiciese un reportaje fotográfico sobre la infidelidad de mi esposa. La siguió a todas horas. Ella me tomaba por el mayor tonto del universo y se confió demasiado. No tenía reparos en citarse en lugares públicos y en expresarse amorosamente sin pudor. Días después, le pedí el divorcio. Se rió de mí en la cara, lo tomó como la pataleta inconsciente de un niño. Preparó con su abogado un alegato incendiario acerca de mi deliberado boicot a la posibilidad de tener un hijo. El juez no podía ser más conservador, por lo que ella creyó ser vencedora antes de que se pronunciase sentencia. En el último momento, mi abogada presentó una colección extensa de fotografías claramente incriminatorias contra mi cónyuge. A esa arpía insufrible se le heló la sangre y se quedó absolutamente anonadada con una cara que era todo un poema. Finalmente, el juez con una febril e inusitada furia sentenció que ella tenía que ser expulsada de la casa, sin propiedad alguna y sin la más mínima posibilidad de percepción de manutención ninguna. Al tronar la condena, no pude resistir la tentación de reírme en sus orejas con total crueldad. Ella lloró hasta sollozar y yo no podía parar de reír, ¡no podía parar de reír!

La segunda vez que maté fue deliberado y premeditado, aunque a la vez aleatorio. Durante días no pude estar más dócil en la oficina y los patéticos intentos de mi compañero cayeron en saco roto porque no pudieron afectarme lo más mínimo, lo cuál le contrarió, pero no le hizo sospechar nada. Los días posteriores a mi divorcio, esperé a que saliera y le seguí discretamente a distancia. Anoté sus rutinas, sus movimientos y sus costumbres. 

Por medio de mis anotaciones, tracé un plan y me adelanté a su ritual llegada a casa, tras su largo periodo en la taberna. Estaba casi al lado de su puerta y había cierto tránsito de personas en su calle, como solía ser frecuente los viernes. Me vio sin entender qué hacía allí y cómo había encontrado su dirección. Iba a saludarme y a insultarme cuando afortunadamente pasó un varón de su edad, al que apuñalé en el pecho con bastante acierto. Se desplomó con el rostro tenso y los dientes apretados, sin posibilidad de réplica. Estuve un segundo sin moverme para que pudiese ver el puñal enrojecido goteando sangre sin parar y, después, me lo guardé y caminé hacia él sin emitir sonido ninguno. Él estaba totalmente paralizado por el shock y cuando llegué a su lado, emitió un gemido de miedo y tembló de pies a cabeza. Yo me alejé de allí lentamente, con la mirada perdida hacia delante y sin volver la vista atrás. 

Desde ese día, no volvió a molestarme, ni nadie de la oficina. El jefe me ignoró como a la ínfima pizca de mierda más insignificante de la existencia, terminándose la tensión y el estrés.

Sin fuentes de sufrimiento, sin otras personas, mi vida se volvió apacible y aburrida. Ahora que llegó la paz, me di cuenta que en la vida la ausencia de dolor no es lo único, por lo que intenté llenar las horas con lo que la gente consideraba la fuente de la felicidad. En mis ratos libres, iba de compras en los centros comerciales, me emborrachaba, me iba de putas y tragaba ingentes cantidades de comida hasta llegar al hastío y... más allá, a un punto de excesos que me permitió vislumbrar que el consumo no aportaba duradera satisfacción. Todo aquello que tomaba pasivamente proporcionaba un placer pasajero, lo cuál obligaba a volver a tomarlo o en mayores dosis... hasta que llegaba a un exceso inmenso y me daba cuenta de que tampoco era suficiente. 

Llegó un punto en que todo lo que me gustaba se volvió repetitivo y me sumió en el tedio más completo y absoluto. La comida perdió sabor, el coito con fulanas perdió excitación, el cine perdió entretenimiento y el alcohol perdió intensidad y embriaguez. La noche que vomité encima de mi prostituta favorita todo lo comido y bebido ese día, me di cuenta de mi malestar físico y mental, de mi decadencia en todos los aspectos y que todo me daba asco. 

Incluso volví a asesinar, pero ya no era como antes. La sensación de poder, la intensidad por la novedad desapareció, tras convertirse en una actividad monótona y repetitiva. 

Mi vida me parecía absurda, toda vida me parecía absurda. ¿Vivir qué es más que sobrevivir, conservar lo que ya hay sin más y pasar el rato hasta el día de la muerte? No tiene ninguna razón de ser y no comprendo por qué eso tendría que importarme; a nadie le importa, ni se para a pensar en ello. Yo tampoco entiendo por qué habría que molestarse en hacerlo y en otro tiempo no lo haría, pero me siento hundido en la miseria y sólo sé que necesito que desaparezca este malestar. Todo me da asco y hace mucho tiempo que no sé qué es sentirse bien.

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